Meilianys, Mia y Nay eran tres amigas inseparables, conocidas en su pequeño pueblo como las chicas más aventureras. No había colina, río o bosque que no hubieran explorado, pero su espíritu curioso siempre las llevaba a buscar nuevos desafíos. Un día, mientras revisaban algunos mapas antiguos que habían encontrado en la biblioteca del pueblo, descubrieron algo que despertó su interés: un antiguo templo escondido en lo profundo de la selva.
La leyenda decía que el templo había sido construido por una civilización perdida hace siglos y que guardaba un tesoro inimaginable. Sin pensarlo dos veces, las tres amigas decidieron que debían encontrar ese templo y descubrir sus secretos. Prepararon sus mochilas con provisiones, una cuerda, linternas y, por supuesto, el mapa que sería su guía en esta nueva aventura.
Al amanecer del día siguiente, se adentraron en la selva. El camino no era fácil; la vegetación era espesa y las ramas de los árboles formaban una especie de techo verde que apenas dejaba pasar la luz del sol. Pero nada de eso desanimó a las niñas. Meilianys, que era la más hábil con los mapas, lideraba el grupo. Mia, siempre práctica, llevaba la cuerda por si tenían que escalar o cruzar algún obstáculo, mientras que Nay, con su brújula en mano, se aseguraba de que no se desviaran del rumbo.
Después de horas de caminar, llegaron a un claro en medio de la selva. Allí, cubierto por enredaderas y musgo, se alzaba el templo que habían visto en el mapa. Era una estructura imponente, con muros de piedra tallados con extraños símbolos y figuras. Parecía que el tiempo había intentado borrar su existencia, pero el templo seguía resistiendo, esperando a ser descubierto nuevamente.
Las niñas se acercaron con cuidado, admirando los detalles de las inscripciones en las paredes. «Debe haber una entrada secreta en algún lugar», dijo Nay, examinando una de las paredes con más atención. Mia comenzó a caminar alrededor del templo, buscando alguna pista, y fue entonces cuando notó una piedra que parecía estar fuera de lugar en la base de la estructura.
«¡Aquí!», exclamó Mia, llamando a sus amigas. «Creo que esta piedra es una especie de botón».
Meilianys y Nay corrieron hacia ella y, juntas, empujaron la piedra. Al hacerlo, un ruido sordo se escuchó dentro del templo, y lentamente, una puerta oculta se abrió, revelando un oscuro pasadizo que descendía hacia el interior de la construcción.
Las tres se miraron, con una mezcla de emoción y nerviosismo. «Es ahora o nunca», dijo Meilianys, y con una linterna en mano, empezó a descender por el pasadizo, seguida por Mia y Nay.
El pasadizo era estrecho y húmedo, y el eco de sus pasos resonaba en las paredes de piedra. A medida que avanzaban, la oscuridad parecía hacerse más densa, pero la curiosidad y el deseo de descubrir lo que se escondía en el templo las impulsaba a seguir adelante.
Finalmente, llegaron a una gran sala subterránea iluminada por una extraña luz dorada que emanaba de una fuente en el centro. Al acercarse, vieron que la fuente estaba llena de agua cristalina, y en su fondo descansaba un objeto brillante: un medallón antiguo, decorado con las mismas inscripciones que habían visto en las paredes del templo.
«Este debe ser el tesoro del que hablaban las leyendas», susurró Nay, fascinada por la belleza del medallón. «Pero, ¿cómo lo sacamos?», preguntó Mia, mirando la fuente con cautela.
Meilianys, siempre la más lógica del grupo, observó la fuente y notó que había un patrón en las inscripciones. «Creo que debemos resolver un enigma», dijo. «Las inscripciones parecen ser un acertijo».
Juntas, se sentaron alrededor de la fuente, estudiando las inscripciones. Después de un rato, Meilianys comenzó a descifrar el mensaje: «Para obtener lo que el corazón desea, debes ofrecer lo que más valoras».
Las niñas se miraron, comprendiendo lo que significaba. Cada una de ellas tomó algo que valoraba profundamente: Meilianys ofreció su brújula, que la había guiado en muchas aventuras; Mia colocó la cuerda que siempre llevaba consigo, y Nay, después de pensarlo un poco, dejó su libreta de notas donde había escrito todos sus descubrimientos.
Al hacer esto, la luz dorada de la fuente se intensificó, y el medallón comenzó a flotar hacia la superficie. Sin dudarlo, Meilianys lo tomó en sus manos. En ese momento, un ruido ensordecedor sacudió el templo, como si las paredes estuvieran a punto de derrumbarse.
«¡Debemos salir de aquí!», gritó Mia, y las tres niñas corrieron de regreso por el pasadizo. La estructura del templo comenzó a desmoronarse a su alrededor, pero lograron salir justo a tiempo, viendo cómo el templo se hundía en la tierra detrás de ellas, como si nunca hubiera existido.
Agotadas pero triunfantes, las niñas se sentaron en el claro, recuperando el aliento. Meilianys sostuvo el medallón, que ahora brillaba con una suave luz cálida. «No solo encontramos el tesoro», dijo, «sino que también demostramos que juntas podemos superar cualquier obstáculo».
Nay y Mia sonrieron, sabiendo que esta aventura las había unido aún más. Habían enfrentado lo desconocido, resuelto un enigma antiguo y salido victoriosas. Con el medallón como recuerdo de su increíble hazaña, regresaron al pueblo, donde nadie más que ellas sabría lo que habían logrado.
Desde ese día, Meilianys, Mia y Nay continuaron explorando, siempre en busca de la próxima gran aventura. Pero ninguna fue tan emocionante como la vez que descubrieron el templo escondido de la selva.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.