Era un día soleado y lleno de posibilidades. Zoe, de 6 años, y su hermano menor Fabián, de 4 años, estaban en el jardín de su casa, listos para una nueva y emocionante aventura. Junto a ellos, como siempre, estaban sus tres leales compañeros: Paris, un hermoso golden retriever de pelaje dorado; Ivy, una pequeña terrier blanca que siempre estaba llena de energía; y Kitty, un perro grande y esponjoso con pelaje marrón, que a pesar de su tamaño era el más dulce de todos.
Zoe era la líder de las aventuras. Siempre tenía ideas brillantes y nunca se cansaba de inventar nuevas historias. Fabián, aunque más pequeño, seguía a su hermana a todas partes con los ojos llenos de admiración. Esa tarde, mientras los cinco jugaban, Zoe se acercó a su hermano con una expresión seria, como si acabara de descubrir algo muy importante.
—Fabián, ¿ves ese gran árbol al final del jardín? —dijo, señalando un viejo roble que se elevaba por encima del resto de los árboles—. No es solo un árbol. Es la entrada a un bosque mágico.
Fabián abrió los ojos de par en par. —¿Un bosque mágico?
Zoe asintió con entusiasmo. —Sí, y tenemos una misión muy importante. Debemos encontrar el río de las estrellas antes de que caiga el sol. Dicen que en sus aguas brilla un tesoro mágico.
Fabián estaba emocionado. —¿Y nuestros perros nos acompañarán?
—¡Claro que sí! Paris, Ivy y Kitty siempre están listos para ayudarnos. Ellos son nuestros guardianes en esta misión.
Y así, sin perder más tiempo, los dos hermanos y sus tres perros se dirigieron hacia el «bosque mágico», que en realidad era una pequeña parte del jardín donde los árboles eran más altos y había más sombra. Pero en su imaginación, ese lugar se transformaba en un enorme bosque lleno de árboles que susurraban, caminos escondidos y criaturas mágicas.
Mientras avanzaban, los perros corrían alrededor de ellos, olfateando y explorando cada rincón. Zoe iba al frente, con Paris a su lado, mientras Fabián caminaba más cerca de Ivy y Kitty, que siempre se aseguraban de que él estuviera a salvo.
—¡Mira eso, Zoe! —exclamó Fabián de repente, señalando un arbusto que se movía—. ¡Es un conejo gigante!
Zoe se detuvo y miró el arbusto. En su mente, no era un simple arbusto movido por el viento; era un arbusto encantado que escondía un pequeño conejo que podía hablar. —Cuidado, Fabián. Puede que ese conejo sea un guardián del tesoro.
Los dos hermanos avanzaron con cautela, y cuando el «conejo» se escabulló entre los arbustos, supieron que estaban en el camino correcto. Pero el bosque les tenía preparados más desafíos.
De repente, escucharon el suave murmullo de un arroyo. Zoe sonrió. —¡El río de las estrellas está cerca! —anunció—. Pero antes de cruzarlo, debemos resolver un acertijo.
Fabián frunció el ceño. —¿Un acertijo?
—Sí, el río no permite que cualquiera lo cruce —dijo Zoe, pensando rápido—. Solo aquellos que pueden responder correctamente al acertijo del agua. Y el acertijo es… ¿Qué cosa brilla en el cielo pero también puede verse en el agua?
Fabián se quedó en silencio por un momento, pensando. Finalmente, con una gran sonrisa, exclamó: —¡Las estrellas!
Zoe aplaudió, orgullosa de su hermano. —¡Correcto, Fabián! Las estrellas. Ahora podemos cruzar.
Con el acertijo resuelto, los hermanos y sus perros siguieron adelante hasta llegar a un pequeño arroyo en el jardín, que para ellos era el gran río de las estrellas. Sus aguas brillaban con pequeños destellos, como si realmente estuvieran llenas de estrellas.
—Tenemos que cruzarlo con cuidado —dijo Zoe—. El agua está encantada, y si nos mojamos, podríamos perder el camino de regreso.
Con Paris, Ivy y Kitty a su lado, Zoe y Fabián saltaron de piedra en piedra hasta llegar al otro lado del río, riendo emocionados cada vez que las patas de sus perros salpicaban un poco de agua.
Al otro lado del río, se encontraba una gran colina, que en la imaginación de Zoe y Fabián era una montaña inmensa. Sabían que al otro lado de la colina encontrarían el tesoro.
—Vamos, ya casi lo logramos —dijo Zoe, tomando la mano de Fabián y comenzando a subir la colina con los perros corriendo delante de ellos.
Cuando llegaron a la cima, Fabián quedó sin aliento al ver lo que había más allá. En un claro iluminado por el sol, entre flores de colores brillantes, había un pequeño cofre dorado.
—¡El tesoro! —gritó Fabián, corriendo hacia el cofre.
Zoe lo siguió con una gran sonrisa en su rostro. Los perros ladraban alegremente a su alrededor, emocionados por el descubrimiento. Cuando abrieron el cofre, no encontraron monedas ni joyas, sino algo aún más especial: dentro del cofre había una pequeña estrella brillante, que parecía hecha de luz.
—Es una estrella mágica —dijo Zoe, levantándola con cuidado—. Dicen que quien la encuentra puede pedir un deseo.
Fabián miró la estrella con asombro. —¿Qué vamos a desear, Zoe?
Zoe pensó por un momento y luego sonrió. —Creo que ya tenemos todo lo que podríamos desear. Estamos juntos, tenemos grandes aventuras y los mejores compañeros de cuatro patas. ¿Qué más podríamos pedir?
Fabián asintió. —¡Tienes razón!
Y así, con la estrella brillando en sus manos, Zoe y Fabián decidieron que su aventura había sido todo un éxito. Bajaron la colina, felices y cansados, con Paris, Ivy y Kitty a su lado. Sabían que, aunque el día terminaba, siempre podrían regresar al bosque mágico y vivir más aventuras juntos.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.