En un rincón apartado del mundo, donde las montañas abrazan el cielo y los ríos susurran antiguas leyendas, vivía una niña llamada Ash.
Ash era única en muchos sentidos: tenía el cabello tan negro como la noche sin luna y los ojos brillaban como estrellas fugaces. Pero lo más especial de ella era su inquebrantable espíritu aventurero.
Un día, mientras exploraba un bosque cercano a su hogar, Ash encontró un antiguo portal oculto entre la maleza. Movida por la curiosidad, cruzó el portal sin dudar. Pero al otro lado, no estaba su familiar bosque, sino un mundo completamente diferente. Ash había llegado a un país lejano, un lugar donde las casas parecían pinturas y las palabras en el aire sonaban como una melodía desconocida.
Ash se encontró en un país donde nadie hablaba su idioma. Las calles estaban llenas de gente que iba y venía, hablando en un idioma que sonaba extraño a sus oídos. Las tiendas mostraban carteles con letras que no podía leer y la comida tenía olores y sabores que nunca antes había experimentado. Ash se sintió abrumada, perdida y un poco asustada. Pero su espíritu aventurero no la dejó desanimarse.
Con determinación, Ash comenzó a buscar la manera de regresar a su hogar. Preguntó a la gente del lugar, usando gestos y dibujos, pero la comunicación era complicada. Caminando por las calles, Ash se topó con una amable anciana que vendía flores. La anciana, aunque no entendía las palabras de Ash, percibió su dilema y, con una sonrisa, le ofreció un ramillete de flores. Ash aceptó el regalo y, en ese momento, algo mágico sucedió. Al tocar las flores, Ash comenzó a comprender el idioma local. Era como si las flores hubieran desbloqueado una puerta en su mente.
Con este nuevo don, Ash pudo comunicarse con la gente del pueblo. Aprendió que estaba en un país llamado Mirandia, un lugar famoso por sus paisajes pintorescos y su cultura rica y diversa. También descubrió que para volver a su hogar, necesitaría encontrar a un misterioso ermitaño que vivía en lo alto de la montaña más alta de Mirandia, conocido por poseer un mapa que conectaba todos los mundos.
Ash emprendió el viaje hacia la montaña. En el camino, se encontró con una variedad de criaturas y personajes fascinantes. Conoció a un grupo de músicos ambulantes, quienes le enseñaron canciones del lugar y compartieron historias de sus viajes. Se cruzó con un pintor que podía dar vida a sus dibujos, y este le regaló un retrato que la guiaba en su camino.
Después de varios días de viaje, Ash llegó al pie de la montaña. La escalada no fue fácil. Se enfrentó a vientos helados, caminos estrechos y pendientes resbaladizas. Pero Ash no se rindió. Su valentía y determinación la mantuvieron avanzando, paso a paso, hacia la cima.
Finalmente, alcanzó la cima de la montaña, donde encontró al ermitaño, un hombre viejo con una larga barba y ojos llenos de sabiduría. El ermitaño escuchó la historia de Ash y, impresionado por su valentía, le entregó el mapa. Este mapa era único, estaba vivo y cambiaba constantemente, mostrando caminos y portales a mundos desconocidos.
Con el mapa en mano, Ash se preparó para regresar a casa. Pero antes de partir, el ermitaño le dio un consejo: «Cada viaje te cambia, y cada lugar que visitas deja una huella en tu corazón. No tengas prisa por regresar; el camino de vuelta también es parte de tu aventura».
Ash tomó el consejo del ermitaño en su corazón. En lugar de regresar directamente a casa, decidió explorar algunos de los mundos que mostraba el mapa. Cada mundo era una maravilla, con sus propios desafíos y alegrías. En un mundo, Ash ayudó a un pueblo a recuperar su río que un dragón había desviado. En otro, aprendió a volar con aves gigantes que hablaban su propio idioma de cantos y danzas.
A través de sus viajes, Ash creció en sabiduría y compasión. Conoció la amabilidad de extraños y aprendió el valor de la amistad y la importancia de entender y respetar otras culturas. También descubrió que, aunque hablar diferentes idiomas puede ser un desafío, la bondad y el respeto son lenguajes universales que todos pueden entender.
Finalmente, después de muchas aventuras, Ash decidió que era hora de volver a su hogar. Siguiendo el mapa, encontró el camino de regreso a su mundo. Cuando cruzó el portal de regreso, se encontró en el mismo bosque donde había comenzado su aventura. Pero ahora, veía su mundo con nuevos ojos. Todo le parecía más brillante, más colorido y lleno de posibilidades.
Al regresar a su hogar, Ash compartió sus historias y experiencias con su familia y amigos. Les contó sobre los mundos que había visitado, las personas que había conocido y las lecciones que había aprendido. Y aunque estaba feliz de estar en casa, sabía que siempre llevaría un pedazo de Mirandia y de los otros mundos en su corazón.
Ash se dio cuenta de que su aventura no había terminado, solo había tomado un nuevo comienzo. Prometió a sí misma que seguiría explorando, aprendiendo y creciendo. Y aunque no sabía qué aventuras le esperaban, estaba segura de una cosa: estaba lista para enfrentar cualquier desafío que viniera en su camino, con el mismo espíritu valiente y curioso que la había llevado a través del portal aquel día.
Y así, Ash se convirtió en más que una aventurera; se convirtió en una embajadora de mundos, un puente entre culturas y una amiga de lo desconocido. En cada nuevo amanecer, Ash miraba el horizonte, sabiendo que cada día era una oportunidad para una nueva aventura, una nueva historia que vivir y contar.
Después de su regreso a casa, Ash sintió que algo en ella había cambiado. La experiencia en Mirandia y otros mundos la había transformado. No solo había aprendido sobre otras culturas y lugares, sino que también había descubierto una fortaleza y una sabiduría en su interior que no sabía que tenía.
A medida que los días pasaban, Ash comenzó a extrañar sus aventuras. Le encantaba su hogar, pero una parte de ella anhelaba explorar nuevos mundos y vivir nuevas experiencias. Así que, una tarde, decidió abrir de nuevo el mapa mágico que el ermitaño le había dado. Esta vez, el mapa reveló la existencia de un mundo cubierto de océanos y habitado por seres marinos que vivían en ciudades submarinas resplandecientes.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.