Elena siempre había sentido que el mundo en el que vivía no era suficiente para ella. Mientras crecía en un pequeño pueblo en las montañas, rodeada de antiguas tradiciones y costumbres familiares, su mente vagaba más allá de lo visible, hacia los horizontes que solo podía explorar en los libros. Su amor por la literatura era tan profundo como el río que serpenteaba por su aldea, pero desafortunadamente, sus deseos no coincidían con los de su familia. Para ellos, la vida de una mujer ya estaba escrita: casarse, cuidar de la casa y vivir según las normas dictadas por generaciones anteriores.
Sin embargo, Elena tenía otros planes. Quería estudiar literatura en la universidad, descubrir mundos a través de las palabras y crear sus propios universos en las páginas que tanto amaba. Pero cada vez que mencionaba sus aspiraciones, sus padres, firmes en sus convicciones, se negaban rotundamente. No entendían cómo una mujer podría encontrar su lugar en el mundo a través de los libros, cuando, según ellos, su destino debía ser mucho más tradicional.
—No es apropiado para una mujer —le repetía su padre cada vez que sacaba el tema—. La educación universitaria no es para ti. Debes concentrarte en aprender a manejar la casa. Eso es lo que realmente importa.
—Pero yo quiero escribir, quiero estudiar, quiero aprender más sobre el mundo —protestaba Elena, aunque sus palabras siempre caían en oídos sordos.
Su madre era más suave, pero igualmente firme en su postura. —Es nuestro deber como mujeres cuidar de nuestras familias, Elena. Eso es lo más importante. Los libros son bonitos, pero no te darán una vida estable.
Una tarde, mientras paseaba por el bosque cercano a su pueblo, con la cabeza llena de pensamientos y el corazón pesado por la frustración, Elena encontró algo inesperado. Al cruzar un sendero que nunca antes había visto, se topó con un puente que parecía surgir de la nada. No era un puente común. Su estructura era antigua, pero brillaba con un resplandor suave y cálido, como si estuviera hecho de magia. Tallados en las piedras que lo sostenían había símbolos que no reconocía, pero que sentía que de alguna manera entendía en lo más profundo de su ser.
Intrigada, se acercó y tocó el borde del puente. En ese momento, sintió una sacudida de energía recorrer su cuerpo, como si el puente la estuviera llamando a cruzar. Sin pensarlo dos veces, decidió seguir su instinto. Mientras avanzaba por el puente, el paisaje a su alrededor comenzó a cambiar. Las montañas y los árboles de su mundo desaparecieron, dando paso a un panorama completamente diferente: un reino lleno de criaturas fantásticas, cielos de colores imposibles y una sensación de libertad que nunca había experimentado antes.
Elena no estaba sola en esta nueva tierra. Al otro lado del puente la esperaba un joven llamado Mario, que parecía haber estado allí por mucho tiempo. Él también venía del mundo real, pero había descubierto el puente mucho antes y se había quedado, fascinado por la magia y las posibilidades que ofrecía este lugar.
—¿Qué es este lugar? —preguntó Elena, sorprendida y un poco asustada.
—Es un reino mágico —respondió Mario, sonriendo—. Es un lugar donde tus deseos más profundos pueden hacerse realidad, pero también es un lugar que te pone a prueba. No es fácil vivir aquí. Cada decisión que tomes tiene consecuencias.
Elena miró a su alrededor, maravillada por lo que veía. Aquí, las reglas de su mundo no parecían aplicarse. Podía ser quien quisiera ser, hacer lo que su corazón le dictara. Sin embargo, a medida que avanzaba más en este mundo, se dio cuenta de que no todo era tan simple como parecía.
Pronto, enfrentó su primer desafío. Un grupo de criaturas del bosque, guardianes del reino mágico, la detuvieron mientras exploraba.
—Para continuar, debes demostrar que eres digna de estar aquí —dijo uno de los guardianes, con una voz profunda y resonante—. Este reino no es para aquellos que dudan de sí mismos. Debes superar una serie de pruebas para probar tu valor.
Elena aceptó el desafío sin dudar. Sabía que este era el tipo de prueba que necesitaba para demostrar no solo a los demás, sino también a sí misma, que era capaz de luchar por lo que deseaba. La primera prueba fue de ingenio. El guardián le presentó un enigma antiguo, un acertijo que solo aquellos con un amor profundo por las palabras podían resolver.
—Tengo raíces profundas pero no me ves. Mi altura varía, pero no tengo sombra. ¿Quién soy?
Elena pensó por un momento, recordando los libros que había leído sobre acertijos. Luego, con una sonrisa, respondió:
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.