Era un día soleado y hermoso, lleno de alegría y color. La primavera había llegado, y con ella, la naturaleza florecía en todo su esplendor. Gustavo, Magdalena y Matilde, tres hermanos muy felices, esperaban con ansias esta estación del año. Sabían que la primavera era el momento perfecto para salir de vacaciones, y este año, su mamá había decidido que irían al sur de Chile.
“¡Qué emoción!”, dijo Gustavo, saltando de alegría. “Vamos a ver montañas, ríos y flores hermosas”. Magdalena, con una gran sonrisa, agregó: “Y podremos correr por los campos y recoger muchas flores”. Matilde, la más pequeña, aplaudió con sus manitas y gritó: “¡Flores, flores!”.
La mamá de los niños, que siempre estaba lista para una aventura, empacó sus cosas. Llenó una mochila con bocadillos, agua, y una manta. “Estamos listos para un gran viaje”, les dijo, mientras los tres hermanos corrían hacia la puerta, llenos de energía y emoción.
Cuando llegaron al sur de Chile, los niños se maravillaron con lo que veían. Las montañas eran altas y cubiertas de árboles verdes. El aire era fresco y olía a tierra húmeda. “¡Miren esos árboles!”, exclamó Gustavo. “Son enormes”.
Después de llegar a su destino, la mamá les dijo: “Vamos a hacer un picnic en el prado”. Encontraron un hermoso lugar lleno de flores de todos los colores. Las mariposas volaban de un lado a otro, y los pájaros cantaban alegres en los árboles.
Gustavo ayudó a su mamá a extender la manta sobre la hierba. Magdalena buscó flores para hacer un ramo y Matilde se acercó a un grupo de mariposas que danzaban alrededor de las flores. “¡Quiero una mariposa!”, decía Matilde, riendo mientras trataba de atraparlas con sus manitas.
Una vez que se sentaron a comer, disfrutaron de deliciosos sándwiches y jugo. “Este es el mejor picnic de todos”, dijo Gustavo, mientras masticaba su comida. “Sí, es divertido estar aquí con ustedes”, respondió Magdalena, disfrutando de una galleta.
Después de comer, los tres hermanos decidieron explorar un poco. “Vamos a ver qué hay detrás de esos árboles”, sugirió Gustavo. Magdalena y Matilde estuvieron de acuerdo, así que juntos comenzaron a caminar hacia los árboles altos.
Al llegar al borde del bosque, escucharon un sonido extraño. Era como un susurro, pero también sonaba como una risa. “¿Qué es eso?”, preguntó Magdalena, un poco asustada. “No lo sé, pero vamos a averiguarlo”, dijo Gustavo con valentía. Matilde, al ver a sus hermanos tan emocionados, decidió seguirles.
Al entrar en el bosque, los niños encontraron un claro lleno de luz. En el centro había un pequeño lago. Al acercarse, vieron a unas criaturas pequeñas y peludas, parecidas a conejitos, saltando alrededor del agua. “¡Mira, son duendecillos!”, exclamó Gustavo. “Son tan lindos”.
Los duendecillos los miraron con curiosidad y comenzaron a acercarse. “Hola, pequeños humanos”, dijo uno de ellos con una voz suave. “Nos alegra ver nuevos amigos. ¿Quieren jugar con nosotros?”.
“¡Sí!”, gritaron los tres hermanos al unísono. Los duendecillos se rieron y comenzaron a saltar en círculos. “Venid, jugaremos al escondite”, dijo uno de ellos.
Gustavo, Magdalena y Matilde se unieron a ellos y comenzaron a jugar. Se escondieron detrás de los árboles y contaron hasta diez. Matilde, aunque era la más pequeña, se escondió detrás de una roca y se tapó los ojos. “¡No pueden verme!”, decía, mientras los duendecillos reían a carcajadas.
Después de jugar durante un buen rato, los duendecillos les llevaron a explorar el bosque. “Aquí hay un lugar mágico”, dijeron, señalando un árbol enorme que parecía tener una puerta. “Este es el Árbol de los Deseos. Si haces un deseo aquí, puede hacerse realidad”.
Gustavo, emocionado, pensó en lo que deseaba. “Quiero que este día nunca termine”, dijo. Magdalena, también emocionada, dijo: “Yo deseo que podamos volver a jugar con ustedes otra vez”. Y Matilde, con una gran sonrisa, dijo: “¡Quiero más flores!”.
Los duendecillos se rieron y dijeron: “Tus deseos son muy bonitos. ¡Deseamos que se hagan realidad!”. Con una pequeña danza alrededor del árbol, los duendecillos tocaron sus instrumentos y comenzaron a cantar. De repente, una lluvia de flores de colores comenzó a caer del árbol. “¡Mira, Matilde!”, gritó Magdalena. “¡Flores para ti!”.
Matilde se llenó de alegría y comenzó a recoger las flores. Gustavo y Magdalena también se unieron, llenando sus manos con las hermosas flores. Después de un tiempo, los duendecillos se despidieron. “Recuerden, siempre pueden volver al bosque”, dijeron antes de desaparecer en la brisa.
Los hermanos regresaron a su picnic, llenos de energía y risas. Mamá los miró y preguntó: “¿Qué aventuras tuvieron?”. Gustavo, emocionado, comenzó a contarle todo sobre los duendecillos y el árbol mágico.
“Fue increíble, mamá”, dijo Magdalena. “Y Matilde tiene muchas flores”. Matilde, feliz, levantó su mano llena de flores para mostrárselo a su mamá. “¡Flores, flores!”, repetía, riendo.
Después de comer, los hermanos decidieron que era hora de regresar a casa. Pero antes de irse, Gustavo tuvo una idea. “¿Qué tal si hacemos un ramo con las flores y se lo damos a mamá?”. Magdalena y Matilde estuvieron de acuerdo, así que comenzaron a juntar las flores y a atarlas con un poco de hierba.
Al terminar, le presentaron el ramo a su mamá. “¡Mira, mamá! ¡Para ti!”, dijeron los tres al mismo tiempo. Mamá sonrió y dijo: “¡Qué hermoso ramo! Gracias, mis amores”. Sus ojos brillaban de felicidad.
Al regresar a casa, el sol comenzaba a esconderse en el horizonte, pintando el cielo de colores naranja y rosa. Los hermanos, cansados pero felices, recordaron su maravillosa aventura en el bosque. “Hoy fue un día mágico”, dijo Gustavo, mientras se acomodaba en su cama.
“Sí, y tenemos muchas flores y recuerdos hermosos”, respondió Magdalena. Matilde, con sus ojos llenos de sueño, murmuró: “¡Flores mágicas!”.
Y así, mientras caía la noche, los tres hermanos se quedaron dormidos, soñando con duendecillos, flores y nuevas aventuras en la primavera. Sabían que cada día podía traer algo especial y que juntos podrían vivir los momentos más mágicos de sus vidas.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.