Había una vez un niño llamado Bastian que vivía en una casa muy cálida y alegre. Bastian siempre estaba lleno de energía y le encantaba jugar. Tenía un papá muy especial al que llamaba Papá Morocho. Papá Morocho era un hombre alto y fuerte, con una sonrisa que iluminaba todo a su alrededor. Siempre estaba dispuesto a jugar y a inventar nuevas aventuras con su pequeño Bastian.
Un día, mientras jugaban en el jardín, Bastian miró al cielo y vio una nube que parecía un dragón. “¡Mira, Papá! ¡Ese dragón vuela muy alto!” dijo Bastian emocionado. Papá Morocho sonrió y, tomando la mano de su hijo, dijo: “¡Vamos a seguirlo! Puede que nos lleve a un lugar mágico.”
Bastian saltó de alegría. “¡Sí, sí, vamos!” Y así, pasaron por el jardín, corriendo con la esperanza de encontrar grandes tesoros y sorpresas en su aventura. De repente, una ráfaga de viento sopló y comenzó a girar alrededor de ellos. La nube dragón se acercó más y Bastian gritó: “¡Papá! ¡Mira!”
En un instante, el viento los envolvió y, cuando se dieron cuenta, estaban en un lugar completamente diferente. Era un reino lleno de colores vibrantes, árboles altos con hojas brillantes, y criaturas fantásticas por todos lados. “¡Woah!” exclamó Bastian, mirando a su alrededor con asombro. “¿Dónde estamos, Papá?”
Papá Morocho sonrió y dijo: “Parece que hemos llegado al Reino de la Imaginación. Aquí, todo es posible.” Mientras exploraban, se encontraron con una pequeña hada llamada Lila. Tenía alas transparentes y brillantes que destellaban con la luz del sol. “¡Hola, aventureros!” saludó Lila con una voz melodiosa. “¿Quieren ayudarme en una misión?”
Bastian estaba emocionado. “¡Sí, sí! ¿Cuál es la misión, hada Lila?” preguntó con entusiasmo. “Necesito encontrar el polvo mágico que se ha perdido,” explicó Lila. “Sin él, el reino no podrá brillar y todos los sueños de los niños se perderán.”
“¡Vamos a ayudar!” respondió Papá Morocho. “¿Por dónde comenzamos?” Lila sonrió agradecida y dijo: “Primero, debemos ir al Bosque de los Susurros. Allí, se dice que una sabia tortuga puede darnos pistas sobre el polvo mágico.”
Así que, los tres, Bastian, Papá Morocho y Lila, se dirigieron hacia el bosque. El camino estaba lleno de flores de colores y cantos de aves. Bastian se sintió muy feliz al caminar con su papá y su nueva amiga. Cuando llegaron al Bosque de los Susurros, encontraron a la tortuga bajo un gran árbol.
“Hola, pequeña tortuga,” saludó Papá Morocho. “Buscamos el polvo mágico. ¿Puedes ayudarnos?” La tortuga levantó la cabeza lentamente y sonrió. “He visto el polvo mágico, pero está guardado por un dragón que vive en la montaña.”
Los ojos de Bastian se llenaron de emoción. “¿Un dragón? ¡Eso suena genial! ¡Vamos a encontrarlo!” La tortuga les dio un consejo. “Tienen que ser valientes y amables. Los dragones pueden ser temerosos, pero si ven que ustedes son amigos, no tendrán miedo.”
“¡Está bien! ¡Con valentía y amabilidad!” dijo Bastian. Y así, continuaron su camino hacia la montaña. Al llegar a la cima, encontraron una cueva oscura. Papá Morocho miró a Bastian y le dijo: “¿Estás listo para entrar?” Bastian asintió con fuerza. “¡Sí, juntos somos valientes!”
Entraron a la cueva y, dentro, oro y joyas brillaban por todos lados. Pero entre las riquezas, vieron al dragón, que era enorme y de escamas verdes. Tenía ojos grandes y tristes. Bastian sintió un cosquilleo en su estómago, pero no quería tener miedo. “Hola, dragón,” saludó Bastian con voz suave. “No queremos hacerte daño. Venimos a buscar el polvo mágico.”
El dragón se asustó un poco, pero luego se dio cuenta de que los visitantes no eran amenazadores. “¿Por qué lo necesitan?” preguntó el dragón, con una voz profunda. “El reino de la imaginación está perdiendo su brillo,” explicó Lila. “Sin el polvo mágico, los sueños de los niños se esfumarán.”
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.