Era una mañana brillante y soleada cuando Lautaro y Baltazar decidieron que era el día perfecto para una gran aventura. Lautaro era un niño lleno de energía y siempre tenía ideas emocionantes. Baltazar, su mejor amigo, era un simpático perrito que lo seguía a todas partes, moviendo su cola con alegría.
Mientras jugaban en el jardín, Lautaro miró al cielo azul y vio una nube que parecía tener un brillo especial. “¡Mira, Baltazar! Esa nube parece una rueda de astronauta. ¿No te gustaría viajar a las estrellas?” Baltazar ladró felizmente, como si estuviera de acuerdo. Así que, Lautaro, con su imaginación desbordante, decidió que construirían una nave espacial con lo que encontraran en el jardín.
Usaron cajas de cartón, algunos tubos de papel higiénico vacíos y un montón de colores para pintar su nave. Con mucho esfuerzo, la transformaron en una increíble nave espacial. Lautaro le puso un gran cartel que decía “NAVE ASTRAL”. Baltazar, emocionado, trató de ayudar con sus patas, aunque a veces pintaba más su pelaje que la nave.
Una vez que terminaron, Lautaro se subió a su nave y Baltazar saltó dentro justo a tiempo. “¡Preparados para despegar!” grito Lautaro con gran emoción, mientras movía las manos como si estuviera pilotando un verdadero cohete. Cerraron los ojos y se imaginaron volando alto, muy alto, hacia las estrellas.
Al abrir los ojos de nuevo, se dieron cuenta de que no estaban en su jardín. ¡Habían llegado a un lugar sorprendente! Era un planeta hecho de caramelos, donde todo era dulce y colorido. Las montañas eran de algodón de azúcar y los ríos brillaban como limonada. “¡Está increíble!” exclamó Lautaro, mientras Baltazar olfateaba el aire, emocionado por las nuevas fragancias.
De pronto, un pequeño extraterrestre apareció ante ellos. Tenía un cuerpo redondo y un gran ojo en el medio de su cara. “¡Hola, amigos! Soy Zog, el guardián de este planeta de dulces. Bienvenidos a Caramelandia. ¡¿Quieren jugar?!”
Lautaro sonrió de oreja a oreja. “¡Sí, claro! ¿Qué podemos hacer?” Zog los llevó a un campo de marshmallows donde había juegos divertidos. Jugaron a atrapar las estrellas, que eran pequeños globos brillantes que flotaban por el aire. Baltazar corría detrás de ellos, dando saltos de alegría, mientras Lautaro intentaba atraparlas con sus manos.
Después de un rato, se detuvieron para descansar sobre un gran marshmallow gigante. “Esto es lo mejor de todos los mundos,” dijo Lautaro mientras mordía un pequeño trozo. “Sí, ¡qué delicioso!” ladró Baltazar con la boca llena de malvavisco.
Zog miró a Lautaro y Baltazar con una sonrisa. “Me alegra que les guste Caramelandia. Pero debemos tener cuidado, porque el Rey de los Dulces, el Dragón Caramelo, podría aparecer en cualquier momento. ¡Él es el guardián de los dulces y a veces se pone un poco celoso cuando otros juegan aquí!”.
Lautaro y Baltazar intercambiaron miradas preocupadas. “¿Qué haremos si aparece?” preguntó Lautaro con un poco de temor. “No se preocupen,” los tranquilizó Zog, “él solo quiere que respeten su reino. Podemos invitarlo a jugar con nosotros. Así no se sentirá solo”.
Lautaro pensó que era una buena idea. “¡Vamos a invitarlo, Baltazar!” dijo con determinación. Así que, juntos con Zog, comenzaron a buscar al Dragón Caramelo. Caminando por el bosque de galletas y bajo la lluvia de chocolatinas, Lautaro y Baltazar gritaron: “¡Dragón Caramelo, queremos jugar contigo!”.
De repente, un gran rugido retumbó y apareció el Dragón Caramelo, cubierto de caramelos brillantes y con alas de azúcar. “¿Por qué me llaman?” preguntó con voz profunda y dulce. “Queremos jugar contigo, Dragón Caramelo,” respondió Lautaro con valentía. “Porque aquí en Caramelandia, es más divertido jugar juntos”.
El Dragón Caramelo los miró sorprendido. Nadie había tenido el valor de invitarlo a jugar antes. “¿De verdad quieren que me una?” preguntó, asombrado. “¡Sí! ¡Vamos a jugar y a divertirnos!” exclamó Zog.
Entonces, el Dragón Caramelo sonrió por primera vez, y su rostro se iluminó. “¡De acuerdo! Jugaré, pero solo si prometen no comerse mis caramelos.” Todos rieron y Prometieron. Jugaron a las escondidas entre galletas, y el Dragón Caramelo les ayudó a volar alto por el cielo, mostrándoles las maravillas de su reino.
Era tan divertido que el tiempo pasó volando. De pronto, Lautaro miró hacia el cielo y vio que el sol comenzaba a esconderse. “Es hora de volver a casa, Baltazar. Ha sido la mejor aventura de nuestras vidas.” Baltazar ladró emocionado, pero también triste por tener que irse.
“Pero pueden volver cuando quieran,” dijo Zog, “siempre serán bienvenidos en Caramelandia.”
Lautaro dio un abrazo a su nuevo amigo. “Gracias, Zog, y gracias, Dragón Caramelo. Siempre recordaré este día.” “¡Y yo también!” agregó Baltazar, moviendo su cola.
Así que, Lautaro y Baltazar subieron nuevamente a su nave espacial, ahora llena de recuerdos felices. Con un último vistazo a Caramelandia, Lautaro cerró los ojos y deseó volver algún día. Cuando abrieron los ojos, estaban de regreso en su jardín, como si nada hubiera pasado, pero sintiendo en su corazón que la aventura había sido real.
De vuelta en su casa, Lautaro miró a Baltazar, que aún tenía un poco de malvavisco en la nariz. “¿Sabes, Baltazar? A veces, las cosas más deliciosas se encuentran en los lugares más inesperados.” Baltazar ladró de acuerdo, y juntos rieron, aceptando que siempre hay magia en la aventura, y que lo mejor es compartir el viaje con amigos. Con esa hermosa conclusión, ambos se prepararon para una nueva aventura al día siguiente.
Cuentos cortos que te pueden gustar
El Viaje de Manuel y Dilan Samuel
Un día de emociones en el paraíso de la diversión
El amigo del océano
Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.