En un pequeño pueblo en las montañas de Ecuador, vivía un niño llamado Alejandro. Desde que tenía uso de razón, Alejandro soñaba con ser futbolista profesional. Cada tarde, después de la escuela, corría al campo de fútbol del pueblo, una vieja cancha con más tierra que césped, donde practicaba hasta que el sol se ponía.
Alejandro no solo jugaba por diversión; jugaba con una determinación que iba más allá de su edad. Sabía que para alcanzar su sueño, necesitaba más que talento. Necesitaba perseverancia y disciplina, cualidades que su abuelo le había enseñado desde muy pequeño.
Un día, mientras Alejandro entrenaba bajo un cielo nublado, un hombre mayor se acercó a la cancha. Era Don Ernesto, un exjugador profesional de fútbol que había vuelto al pueblo después de años de viajar por el mundo. Don Ernesto observó a Alejandro con interés, impresionado por la habilidad y la pasión del muchacho.
Después de varios minutos, Don Ernesto se acercó y le dijo a Alejandro, «Tienes un gran talento, chico. Pero el talento solo no basta. ¿Estás dispuesto a trabajar duro para alcanzar tus sueños?»
Alejandro, sin dudarlo, asintió con la cabeza, y así comenzó una nueva etapa en su vida. Don Ernesto se convirtió en su mentor, enseñándole no solo técnicas avanzadas de fútbol, sino también la importancia del juego en equipo y el respeto por los rivales.
Meses de entrenamiento se convirtieron en años, y Alejandro creció tanto en habilidad como en carácter. Su sueño de jugar profesionalmente comenzó a parecer más posible cuando, a la edad de quince años, fue seleccionado para unirse a una academia de fútbol en la capital. Fue una oportunidad que cambiaba la vida, pero también significaba dejar su hogar y a su familia.
La despedida fue emotiva. Su familia lo apoyó con lágrimas de orgullo y alegría. «Ve y haz realidad tus sueños, Alejandro. Somos tu equipo, siempre,» le dijo su madre mientras lo abrazaba fuertemente.
En la academia, Alejandro enfrentó nuevos desafíos. La competencia era feroz, y cada jugador era tan talentoso o más que él. Sin embargo, Alejandro recordaba las palabras de Don Ernesto: «El verdadero desafío no es cómo empiezas, sino cómo terminas. Persiste, aprende y nunca pierdas la pasión por el juego.»
Alejandro trabajó incansablemente, mejorando su técnica y táctica, y pronto comenzó a destacar. Su momento llegó durante un torneo nacional juvenil, donde sus habilidades impresionaron a varios buscadores de talentos. Su habilidad para cambiar el ritmo del juego, su visión en el campo y su capacidad para marcar goles cruciales llevaron a su equipo a la final.
En la final, con el marcador empatado y el tiempo casi agotado, Alejandro recibió un pase cerca del área penal. Recordando todo lo que había aprendido, dribló a dos defensores y, con un potente disparo, envió el balón al fondo de la red. Su equipo ganó el torneo, y Alejandro fue nombrado el jugador más valioso.
Después del torneo, Alejandro fue abordado por scouts de clubes profesionales. Su sueño estaba al alcance de la mano. Firmó su primer contrato profesional con el equipo de sus sueños, el mismo para el que Don Ernesto había jugado años atrás.
Alejandro nunca olvidó de dónde venía. Cada gol que marcaba, cada partido que ganaba, era un tributo a su familia, a Don Ernesto, y a su pueblo natal. Con cada juego, demostraba que los sueños, con esfuerzo y corazón, pueden hacerse realidad.
Y así, Alejandro se convirtió en un símbolo de esperanza y perseverancia para todos los que soñaban con seguir sus pasos, demostrando que no importa de dónde vienes, con pasión y dedicación, puedes alcanzar las estrellas.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.