Un día, en un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos cristalinos, vivían tres amigos inseparables: Valery, María y Juan. Valery era una chica de 12 años con una imaginación desbordante y un espíritu aventurero. Su cabello castaño corto siempre estaba alborotado por las travesuras en las que se metía. María, un año mayor, tenía el cabello largo y negro que le caía sobre los hombros como una cascada, y siempre llevaba consigo un cuaderno donde anotaba sus pensamientos e ideas. Juan, el menor de los tres, con 10 años, tenía rizos rubios y una sonrisa contagiosa que iluminaba cualquier lugar al que iba.
Los tres amigos compartían un amor por las aventuras y solían explorar los rincones más ocultos del bosque cercano, en busca de tesoros o criaturas mágicas. Un día, mientras jugaban en una colina detrás de la escuela, encontraron algo extraño: una puerta de madera antigua, cubierta de musgo y casi oculta por la maleza. La puerta no estaba unida a ningún muro, simplemente estaba allí, de pie en medio del claro.
«¿Qué crees que sea?» preguntó Juan, inspeccionando la puerta con curiosidad.
«No lo sé, pero no parece algo común,» respondió María, anotando rápidamente en su cuaderno. «Tal vez sea una puerta mágica.»
Valery, siempre la más audaz, extendió la mano hacia la manija de la puerta. «Solo hay una manera de averiguarlo.»
Con un ligero empujón, Valery abrió la puerta, revelando un mundo completamente diferente al que conocían. El aire se llenó de colores y formas que nunca antes habían visto. Sin pensarlo dos veces, los tres amigos cruzaron el umbral y se encontraron en un lugar totalmente surrealista.
El cielo era de un azul profundo, pero estaba cubierto por números y símbolos matemáticos que flotaban en el aire. A su alrededor, el suelo estaba cubierto de figuras geométricas que se movían y cambiaban de forma continuamente. Era como si hubieran entrado en un mundo donde las matemáticas lo gobernaban todo, pero había algo extraño: nada tenía sentido.
«¿Dónde estamos?» preguntó Valery, mirando a su alrededor, confundida.
«Esto es increíble,» dijo María, maravillada por el espectáculo a su alrededor, «pero algo no está bien. Todo parece matemáticas, pero no tiene lógica.»
De repente, una figura apareció ante ellos. Era un hombre alto y delgado, con una túnica hecha de números que cambiaban constantemente. Su rostro era amable, pero sus ojos estaban llenos de preocupación.
«Bienvenidos, jóvenes aventureros,» dijo la figura, con una voz suave pero firme. «Me llamo Numerius, y este es el mundo de las Matemáticas. O, al menos, lo que queda de él.»
«¿Qué quieres decir con ‘lo que queda’?» preguntó Juan, dando un paso adelante.
Numerius suspiró. «Hace mucho tiempo, este mundo era un lugar de orden y precisión. Cada número y símbolo tenía su lugar, y juntos formaban las reglas que mantenían el equilibrio en nuestro mundo. Pero algo terrible sucedió. Las matemáticas comenzaron a desmoronarse, a perder su sentido. Los números dejaron de seguir sus propias reglas, y ahora todo está en caos.»
«¿Cómo pasó eso?» preguntó María, mientras anotaba furiosamente en su cuaderno.
«Un antiguo hechizo fue lanzado sobre nuestro mundo por un ser llamado El Anulador,» explicó Numerius. «Este hechizo hizo que las matemáticas perdieran su significado. Sin lógica, nuestro mundo se está desintegrando. Si no encontramos una solución, pronto todo desaparecerá.»
«¿Y cómo podemos ayudar?» preguntó Valery, sintiendo que esta aventura era mucho más grande de lo que habían imaginado.
«Necesito que encuentren los Fragmentos del Conocimiento,» dijo Numerius. «Son piezas antiguas que contienen la esencia de las matemáticas puras. Están esparcidas por diferentes partes de este mundo. Si las reúnen todas, podré restaurar el orden y devolverle el sentido a las matemáticas.»
Los tres amigos se miraron entre sí. Sabían que no sería fácil, pero estaban decididos a ayudar.
«¿Dónde podemos encontrar esos fragmentos?» preguntó Juan, listo para la acción.
Numerius les entregó un mapa que, en lugar de caminos, mostraba ecuaciones y fórmulas. «Este mapa les guiará. Pero tengan cuidado, El Anulador ha dejado trampas por todo el camino.»
