Había una vez una familia muy especial. Papá Samuel, Mamá Miriam y su hijo Jheins. Jheins tenía solo un año, pero ya era muy curioso y lleno de energía. Siempre quería explorar todo a su alrededor y descubrir cosas nuevas. Un día, Mamá Miriam y Papá Samuel decidieron que era el momento perfecto para llevar a Jheins a un lugar que lo llenara de emoción: ¡el parque de diversiones!
Desde temprano en la mañana, Jheins ya estaba despierto, gateando por toda la casa y señalando hacia la puerta como si supiera que algo emocionante estaba por suceder. Mamá Miriam lo vestía con su camiseta roja favorita, mientras Papá Samuel lo miraba con una sonrisa. «Hoy es un día muy especial, hijo», le decía mientras ajustaba sus gafas.
El parque de diversiones estaba a pocos minutos en coche, y Jheins, desde su sillita, no paraba de mirar por la ventana. Cuando llegaron, sus ojos brillaron al ver los colores vibrantes de las atracciones, los globos flotando en el aire y la gran rueda de la fortuna que giraba majestuosamente en el horizonte. «¡Mira, Jheins!», dijo Mamá Miriam señalando la rueda gigante. Jheins, aunque aún no hablaba bien, soltó una risita y movió las manos con emoción.
El primer lugar al que decidieron ir fue la zona de los globos. Jheins estaba fascinado con todos los colores. Papá Samuel le compró un gran globo azul que flotaba sobre su cabeza mientras lo sujetaba con sus pequeñas manos. «¡Mira qué bonito es!», dijo Mamá Miriam mientras tomaba la mano de su hijo.
Luego, caminaron hacia una zona especial para los más pequeños, donde había carruseles de animalitos. Mamá Miriam lo sentó en un caballito que subía y bajaba lentamente, mientras Papá Samuel tomaba fotos para recordar ese momento tan especial. Jheins, aunque al principio miraba todo con ojos grandes y asombrados, pronto comenzó a sonreír y a disfrutar del suave movimiento del carrusel.
Después de un rato, hicieron una pequeña pausa para descansar. Mamá Miriam compró algodón de azúcar y se lo mostró a Jheins. «Es dulce, cariño», le dijo mientras le ofrecía un pequeño trocito. Jheins, curioso, lo probó y sonrió ampliamente. El sabor dulce lo hizo mover las manitas de felicidad.
El parque estaba lleno de risas y diversión, pero había una atracción que llamaba especialmente la atención de Jheins: la gran rueda de la fortuna. Aunque era enorme, Jheins no dejaba de señalarla y hacer sonidos de emoción. «¿Quieres subir, pequeño aventurero?», le preguntó Papá Samuel con una sonrisa. Y aunque Jheins no podía responder con palabras, sus ojos lo decían todo.
Mamá Miriam y Papá Samuel decidieron que sería una buena idea subir todos juntos. Así que, con Jheins en los brazos de su papá, se dirigieron hacia la fila de la rueda. Mientras esperaban su turno, Jheins miraba con asombro cómo la rueda giraba lentamente, llevando a las personas hacia lo más alto.
Finalmente, llegó su turno. Subieron a una de las canastillas, y la rueda comenzó a girar suavemente. A medida que subían, el parque entero se hacía más pequeño y podían ver el paisaje a su alrededor. «¡Mira, Jheins, estamos volando!», dijo Mamá Miriam, señalando las montañas a lo lejos. Jheins miraba todo con los ojos bien abiertos, maravillado por la altura y las luces que empezaban a brillar mientras el sol se ocultaba.
La rueda se detuvo por un momento cuando estaban en la cima, y en ese instante, Jheins soltó una pequeña risita. Era como si comprendiera lo grande y emocionante que era el mundo a su alrededor. Papá Samuel y Mamá Miriam se miraron, sabiendo que ese momento quedaría grabado para siempre en sus corazones.
Después de la rueda, caminaron un poco más por el parque. Jheins ya empezaba a sentirse cansado, pero seguía señalando y mirando todo con curiosidad. Antes de irse, decidieron hacer una última parada en la tienda de recuerdos, donde compraron un peluche de un osito para Jheins, como recuerdo de su primer gran día en el parque de diversiones.
De regreso a casa, Jheins se quedó dormido en su sillita del coche, abrazando su osito y con el globo azul aún en sus manitas. Papá Samuel y Mamá Miriam se miraron y sonrieron, sabiendo que habían hecho a su pequeño muy feliz.
Esa noche, mientras Jheins dormía profundamente en su cuna, sus papás no podían dejar de hablar sobre lo bien que se lo habían pasado. «Este ha sido solo el primer día de muchas aventuras, ¿verdad?», dijo Mamá Miriam. «Así es», respondió Papá Samuel, «Jheins tiene todo un mundo por descubrir».
Y así, el pequeño Jheins soñó con globos, carruseles y la gran rueda de la fortuna, mientras su osito de peluche lo acompañaba en todas sus futuras aventuras.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.