Cuentos de Aventura

El paseo de Catalina

Lectura para 2 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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Había una vez, una pequeña niña llamada Catalina. Catalina era una niña muy curiosa y alegre. Tenía dos años y le encantaba explorar todo a su alrededor. Vivía en una casa muy bonita con sus papás, Pablo y Antonela. A Catalina le encantaba pasar tiempo con ellos, pero lo que más disfrutaba era cuando salían juntos a pasear.

Un día soleado, Pablo y Antonela decidieron que era el día perfecto para llevar a Catalina a un parque nuevo que habían descubierto. Era un parque muy especial, con muchos árboles grandes, flores de todos los colores y un lago donde nadaban patitos. Catalina, al escuchar que iban de paseo, dio saltos de alegría. Sus ojitos brillaban de emoción mientras su mamá le ayudaba a ponerse su vestido favorito, un vestido lleno de flores que combinaba perfectamente con el día soleado que les esperaba.

Salieron de casa tomados de la mano, Catalina en medio, sujetando con fuerza las manos de sus papás. Mientras caminaban, Catalina no dejaba de mirar a su alrededor. Todo le parecía fascinante. Los coches, los árboles, los pájaros que volaban por el cielo, todo era motivo de sorpresa para ella.

Al llegar al parque, Catalina soltó las manos de sus papás y comenzó a correr por la hierba. El parque era aún más hermoso de lo que ella había imaginado. Había muchos niños jugando, y el aire olía a flores frescas. Catalina corrió hacia una zona donde había columpios y toboganes. Pablo y Antonela la siguieron, sonriendo al ver lo feliz que estaba su pequeña.

Catalina se subió a un columpio, y Pablo la empujó suavemente mientras ella reía a carcajadas. Después de un rato, se dirigieron al tobogán. Catalina subió con cuidado las escaleras, y cuando llegó a la cima, miró a sus papás que la esperaban abajo con los brazos abiertos. Se lanzó por el tobogán, y al llegar al final, corrió hacia ellos para darles un gran abrazo.

—¡Otra vez, otra vez! —gritó Catalina emocionada, y subió de nuevo al tobogán.

Después de jugar un buen rato, Antonela sugirió que fueran a dar un paseo por el lago. A Catalina le encantaba la idea de ver patitos, así que caminaron juntos hacia el agua. Al llegar, vieron un montón de patitos nadando tranquilamente. Catalina se quedó fascinada mirándolos, y Pablo sacó un poco de pan de su mochila para que Catalina pudiera darles de comer.

Catalina lanzó un trocito de pan al agua, y un patito nadó rápidamente hacia él. Ver cómo los patitos comían le hacía mucha gracia, y comenzó a reír a carcajadas. Pablo y Antonela la miraban con ternura, disfrutando de ese momento tan especial.

Después de alimentar a los patitos, continuaron su paseo por el parque. Descubrieron un pequeño puente que cruzaba un riachuelo, y Catalina, muy valiente, lo cruzó corriendo mientras sus papás la seguían de cerca. Del otro lado del puente, encontraron un área de picnic con una gran manta de cuadros extendida en el suelo. Decidieron que era el lugar perfecto para descansar y comer algo.

Antonela sacó una canasta con frutas, sándwiches y jugo de naranja. Se sentaron los tres juntos en la manta, disfrutando del picnic. Catalina comía con mucho gusto, mientras observaba cómo otros niños jugaban cerca de ellos. Era un día perfecto, con el sol brillando en lo alto y una suave brisa que movía las hojas de los árboles.

Después de comer, Catalina decidió que quería recoger flores para llevar a casa. Pablo y Antonela la ayudaron a buscar las flores más bonitas. Catalina eligió flores de colores brillantes: rojas, amarillas, azules y rosas. Hicieron un ramillete muy bonito, y Catalina lo sujetaba con cuidado para no aplastarlas.

Cuando el sol comenzó a bajar, Pablo y Antonela supieron que era hora de regresar a casa. Catalina, aunque estaba cansada, no quería que el día terminara. Pero sus papás le explicaron que podrían volver al parque otro día, y que siempre habría nuevas aventuras esperando por ellos.

De camino a casa, Catalina se quedó dormida en los brazos de su papá, con el ramillete de flores aún en sus manos. Pablo y Antonela se miraron y sonrieron, sabiendo que habían pasado un día inolvidable juntos.

Al llegar a casa, Pablo acostó a Catalina en su cama, y Antonela colocó las flores en un pequeño jarrón junto a la ventana. Mientras observaban a su hija dormir plácidamente, sintieron que su hogar estaba lleno de amor y felicidad.

Y así terminó el paseo de Catalina, un día lleno de risas, juegos y mucho cariño. Y aunque el día había terminado, sabían que muchas más aventuras les esperaban en el futuro.

Colorín colorado, este cuento ha terminado.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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