Cuentos de Brujas

Los Tres Pollitos de Colores

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de colinas verdes, tres hermanos muy traviesos llamados Felipe, Carmela y Julián. Felipe, el mayor de 10 años, tenía el cabello rojo como el fuego y un espíritu intrépido. Carmela, de 12 años, era la más astuta, con su cabello castaño siempre recogido en una trenza. Julián, el menor con solo 9 años, tenía el cabello negro y unos ojos que brillaban de curiosidad.

Los tres hermanos eran inseparables y siempre estaban ideando nuevas travesuras para divertirse. Un día, mientras paseaban por el bosque cercano a su casa, vieron a una anciana que recogía hierbas junto al sendero. Era Artemisa, una bruja conocida en el pueblo, aunque pocos la habían visto de cerca. Artemisa tenía 76 años, el cabello blanco como la nieve, y siempre vestía con una larga capa oscura que parecía moverse con vida propia.

Carmela, que era la más valiente, susurró a sus hermanos: «¿Y si le hacemos una broma a esa vieja bruja? Seguro que será divertido.» Felipe y Julián, siempre dispuestos a seguir las ideas de su hermana mayor, asintieron emocionados.

Los tres hermanos se escondieron detrás de un arbusto y comenzaron a burlarse de Artemisa. «¡Mira esa vieja bruja, con su nariz ganchuda y su capa raída!» gritó Felipe. «Seguro que se pasa el día hablando con sapos y ranas,» añadió Julián entre risas. Carmela, riendo también, lanzó un puñado de pequeñas piedras hacia la anciana.

Artemisa, al escuchar las burlas y sentir las piedras, levantó la vista lentamente. Sus ojos se entrecerraron mientras una sonrisa maliciosa se dibujaba en su rostro arrugado. Con un movimiento rápido, sacó una varita mágica que llevaba oculta en su capa. Sin decir una palabra, apuntó hacia el arbusto donde los niños se escondían.

De repente, un destello de luz rodeó a los tres hermanos. Sintieron que el mundo a su alrededor se encogía, y cuando intentaron gritar, solo salió un débil «¡Pío!» de sus bocas. Al mirarse unos a otros, se dieron cuenta de lo que había sucedido: ¡habían sido convertidos en pollitos de colores! Felipe, con su cabello rojo, se convirtió en un pollito de plumas rojas. Carmela, con su cabello castaño, ahora era un pollito marrón. Y Julián, con su cabello negro, se encontró cubierto de plumas negras y brillantes.

Los tres pollitos intentaron hablar, pero solo emitían pequeños piídos. Desesperados, comenzaron a corretear por el bosque, sin saber qué hacer. Artemisa, viendo su confusión, soltó una carcajada que resonó entre los árboles.

«Eso les enseñará a no burlarse de una bruja,» dijo Artemisa, guardando su varita. «Pero no se preocupen, pequeños pollitos. Volverán a ser niños si aprenden la lección y me ofrecen una disculpa sincera. Hasta entonces, disfruten de su nueva vida con plumas.»

Felipe, Carmela y Julián, ahora atrapados en sus pequeños cuerpos de pollitos, se miraron preocupados. Sabían que tenían que encontrar la manera de disculparse con Artemisa, pero ¿cómo podrían hacerlo si ni siquiera podían hablar?

Durante horas, los tres pollitos vagaron por el bosque, tratando de encontrar el camino de regreso a casa. El cielo comenzaba a oscurecerse y las sombras del bosque se alargaban, haciéndolos sentir aún más pequeños e indefensos.

Finalmente, lograron encontrar el sendero que los llevaba de vuelta a su hogar. Al llegar a la puerta de su casa, intentaron abrirla con sus pequeñas patas, pero era imposible. Desde adentro, oyeron la voz de su madre, Claudia, una mujer de 30 años con el cabello negro y una voz dulce que solía cantarles para dormir.

