Cuentos de Aventura

El gran golpe bajo la luna llena

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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Era una noche clara y estrellada, y la luna llena brillaba intensamente en el cielo. Tres amigos inseparables, Agustín, Gonzalo y Sergio, estaban sentados en la terraza de la casa de Agustín, mirando el paisaje que se extendía frente a ellos. La brisa suave movía las hojas de los árboles y el canto lejano de los grillos creaba una atmósfera mágica.

—¿Sabías que hay un tesoro escondido en el bosque? —preguntó Gonzalo, con una sonrisa traviesa en el rostro.

—¿Un tesoro? —exclamó Sergio, sus ojos brillando de emoción—. ¡Eso suena increíble! ¿De dónde lo escuchaste?

—Lo escuché de mi abuelo —respondió Gonzalo—. Dice que hace muchos años, un grupo de aventureros escondió un cofre lleno de monedas de oro y joyas en algún lugar del bosque detrás de la colina.

Agustín se inclinó hacia adelante, interesado. Había cierta chispa de aventura en el aire, algo que atraía a los jóvenes exploradores.

—¿Y cómo encontraremos ese tesoro? —preguntó con entusiasmo.

—Mi abuelo también mencionó un mapa —dijo Gonzalo, emocionado—. Dijo que el primer paso para encontrarlo es conseguir un viejo mapa que, según él, estaba escondido en el desván de su casa.

—Entonces, ¡tenemos que ir a buscarlo! —declaró Agustín, sintiendo que la luna llena iluminaba su espíritu aventurero.

Esa misma noche, decidieron que la mañana siguiente sería la perfecta para ir a la casa del abuelo de Gonzalo. Al amanecer, los tres amigos se reunieron en la puerta de la casa de Agustín, listos para emprender su aventura. Los rayos del sol comenzaban a calentar la fresca mañana, y la emoción llenaba el aire.

El viaje hacia la casa del abuelo de Gonzalo era corto pero lleno de risas y juegos. A medida que caminaban, cada uno compartía historias sobre tesoros escondidos, piratas y exploradores valientes. Por fin, llegaron a una hermosa casa de madera, cubierta de enredaderas y flores que parecían contar historias de antaño.

—Vamos, ¡a buscar ese mapa! —dijo Gonzalo, abriendo la puerta de la casa.

Subieron al desván, que estaba lleno de polvo y llena de cajas apiladas. La luz del sol entraba por una pequeña ventana, creando un ambiente misterioso y acogedor. Con cada caja que abrieron, descubrían objetos sorprendentes: un viejo telescopio, libros polvorientos y juguetes de madera que habían visto mejores días.

—No hay mapa aquí —dijo Sergio, un poco decepcionado—. ¿Estás seguro de que tu abuelo lo guardó aquí?

Gonzalo miró a su alrededor con atención. De repente, su mirada se posó en una caja al fondo, más oscura que las demás. Sin pensarlo dos veces, corrió hacia ella y la abrió. Dentro encontró un rollo de papel amarillento.

—¡Miren esto! —gritó, desenrollando el papel con cuidado. Un mapa antiguo apareció ante sus ojos. Había dibujados caminos, montañas y un «X» marcado en un lugar específico del bosque.

—¡Es el mapa del tesoro! —exclamó Agustín, saltando de emoción—. ¡Vamos a buscarlo!

Los tres amigos se miraron con complicidad y salieron rápidamente de la casa, despidiéndose del abuelo de Gonzalo que los observaba con una sonrisa sabia. El clima era perfecto y el sol brillaba en lo alto, guiándolos en su búsqueda.

El bosque que se extendía detrás de la colina era denso, lleno de árboles altos y sonidos de la naturaleza. Mientras se adentraban, la emoción crecía en sus corazones. Agustín tenía el mapa en su mano, con los ojos fijos en la dirección que debían seguir.

—¡Aquí! —gritó Agustín, señalando un hito en el mapa—. Tenemos que caminar hacia el este durante media hora y después girar a la izquierda donde encontramos un viejo roble.

La caminata se llenó de risas, anécdotas y un toque de aventura. Se ayudaban unos a otros a cruzar pequeños arroyos y trampas naturales, disfrutando del aire fresco y del canto de los pájaros. Todo parecía perfecto, pero de repente, Gonzalo se detuvo.

