Cuentos de Animales

Los Guardianes de la Pradera

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 4 minutos

Español

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Había una vez, en un campo vasto y lleno de vida, tres criaturas que, aunque muy diferentes entre sí, compartían el mismo territorio. En el centro de este campo vivía un majestuoso león llamado Ares. Su melena dorada ondeaba al viento y su presencia imponente era suficiente para que los demás animales lo respetaran. Ares era considerado el rey del campo, aunque no gobernaba con poder ni autoridad, sino con sabiduría y justicia. Cuidaba de la pradera y se aseguraba de que todos los animales que vivían allí estuvieran en armonía.

No muy lejos de donde Ares descansaba bajo los árboles, vivía un astuto lobo llamado Sombra. Su pelaje gris oscuro le permitía moverse sigilosamente entre las sombras del bosque que rodeaba el campo. Sombra, aunque solitario, no era malvado ni agresivo. Era un cazador por naturaleza, pero prefería observar y aprender antes de actuar. Su aguda inteligencia y su capacidad para pensar rápidamente lo hacían temido y respetado por igual.

Y finalmente, en lo alto, sobrevolando las flores silvestres del campo, estaba Brisa, una pequeña abeja. Aunque diminuta en comparación con el león y el lobo, Brisa era trabajadora y determinada. Su tarea diaria consistía en recolectar néctar de las flores para su colmena, pero su curiosidad natural la hacía detenerse a observar todo lo que sucedía a su alrededor. Brisa era conocida entre los insectos y otros pequeños animales como una mensajera que traía noticias y avisos de un rincón a otro del campo.

Un día, algo inusual comenzó a ocurrir en la pradera. Las flores que normalmente crecían saludables y coloridas, comenzaron a marchitarse sin razón aparente. Los animales pequeños, que dependían de estas flores, se acercaron a Ares en busca de ayuda.

—Ares, algo terrible está sucediendo en nuestro hogar —dijo una mariposa con voz temblorosa—. Las flores se están marchitando y no sabemos por qué. Si esto continúa, no tendremos dónde alimentarnos.

Ares, preocupado, decidió investigar. Caminó hasta el borde del campo, donde las flores más afectadas se encontraban. El suelo estaba seco y las raíces de las plantas parecían retorcidas, como si algo invisible estuviera absorbiendo toda su energía. Ares frunció el ceño, sabiendo que algo no estaba bien.

—Necesitaré la ayuda de mis amigos para resolver esto —pensó.

Con un poderoso rugido, llamó a Sombra y Brisa. Ambos acudieron rápidamente, sabiendo que si Ares los convocaba, era porque algo grave estaba ocurriendo.

—Las flores están muriendo —dijo Ares con gravedad—. Si no encontramos la causa, no solo los insectos sufrirán, sino también nosotros, ya que todo en esta pradera está conectado. Sombra, necesito que uses tus habilidades de rastreo para averiguar si hay alguna criatura o fuerza detrás de esto. Brisa, tú puedes volar por toda la pradera y buscar pistas desde el aire.

Sombra asintió y comenzó a olfatear el suelo, siguiendo el rastro de lo que podría estar causando el daño. Brisa, por su parte, voló alto, sobre las copas de los árboles, y comenzó a examinar el paisaje desde las alturas.

Mientras tanto, Ares caminaba de un lado a otro, inspeccionando las flores marchitas. Algo no tenía sentido. Sabía que la pradera había sobrevivido a tormentas y sequías, pero nunca había visto las plantas decaer de esta manera tan rápidamente.

Al cabo de unas horas, Brisa regresó volando rápidamente.

—¡Ares! He visto algo inusual —dijo, aterrizando sobre su nariz—. En el extremo más alejado del campo, cerca del río, hay un área donde el suelo se ha vuelto completamente negro. No hay vida allí, ni flores ni animales. Es como si la tierra estuviera envenenada.

Ares frunció el ceño aún más. Si el suelo estaba envenenado, debía haber una razón.

—Vamos a ver qué está sucediendo —dijo con determinación.

Sombra también llegó en ese momento, con una expresión seria en su rostro.

—He encontrado huellas extrañas cerca del borde del bosque —informó—. No pertenecen a ningún animal que conozcamos. Son grandes y profundas, como si una criatura desconocida hubiera pasado por allí recientemente.

Intrigados por lo que podría estar ocurriendo, los tres amigos decidieron ir juntos al lugar que Brisa había descubierto. Caminando por la pradera, el aire se volvía más denso y pesado a medida que se acercaban. Finalmente, llegaron a la zona en cuestión, y lo que vieron los dejó sin palabras.

El suelo estaba completamente negro, como si el fuego hubiera pasado por allí, pero no había señales de llamas. En el centro del área, un extraño objeto brillaba débilmente. Parecía una piedra, pero emitía una energía oscura y maligna que hacía que todo lo que tocaba se marchitara.

—Esto no es natural —dijo Ares con voz grave—. Algo o alguien ha traído esto aquí y está destruyendo nuestra pradera.

Sombra se acercó con cautela al objeto, olfateando el aire a su alrededor.

—Esto no es de este mundo —murmuró—. Parece… como si viniera de otro lugar, un lugar oscuro.

Brisa, aunque pequeña, no se dejó intimidar. Voló cerca del objeto, y al observarlo más de cerca, notó algo interesante.

—Hay una grieta en la piedra —dijo—. Tal vez si logramos romperla, podríamos detener el daño que está causando.

Ares, con su inmensa fuerza, decidió intentarlo. Se acercó al objeto y, con un rugido poderoso, golpeó la piedra con una de sus patas delanteras. El sonido que produjo fue ensordecedor, pero la piedra no se rompió. En lugar de eso, la grieta que Brisa había visto comenzó a crecer, y de ella emergió un humo oscuro que llenó el aire.

—¡Retrocedan! —gritó Sombra, mientras el humo comenzaba a envolverlos.

Pero justo en ese momento, Brisa, con su pequeño cuerpo, voló directamente hacia la grieta y entró en la piedra. Los otros dos animales observaron con asombro mientras el humo comenzaba a disiparse, y la piedra, que antes brillaba con maldad, se desmoronaba en pedazos. Cuando todo se calmó, Brisa emergió, sacudiéndose el polvo de sus alas.

—Lo hice —dijo, jadeando—. Dentro de la piedra había una especie de semilla oscura que estaba absorbiendo la energía de la pradera. La destruí desde adentro.

Ares y Sombra no podían creer lo que había sucedido. La pequeña abeja, a pesar de su tamaño, había salvado la pradera.

—Gracias, Brisa —dijo Ares, inclinando su cabeza en señal de respeto—. Sin ti, nunca lo habríamos logrado.

Sombra asintió, impresionado por el valor de la abeja.

—Nunca subestimes el poder de los más pequeños —dijo—. A veces, ellos tienen la clave para resolver los mayores problemas.

Con la piedra destruida, la pradera comenzó a recuperarse rápidamente. Las flores volvieron a florecer, los animales regresaron a sus actividades normales, y el equilibrio natural fue restaurado.

Desde ese día, Ares, Sombra y Brisa se convirtieron en leyendas vivas en la pradera. Su valentía y trabajo en equipo demostraron que, sin importar cuán diferentes fueran, juntos eran más fuertes. Y así, la pradera siguió siendo un lugar de paz y armonía, protegido por sus tres insólitos guardianes.

FIN.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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