«¡Felipe, Carmela, Julián! ¿Dónde están? ¡La cena está lista!» Claudia salió a la puerta, y al no ver a sus hijos, comenzó a preocuparse. Hugo, su esposo de 37 años, un hombre de cabello rojo y gran fuerza, salió también a buscar a los niños. Pero todo lo que encontraron fueron tres pequeños pollitos de colores piando desesperados en la entrada.

«Qué raro,» dijo Hugo, recogiendo a los pollitos. «Nunca había visto pollitos de estos colores en el pueblo.»

Claudia, aunque sorprendida, los llevó adentro y les dio un poco de comida. Los tres pollitos, agotados y hambrientos, comieron en silencio, preguntándose cómo podrían hacer que sus padres los reconocieran.

Esa noche, mientras Claudia y Hugo intentaban encontrar a sus hijos, los tres pollitos se acurrucaron en un rincón, sintiéndose más solos que nunca. Entonces, Carmela tuvo una idea. Con sus pequeñas patas, comenzó a raspar el suelo, intentando formar palabras en la tierra suelta. Felipe y Julián, al darse cuenta de lo que hacía su hermana, la ayudaron.

Con gran esfuerzo, lograron formar la palabra «Bruja» en el suelo. Claudia, al verlo, quedó perpleja. «¿Bruja? ¿Qué significa esto?» preguntó en voz alta.

De repente, recordó las historias que había escuchado sobre Artemisa, la bruja del bosque. Con el corazón acelerado, Claudia comprendió lo que había sucedido. «Hugo, creo que estos pollitos son nuestros hijos. Algo les ha hecho esa bruja.»

Hugo, aunque incrédulo al principio, vio la seriedad en los ojos de su esposa y asintió. «Si esto es verdad, debemos ir a buscar a Artemisa y hacer que los devuelva a la normalidad.»

Esa misma noche, Claudia y Hugo llevaron a los tres pollitos de regreso al bosque, siguiendo las pistas que los niños habían dejado antes de ser transformados. Finalmente, llegaron a la pequeña cabaña de Artemisa, que estaba iluminada por una suave luz verde.

Artemisa los recibió con una sonrisa astuta. «¿Qué los trae por aquí a estas horas de la noche?»

Claudia, con lágrimas en los ojos, explicó lo que había sucedido. «Por favor, Artemisa, si estos pollitos son nuestros hijos, devuélvelos a su forma humana. Te lo suplicamos.»

Artemisa los miró con ojos penetrantes y dijo: «Sus hijos fueron muy crueles al burlarse de mí. Pero si de verdad han aprendido la lección, podrían volver a ser niños.»

En ese momento, los tres pollitos corrieron hacia Artemisa y comenzaron a piar con desesperación. A pesar de no poder hablar, sus pequeños cuerpos temblaban de arrepentimiento. Artemisa, conmovida por su sinceridad, agitó su varita sobre ellos.

En un instante, un destello de luz envolvió a los pollitos, y cuando la luz se desvaneció, allí estaban Felipe, Carmela y Julián, de pie en su forma humana. Los tres hermanos se abrazaron a sus padres, llorando de alegría.

«Lo sentimos mucho, señora Artemisa,» dijo Carmela, hablando en nombre de sus hermanos. «No deberíamos habernos burlado de usted. Por favor, perdónanos.»

Artemisa sonrió con ternura. «La lección ha sido aprendida. Recuerden siempre tratar a los demás con respeto, sin importar quiénes sean.»

Claudia y Hugo agradecieron profundamente a Artemisa, y juntos, con sus hijos de nuevo en forma humana, regresaron a casa. Desde ese día, Felipe, Carmela y Julián aprendieron a ser más amables y considerados, y nunca más volvieron a burlarse de nadie.

Y así, en el pequeño pueblo rodeado de colinas verdes, los tres hermanos vivieron felices, recordando siempre la lección que aprendieron gracias a la bruja Artemisa.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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