Había una vez un niño llamado Jorge que vivía en un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos. Jorge era un niño muy feliz, siempre sonriente y con ganas de descubrir cosas nuevas. Pero lo que más le gustaba en el mundo era jugar con su tren de juguete, un tren de colores brillantes que lo llevaba a lugares fantásticos en su imaginación.
Un día, mientras Jorge jugaba en su habitación, algo muy especial ocurrió. Su tren de juguete, que siempre había sido pequeño y de madera, comenzó a brillar con una luz mágica. Jorge lo miró asombrado, y antes de que pudiera decir algo, el tren creció y creció hasta convertirse en un tren de verdad, grande y brillante, justo en el medio de su habitación.
Jorge no podía creer lo que veía. ¡Su tren de juguete se había convertido en un tren mágico! Sin dudarlo, subió a uno de los vagones y, en cuanto lo hizo, el tren comenzó a moverse lentamente, saliendo por la ventana de su habitación, como si fuera la cosa más normal del mundo.
El tren, que tenía una carita sonriente en la parte delantera, silbó suavemente mientras avanzaba por los rieles dorados que iban apareciendo mágicamente frente a él. Jorge se asomó por la ventana del vagón y vio que estaban viajando por un paisaje increíblemente hermoso. Había colinas verdes cubiertas de flores de todos los colores, ríos de agua cristalina y árboles que parecían estar hechos de caramelos y piruletas.
«¡Esto es increíble!» exclamó Jorge, riendo de alegría. El tren mágico seguía avanzando, llevándolo a través de campos de girasoles gigantes y bosques donde los árboles tenían hojas que brillaban como estrellas. Todo estaba lleno de vida y color, y Jorge no podía dejar de sonreír.
Mientras el tren recorría aquel maravilloso mundo, Jorge se dio cuenta de que no estaba solo. De repente, unos pequeños animalitos comenzaron a aparecer a lo largo del camino. Había conejitos, ardillas y pajaritos de colores que seguían al tren, saltando y cantando felices. Era como si todos los seres del bosque quisieran acompañarlo en su aventura.
«¡Hola, amigos!» saludó Jorge, y los animalitos le respondieron con saltos y trinos, como si entendieran perfectamente sus palabras. El tren siguió su recorrido, y cada vez que pasaban por un nuevo paisaje, Jorge descubría algo nuevo y maravilloso.
En un momento, el tren llegó a una montaña hecha completamente de chocolate. Jorge no pudo resistir la tentación y pidió al tren que se detuviera un momento. Bajó del vagón y corrió hacia la montaña, tomando un pedazo de chocolate y probándolo. «¡Es el mejor chocolate que he probado en mi vida!», exclamó, y se llevó un trozo grande al tren para seguir disfrutándolo mientras viajaba.
El siguiente lugar al que llegó el tren era un valle lleno de dulces y golosinas. Había piruletas gigantes, ríos de jugo de frutas y árboles de galleta que crujían al caminar. Jorge se sintió como en un sueño, rodeado de tanta felicidad y colores. Tomó un helado de un árbol cercano y lo saboreó mientras el tren continuaba su camino.
Pero la aventura no terminaba ahí. Después de pasar por el valle de los dulces, el tren entró en un túnel que brillaba con luces de colores. Al salir del túnel, Jorge se encontró en un lugar completamente diferente. Era un campo lleno de globos de todos los colores que flotaban suavemente en el aire. Los globos parecían tener vida propia, y algunos se acercaron al tren, permitiendo que Jorge los tocara. Cada globo que tocaba, emitía un sonido musical, como si estuviera tocando una melodía mágica.
Jorge se dio cuenta de que cada lugar al que el tren lo llevaba estaba lleno de felicidad y alegría. Sentía que cada momento en aquel tren mágico era un regalo, algo especial que siempre recordaría. Mientras el tren seguía su recorrido, Jorge cerró los ojos por un momento y respiró profundamente, disfrutando de la paz y la felicidad que sentía en su corazón.
Finalmente, después de mucho tiempo de viaje, el tren comenzó a desacelerar. Jorge abrió los ojos y vio que estaban llegando a un lugar especial, un lugar que reconocía muy bien. Era su casa, su pequeña habitación donde todo había comenzado. El tren se detuvo suavemente, y Jorge bajó del vagón, todavía con una gran sonrisa en su rostro.
«Gracias, tren mágico», dijo Jorge, acariciando la carita sonriente del tren. «Ha sido la mejor aventura de mi vida».
El tren le devolvió la sonrisa y, poco a poco, comenzó a hacerse más pequeño, hasta volver a ser el tren de juguete que Jorge conocía. El tren de madera estaba de nuevo en el suelo de su habitación, pero Jorge sabía que siempre sería especial, porque había vivido la aventura más increíble con él.
Desde ese día, cada vez que Jorge jugaba con su tren de juguete, cerraba los ojos y se imaginaba viajando de nuevo por esos paisajes mágicos, llenos de colores, dulces y alegría. Y aunque no siempre podía verlo, Jorge sabía que el tren mágico estaba ahí, listo para llevarlo a nuevas aventuras cuando lo necesitara.
Y así, Jorge siguió siendo un niño feliz, lleno de imaginación y aventuras, sabiendo que la felicidad está en todas partes, solo hay que saber dónde buscarla.
Fin.





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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.