En un pequeño pueblo rodeado de bosques y montañas, vivían cuatro amigos muy diferentes, pero a su vez, muy unidos. Raulito, un conejito pequeño y de pelaje marrón, siempre era muy tímido y reservado. Juanito, un zorro de pelaje naranja brillante, era alegre y le gustaba hacer reír a los demás. Rodolfo, un oso fuerte y grande, siempre cuidaba a sus amigos y era conocido por su gran corazón. Kevin, una ardillita traviesa de pelaje gris, era un poco impulsivo y, a veces, no pensaba antes de actuar.
Un día, mientras jugaban en el parque de la escuela, un grupo de animales más grandes comenzó a burlarse de Raulito. Juanito, Rodolfo y Kevin estaban cerca y vieron todo lo que sucedía, pero no sabían qué hacer. Los más grandes empujaban a Raulito, se reían de su pequeño tamaño y le decían cosas crueles sobre su pelaje y su forma de correr.
— ¡Mira cómo corre el conejito! — dijo uno de los animales más grandes, una gacela con una sonrisa burlona.
Raulito trató de esconderse detrás de Rodolfo, pero los demás continuaron con sus bromas.
— ¡Ay, Raulito! ¿Por qué no eres más rápido? — continuó otro animal, un ciervo que parecía disfrutar de la situación.
Raulito, avergonzado y triste, trató de no llorar. Él sabía que no era tan rápido como otros animales, pero eso nunca le había preocupado hasta ese momento. No podía entender por qué los otros animales eran tan crueles.
Juanito, el zorro, vio todo lo que sucedía y se acercó rápidamente.
— ¡Déjalo en paz! — gritó Juanito, interponiéndose entre Raulito y los animales burlones.
Los otros animales lo miraron sorprendidos. Ninguno de ellos esperaba que alguien se enfrentara a ellos. Rodolfo, el oso, también se acercó, con su postura firme y su mirada llena de preocupación.
— No está bien hacerle eso a Raulito — dijo Rodolfo, con una voz calmada pero autoritaria. — Todos somos diferentes, y eso es lo que nos hace especiales. No deben burlarse de él.
Kevin, la ardilla, que normalmente estaba llena de energía y bromas, también se acercó y, con una expresión de arrepentimiento, dijo:
— Yo también me he burlado de ti, Raulito, y lamento mucho haberlo hecho. A veces me dejo llevar por la diversión, pero nunca debí hacerte sentir mal.
Raulito, aún triste pero sintiendo el apoyo de sus amigos, levantó la mirada. Los otros animales, al ver que no tenían el respaldo de nadie más, comenzaron a sentirse incómodos. La gacela, que había sido la más burlona, se acercó a Raulito con una expresión avergonzada.
— Lo siento, Raulito — dijo la gacela. — No debí haberte hecho sentir mal. A veces, solo trato de encajar, y no me doy cuenta de lo que estoy haciendo.
Raulito, aunque aún triste, asintió. Sabía que no todos los animales eran malos, pero también entendía que a veces las palabras podían hacer mucho daño, incluso cuando no se pensaban.
Cuentos cortos que te pueden gustar
El León, el Lobo y la Abeja
Diego y el Sabio Colibrí
El Encuentro en el Estanque
Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.