Era un soleado día de verano en el pequeño pueblo de Torroja. Las flores del jardín estaban en plena floración, llenando el aire con su dulce aroma. Iria e Ivet, dos mejores amigas, estaban muy emocionadas por todas las aventuras que les esperaban. Esta vez, planeaban un día lleno de deportes y diversión en el parque.
Iria era una niña llena de energía y siempre tenía una gran sonrisa en su rostro. Le encantaba correr y jugar al aire libre. Ivet, por otro lado, era un poco más tranquila, pero siempre estaba dispuesta a seguir a su amiga en todas sus locuras. Las dos se complementaban perfectamente.
Esa mañana, después de desayunar, Iria llegó a casa de Ivet con su bicicleta. «¡Hola, Ivet! ¿Ya estás lista para la gran aventura de hoy?», preguntó Iria con entusiasmo. Ivet sonrió y asintió con la cabeza. «¡Sí! Vamos al parque y jugamos al fútbol», respondió. Las dos amigas se montaron en sus bicicletas y comenzaron a pedalear hacia el parque.
Mientras pedaleaban, el viento les acariciaba el rostro y las risas llenaban el aire. Con cada pedalada, se emocionaban más por el día que les esperaba. Cuando llegaron al parque, se dieron cuenta de que no solo ellas dos iban a jugar. Había muchos niños en el parque, corriendo y riendo, y eso hizo que su emoción aumentara.
En el parque, encontraron un campo de fútbol vacío y decidieron invitar a otros niños para jugar. Iria, siempre la más valiente, se acercó a un grupo de niños que estaban jugando a la sombra de un gran árbol. «¡Hola! ¿Quieren jugar al fútbol con nosotras?», preguntó entusiasmada. Los niños, que se llamaban Leo y Tania, accedieron de inmediato. «¡Claro! ¡Nos encanta el fútbol!», dijeron los dos al unísono.
Así, el grupo se unió y el partido comenzó. Iria, con su energía desbordante, corrió tras la pelota, mientras Ivet se aseguraba de que todos tuvieran un rol en el juego. Leo sorprendió a todos con su gran habilidad para driblar, mientras que Tania defendía la portería con mucho cuidado. El sol brillaba y el sonido de sus risas y gritos de alegría resonaba en todo el parque.
Después de un tiempo jugando, todos decidieron hacer una pausa para descansar. Se sentaron en el césped fresco y empezaron a hablar. «¡Este es el mejor día de verano!», dijo Iria mientras tomaba un sorbo de su botella de agua. Ivet, que siempre tenía una idea divertida, sugirió: «¿Qué tal si hacemos una competencia de saltos? ¡El que salte más alto, gana!»
Todos estuvieron de acuerdo y comenzaron a animarse unos a otros. Hicieron una línea y, de uno en uno, cada niño trató de saltar lo más alto posible. Leo fue el primero y logró un gran salto, lo que le valió muchos aplausos. Tania, un poco más tímida, tomó impulso y se lanzó, saltando casi tan alto como Leo. Finalmente, llegó el turno de Iria e Ivet. Ambas se miraron y, con una sonrisa, decidieron saltar juntas.
Contaron hasta tres y, al mismo tiempo, saltaron alto. “¡Saltamos como unos canguros!”, gritó Iria mientras aterrizaban en el césped. Todos se pusieron a reír y aplaudir, disfrutando del momento. Al final, decidieron que no importaba quién había saltado más alto, lo importante era que todos se estaban divirtiendo juntos, y eso solo traía sonrisas.
De repente, mientras reían, escucharon un suave maullido. Miraron a su alrededor y descubrieron que una pequeña gatita se había acercado tímidamente. Era de un hermoso color naranja y parecía muy amigable. «¡Miren, una gatita!», exclamó Ivet. Todos se acercaron y comenzaron a acariciarla. La gatita ronroneaba y jugueteaba con los pies de los niños.
«Podríamos llamarla Nala», sugirió Leo, y todos estuvieron de acuerdo. Durante un rato, jugaron con Nala, que se convirtió en el centro de atención. La gatita corría de un lado a otro, saltando tras una pelota de papel que le lanzaban. Las risas seguían llenando el parque, y todos se olvidaron del tiempo.
Cuando el sol comenzó a esconderse detrás de las montañas, el grupo decide que era hora de despedirse. Iria, Ivet, Leo y Tania se prometieron que volverían al parque al día siguiente para más aventuras. «No solo hemos hecho un nuevo amigo, sino que también hemos tenido un día increíble», dijo Ivet.
Antes de irse, Ivet se agachó y acarició a Nala una última vez. «Espero que siempre recuerdes este día, gatita», murmuró. Todos se despidieron de Nala con abrazos y sonrisas, y se fueron riendo y hablando sobre todas las cosas divertidas que habían hecho.
Al llegar a casa, Iria e Ivet se sentaron juntas en el césped del jardín para seguir hablando sobre su increíble día. «No puedo esperar a mañana. ¡Vamos a llevar comida para Nala y jugar más!», exclamó Iria. Ivet estuvo de acuerdo y ambas sabían que, con un poco de esfuerzo, harían de su verano un recuerdo inolvidable.
Así, Iria e Ivet aprendieron que la verdadera aventura está en la magia de la amistad, la risa y los pequeños momentos que comparten juntos. Con cada día que pasaban en Torroja, sus días se llenaban de risas, juegos y nuevas amistades, creando recuerdos que llevarían en sus corazones para siempre. Así concluyó su día de verano, pero sabían que muchos más estaban por venir, llenos de sorpresas y diversión.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.