Con el mapa en mano y un sentido renovado de propósito, los tres amigos se embarcaron en su aventura. El primer fragmento se encontraba en el Bosque de las Sumas, un lugar donde los árboles crecían en patrones de adición. Las hojas eran números que caían al suelo y se sumaban entre sí para formar nuevos árboles. Pero para llegar al fragmento, tenían que resolver un acertijo matemático que cambiaba constantemente.
«¿Cómo resolvemos esto?» preguntó Juan, mirando las sumas que se formaban y deformaban ante sus ojos.
«Tenemos que pensar de manera lógica,» dijo María, concentrándose en el mapa. «Si podemos entender la lógica detrás de estos números, podremos descifrar el acertijo.»
Trabajaron juntos, sumando y restando números hasta que finalmente descifraron el patrón. Con un destello de luz, el primer fragmento apareció ante ellos, brillando con un resplandor dorado.
«Uno menos,» dijo Valery con una sonrisa, guardando el fragmento en su mochila.
El siguiente destino era el Valle de las Multiplicaciones, un lugar donde todo se duplicaba al instante. Las montañas se multiplicaban, los ríos se bifurcaban y las criaturas se duplicaban. Era un caos, pero entre toda esa confusión, los amigos debían encontrar el segundo fragmento.
«Esto es más complicado de lo que pensaba,» dijo Juan, intentando mantener el equilibrio mientras las rocas bajo sus pies se multiplicaban y cambiaban de forma.
«Solo necesitamos encontrar el patrón,» dijo María. «En la multiplicación, todo sigue una lógica. Si seguimos la secuencia correcta, llegaremos al fragmento.»
Después de lo que parecieron horas de escalar y calcular, finalmente llegaron a un lugar donde todo se multiplicaba en la secuencia correcta. Allí, en la cima de una montaña que se duplicaba infinitamente, encontraron el segundo fragmento.
«Dos fragmentos,» dijo María, sosteniendo el segundo fragmento junto al primero. «Estamos más cerca.»
El tercer y último fragmento se encontraba en el Mar de las Divisiones, un océano donde las olas se dividían una y otra vez, creando un laberinto de aguas que cambiaban constantemente. Navegar por ese mar era como intentar resolver una ecuación imposible.
«Esto es como intentar dividir por cero,» dijo Valery, frustrada mientras intentaban avanzar por las olas que seguían dividiéndose.
«No podemos rendirnos ahora,» dijo Juan. «Hemos llegado demasiado lejos.»
Finalmente, después de un arduo esfuerzo y de resolver una serie de complejas divisiones mentales, encontraron el último fragmento, flotando en una isla que se dividía y reensamblaba constantemente.
«¡Lo logramos!» exclamó María, levantando el fragmento al cielo.
Con los tres fragmentos en su poder, regresaron con Numerius. El guardián los recibió con una sonrisa, su figura ahora más sólida y menos preocupada.
«Han hecho un trabajo increíble,» dijo Numerius. «Ahora, con estos fragmentos, puedo restaurar el orden en nuestro mundo.»
Numerius unió los fragmentos, y una luz brillante envolvió todo el lugar. Los números y símbolos que flotaban en el aire comenzaron a reorganizarse, siguiendo patrones y reglas lógicas. El caos se desvaneció, y el mundo de las matemáticas volvió a ser un lugar de orden y precisión.
«Gracias, jóvenes aventureros,» dijo Numerius. «Sin ustedes, nuestro mundo habría desaparecido.»
«Nos alegra haber podido ayudar,» dijo Valery, mientras veía cómo el mundo a su alrededor se transformaba.
«Ahora, deben regresar a su mundo,» dijo Numerius. «Pero recuerden, las matemáticas no son solo números y fórmulas. Son la clave para entender el orden del universo.»
Con una última sonrisa, Numerius abrió una puerta, la misma por la que habían entrado. Los tres amigos cruzaron el umbral y se encontraron de nuevo en la colina detrás de su escuela, como si no hubiera pasado el tiempo.
«Eso fue increíble,» dijo Juan, aún asombrado por todo lo que habían vivido.
«Sí,» dijo María, cerrando su cuaderno lleno de nuevas ideas. «Y creo que hemos aprendido algo muy importante hoy.»
Valery asintió. «Las matemáticas pueden ser complicadas, pero son esenciales para que todo tenga sentido.»
Y con eso, los tres amigos regresaron a casa, sabiendo que siempre recordarían la aventura que vivieron en el mundo sin matemáticas, y cómo lograron restaurar el orden y la lógica en un lugar donde todo había perdido su sentido.





Cuentos cortos que te pueden gustar
La Aventura de los Seis
Cómo se Originó mi Comunidad
La Gran Aventura de Papá y sus Hijos
Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.