En una pequeña casa al borde de la ciudad, donde las calles dejan paso a los campos florecidos y el cielo se tiñe de los colores del amanecer, vivía Nala. Nala era una perrita pitbull de pelaje atigrado y ojos que reflejaban la bondad de su espíritu. Era conocida en el vecindario por su cariñosa naturaleza y su sonrisa reconfortante, esa que solo los perros saben regalar. Pero últimamente, Nala se sentía triste.
La razón de su tristeza era un cambio grande en su vida: su familia se había mudado a otra ciudad por razones de trabajo, y, debido a reglas estrictas en su nuevo hogar, no pudieron llevarla con ellos. Prometieron a Nala que volverían por ella tan pronto como pudiesen, pero el tiempo sin ellos se sentía eterno.
La dejaron al cuidado de la señora Martina, una vecina amable que conocía a Nala desde cachorro. Aunque Martina la trataba con mucho amor, la perrita extrañaba los abrazos de sus pequeños humanos, las tardes de juego en el jardín y los paseos al atardecer. Cada día, se asomaba por la ventana, observando el camino por el que esperaba ver regresar a su familia.
Una mañana, Nala despertó con una determinación nueva. Si ellos no podían venir por ella, ella iría a buscarlos. Sabía que no sería fácil; después de todo, ¿cómo podría una perrita viajar sola a otra ciudad? Pero el amor por su familia le daba el valor que necesitaba para intentarlo.
Con cuidado, Nala logró abrir la puerta del jardín y se adentró en el mundo, guiada por el recuerdo de los olores y sonidos que asociaba con sus seres queridos. Cruzó campos floridos, corrió junto a ríos cristalinos y atravesó bosques susurrantes. En su camino, se encontró con otros animales que, tocados por su historia, decidieron ayudarla. Un pájaro le mostró el camino más seguro, mientras que un amigable ratón le compartió algo de comida.
A medida que pasaban los días, la esperanza de Nala se mantenía firme, alimentada por los recuerdos felices y la esperanza de reunirse con su familia. Pero también crecía el cansancio. Hubo noches en las que, abrazada por la soledad de algún rincón desconocido, dudaba si alguna vez lograría encontrarlos.
Sin embargo, el destino tenía preparada una sorpresa para Nala. Una tarde, mientras caminaba por una ciudad que le resultaba extrañamente familiar, escuchó voces conocidas. Eran ellos, su familia, que la buscaban desesperadamente después de descubrir que se había escapado. Corrieron hacia ella, lágrimas de alegría mezclándose con risas, y Nala, con su cola moviéndose a más no poder, se lanzó a sus brazos.
La familia explicó que, al no poder soportar la idea de estar sin ella, habían hecho los arreglos necesarios para que Nala pudiera vivir con ellos en su nuevo hogar. El viaje de Nala no solo le había devuelto a su familia sino que también les había enseñado a todos ellos sobre el poder del amor y la determinación.
Desde ese día, Nala ya no miró por la ventana esperando. Ahora, cada nuevo amanecer era una aventura que vivía rodeada del amor de su familia, sabiendo que no importa lo lejos que estén, el corazón siempre encuentra el camino de regreso a casa.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.