Había una vez un pequeño príncipe llamado David Santiago. Era un niño alegre y siempre estaba lleno de energía. Vivía en un hermoso castillo rodeado de grandes jardines y flores de todos los colores. David Santiago no era un príncipe cualquiera. Aunque era joven, siempre soñaba con aventuras y quería ser el más valiente de todos los reinos.
Un día, mientras jugaba en el jardín con su espada de juguete y su capa roja, David Santiago decidió que era el momento de vivir una gran aventura. «Hoy seré el príncipe más valiente del mundo», se dijo a sí mismo mientras se ponía su pequeña corona dorada en la cabeza.
Caminando por los jardines, David Santiago encontró un camino que nunca antes había visto. El sendero estaba cubierto de flores mágicas y grandes árboles que parecían brillar bajo el sol. Con su espada en mano y su capa ondeando al viento, el príncipe decidió seguir el misterioso camino.
A medida que avanzaba, los árboles se hacían más grandes, y David Santiago escuchaba el canto de los pájaros y el susurro del viento. Todo era tan hermoso que casi parecía un sueño. Pero entonces, algo llamó su atención. A lo lejos, vio un pequeño conejo que parecía asustado. El conejo miraba a todos lados como si estuviera buscando ayuda.
—¿Qué sucede, pequeño amigo? —preguntó David Santiago, agachándose para hablar con el conejo.
El conejo, con sus ojos brillantes y orejas grandes, le explicó que había un problema en el bosque mágico. Los animales estaban preocupados porque un gran árbol, el árbol más viejo del bosque, había comenzado a perder sus hojas y nadie sabía por qué.
—Necesitamos a alguien valiente que nos ayude —dijo el conejo—. El árbol es muy importante para todos en el bosque. Si sigue perdiendo sus hojas, todo el bosque podría quedarse sin color y sin vida.
David Santiago no dudó ni un segundo. Sabía que esta era su oportunidad para ser el príncipe valiente que siempre había soñado ser.
—No te preocupes, conejo —dijo con una sonrisa—. Yo te ayudaré a salvar el bosque.
Con su espada de juguete en mano y el conejo a su lado, David Santiago se adentró más en el bosque. Mientras caminaban, otros animales como pájaros, ardillas y ciervos comenzaron a seguirlos, esperanzados de que el pequeño príncipe pudiera solucionar el problema.
Después de un rato, llegaron al centro del bosque, donde se encontraba el gran árbol. Era un árbol enorme, con ramas que se extendían por todo el cielo, pero, tal como el conejo había dicho, muchas de sus hojas habían caído, y las pocas que quedaban estaban perdiendo su color.
David Santiago se acercó al árbol y lo observó detenidamente. Aunque era solo un niño, sabía que debía haber una solución. Cerró los ojos y pensó en todas las historias de caballeros y héroes que había escuchado. Y entonces, tuvo una idea.
—Este árbol necesita magia —dijo en voz alta—. Y yo sé cómo podemos darle la magia que necesita.
Los animales lo miraron con curiosidad, sin entender qué iba a hacer. Pero David Santiago se sentó al pie del árbol y comenzó a hablarle.
—Querido árbol —dijo—, eres el corazón de este bosque, y todos los animales dependen de ti. Yo, el príncipe David Santiago, te prometo que haré todo lo posible para ayudarte. Pero necesito que creas en la magia de este bosque tanto como yo.
De repente, algo increíble sucedió. Una suave luz comenzó a brillar desde el interior del árbol. Las hojas que quedaban comenzaron a brillar, y poco a poco, el árbol recuperó su color. Las ramas se llenaron de vida nuevamente, y el bosque entero comenzó a brillar con más fuerza.
David Santiago sonrió, sabiendo que había cumplido con su misión. Los animales comenzaron a aplaudir y a saltar de alegría.
—¡Lo lograste! —exclamó el conejo—. ¡Has salvado el bosque!
El pequeño príncipe se sintió orgulloso, no solo por haber ayudado, sino porque había demostrado que, con valentía y un poco de magia, todo es posible.
Cuando regresó al castillo esa tarde, sus padres, el rey y la reina, lo estaban esperando. Ellos no sabían de la gran aventura que su hijo había vivido ese día, pero al ver la sonrisa en su rostro, supieron que algo especial había sucedido.
—¿Qué has hecho hoy, mi valiente príncipe? —preguntó la reina.
David Santiago solo sonrió y respondió:
—Hoy salvé el bosque mágico.
Y así, David Santiago, el príncipe valiente, se fue a dormir esa noche, sabiendo que siempre estaría listo para la próxima aventura, porque un verdadero príncipe no necesita una corona para ser valiente, solo necesita un corazón lleno de bondad.
Al día siguiente, cuando los primeros rayos de sol iluminaron el castillo, David Santiago se despertó lleno de energía. Sabía que cada nuevo día traía consigo la promesa de más aventuras. Se puso su capa roja, tomó su espada de juguete, y salió corriendo hacia el jardín, donde las flores aún brillaban de la magia que él mismo había devuelto al bosque el día anterior.
Mientras caminaba por los jardines del castillo, escuchó un sonido extraño. Era un susurro suave que parecía venir del aire mismo. Intrigado, David Santiago siguió el sonido, que lo llevó hasta el estanque del jardín. Allí, sobre el agua, vio algo que jamás había visto antes: un pequeño barco de papel que flotaba suavemente sobre la superficie del agua. Pero este no era un barco de papel común; brillaba con una luz dorada, y al acercarse más, David pudo ver que había un mensaje escrito en su vela.
—»Príncipe David Santiago» —leyó en voz alta—, «el reino submarino necesita tu ayuda.»
David Santiago frunció el ceño, intentando entender qué significaba ese mensaje. ¿Un reino submarino? ¿Cómo podría ayudar a alguien bajo el agua? Pero él era el príncipe valiente, y sabía que, aunque fuera algo completamente nuevo, debía encontrar una manera de ayudar.
De repente, el barco de papel comenzó a moverse, guiado por una corriente invisible. David Santiago lo siguió, corriendo a lo largo del estanque, hasta llegar a un pequeño rincón del jardín que no conocía muy bien. Allí, una pequeña puerta de piedra, cubierta de musgo y flores, apareció frente a él.
El barco de papel flotó justo hasta esa puerta y, con un destello de luz, desapareció. David Santiago, decidido a descubrir lo que había detrás, se acercó y empujó la puerta con cuidado. Al abrirla, una brisa suave y fresca lo envolvió, y para su sorpresa, en lugar de estar bajo el jardín, estaba al borde de un vasto océano cristalino. Frente a él, había una escalera de caracoles gigantes que descendía hacia las profundidades del mar.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.