—¿Escucharon eso? —preguntó, mirando a sus amigos preocupadamente.

Todos se quedaron en silencio. Un sonido sutil, casi como un crujido, llegó desde detrás de un arbusto.

—Es solo el viento —dijo Sergio, tratando de calmar a su amigo—. Sigamos adelante.

Avanzaron unos pasos más, pero el sonido volvió a sonar. Gritos de alegría se convirtieron en murmullos de confusión y algo de miedo.

—Quizá deberíamos regresar —sugirió Agustín inseguro—. Esto puede no ser tan seguro…

—¡No! —interrumpió Gonzalo, decidido—. Tenemos que descubrir qué es. Seamos valientes.

Y así, a pesar de su miedo, se acercaron al arbusto. Con un gesto valiente, Gonzalo lo apartó y, para su sorpresa, se encontraron con una pequeña criatura. Era un mapache herido, con una patita atrapada en una trampa de metal.

—¡Pobrecito! —exclamó Sergio con compasión—. Tenemos que ayudarlo.

Con mucho cuidado, los amigos se arrodillaron, y Agustín usó un palo para abrir la trampa. El mapache, agradecido y asustado a la vez, se alejó rápidamente, mirándolos a los ojos antes de desaparecer entre los árboles.

—¡Lo logramos! —gritó Sergio, sintiendo que su valentía había valido la pena.

Gonzalo sonrió, y se dieron cuenta de que su acto de bondad les había dado un impulso de energía que los llenaba de determinación. Continuaron su camino, siguiendo las indicaciones del mapa.

Después de caminar un rato más, llegaron a un claro donde se alzaba un enorme roble. Agustín miró el mapa y dijo:

—¡Aquí es! La «X» está justo debajo de este árbol.

Los amigos comenzaron a cavar con las manos y unas ramas que encontraron cerca. La tierra era dura y les costaba trabajo, pero su entusiasmo era tal que no se rendían. Después de un rato, el sudor comenzó a caerles por las frentes, y la emoción seguía creciendo.

De repente, la pala de Sergio golpeó algo duro.

—¿Qué es eso? —preguntó Gonzalo, con los ojos abiertos como platos.

Sergio siguió cavando, y pronto desenterraron un viejo cofre de madera adornado con hierro oxidado. Sus corazones latían con fuerza mientras intentaban abrirlo. Gonzalo encontró un viejo candado, y Agustín recordó algo que había leído en un libro de cuentos sobre tesoros escondidos.

—Debemos resolver un acertijo para abrirlo. Siempre hay un acertijo —dijo, mirando al cofre como si supiera que tendría que enfrentar algo antes de obtener su recompensa.

Con un poco de esfuerzo, encontraron una inscripción en la tapa del cofre:

«Soy ligero como una pluma, pero aún el hombre más fuerte no puede sostenerme por mucho tiempo. ¿Qué soy?»

Los tres amigos se miraron entre sí, desconcertados. Luego, Sergio levantó la mano con una sonrisa.

—¡Es el aliento! —dijo emocionado—. ¡Es eso!

Rápidamente, Agustín pronunció la respuesta en voz alta, y ante su sorpresa, el candado del cofre se abrió con un «clic». Con todas sus fuerzas, levantaron la tapa y, para su sorpresa, dentro había un montón de monedas antiguas, joyas brillantes y un montón de papeles amarillos con historias de aventuras.

—¡Increíble! —gritaron a la vez, llenos de alegría y asombro.

Aquela noche del bosque les había regalado no solo un tesoro material, sino una inolvidable aventura. Decidieron que compartirían el tesoro con el abuelo de Gonzalo, y juntos contarían la historia del mapache, del acertijo y, sobre todo, de la fuerza de la amistad.

De regreso, bajo la luz de la luna llena, los tres amigos no solo llevaban moneditas doradas y joyas brillantes, sino recuerdos que durarían para siempre. Y mientras la luna los iluminaba, el verdadero tesoro se hacía evidente: las aventuras que vivirían juntos, el lazo eterno de la amistad y la certeza de que siempre estarían allí unos para otros, sin importar qué.

Así concluyó su gran aventura bajo la luna llena, recordándoles que la valentía y la bondad siempre son el mejor camino hacia el verdadero tesoro de la vida.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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