En una pequeña ciudad, en una acogedora casa con un jardín lleno de flores, vivían dos hermanas, Alexa y Arlet. Alexa, de diez años, era una líder nata, siempre lista para una nueva aventura. Arlet, con solo cinco años, seguía a su hermana mayor a todas partes, sus ojos azules llenos de asombro y admiración.
Un día, mientras el sol brillaba a través de las ventanas y los pájaros cantaban melodías de verano, Alexa tuvo una idea extraordinaria. «¡Vamos a hacer un campamento!», exclamó, y Arlet saltó de alegría. Transformaron el comedor en un mundo de fantasía, usando sábanas como tiendas de campaña, cojines como montañas misteriosas, y lámparas como fuegos de campamento.
La imaginación de las hermanas les llevó a un mundo donde el comedor se convirtió en una selva llena de maravillas. Con mapas dibujados a mano y una linterna como su guía, comenzaron su viaje. Alexa, con su valentía y conocimiento, lideraba la expedición, mientras Arlet, con su alegría y curiosidad, se maravillaba ante cada descubrimiento.
En su imaginación, la selva estaba viva con animales exóticos. Veían tigres de rayas naranjas hechos de almohadas, monos saltarines en las cortinas, y un río brillante creado con papel de aluminio. Rieron y jugaron, explorando cada rincón de su jungla casera, enfrentándose a desafíos y resolviendo acertijos.
A medida que el día se transformaba en noche, las hermanas se sentaron en su tienda de campaña, iluminadas por la suave luz de las lámparas. Alexa sacó un libro de cuentos y comenzó a leer en voz alta. Las palabras cobraban vida, llevando a Arlet a mundos de dragones, princesas valientes y reinos lejanos.
Pero entonces, algo mágico sucedió. Mientras Alexa leía, las luces parpadearon y una suave brisa movió las sábanas. De repente, se encontraron no en su comedor, sino en una verdadera selva, bajo un cielo estrellado y una luna brillante. Las hermanas se miraron con asombro, preguntándose si aún estaban soñando.
En esta selva real, los sonidos eran más fuertes, los colores más vivos y los olores más intensos. Alexa, con su valentía intacta, tomó la mano de Arlet, y juntas comenzaron a explorar. Encontraron un río donde peces de colores brillaban como joyas bajo la luna, y un campo de flores que brillaban en la oscuridad.
Mientras caminaban, se encontraron con animales amigables: un oso que les contó historias de las estrellas, un ciervo que les mostró el camino a través del bosque, y pájaros que cantaban canciones de cuna. Alexa y Arlet se dieron cuenta de que esta selva mágica era un lugar de maravillas sin fin, un lugar donde los sueños se hacían realidad.
Pasaron la noche bajo las estrellas, escuchando las historias del oso y maravillándose ante la belleza del mundo natural. Cuando el amanecer comenzó a teñir el cielo de rosa y oro, las hermanas sintieron una suave brisa una vez más.
Al abrir los ojos, se encontraron de vuelta en su comedor, con el sol de la mañana filtrándose a través de las ventanas. La selva había desaparecido, dejando solo sábanas y cojines. Pero las hermanas sabían que lo que habían vivido era real, un regalo de la magia de su imaginación y el poder de sus sueños.
Alexa y Arlet nunca olvidaron su aventura mágica. Continuaron creando campamentos, cada uno llevándolas a nuevas aventuras y descubrimientos. Aprendieron que con imaginación, amor y valentía, cualquier lugar podía convertirse en un mundo de maravillas, y cada día era una oportunidad para una nueva aventura.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.