Mi nombre es Karen Ivonn. Nací el 1 de junio de 2004, en el Estado de México, en el Hospital General No. 98, ubicado en Boulevard Coacalco Villa de las Flores. Mi madre, Ivonne Méndez Hernández, y mi padre, Carlos Alberto López Rodríguez, siempre me han contado cómo llegué al mundo. Fue un comienzo difícil, nací con un soplo en el corazón y pasé mi primer mes de vida en el hospital. Pero desde el primer día, mis padres estuvieron a mi lado, y aunque la situación era difícil, el amor que me dieron fue más fuerte que cualquier enfermedad.
Crecí en un hogar lleno de cariño y esfuerzo. Mi familia siempre ha sido trabajadora, y desde pequeña aprendí a valorar el esfuerzo y la dedicación. Vivíamos en Coacalco, en un barrio tranquilo, rodeado de amigos y vecinos que conocíamos desde siempre. Mi infancia fue feliz, aunque también enfrenté algunos desafíos, como cualquier niño.
A los tres años, empecé el kínder en una escuela llamada William Heard, ubicada también en Villa de las Flores. A esa edad, todo era nuevo y emocionante. Recuerdo el patio de la escuela, lleno de juegos y risas. Pero, al mismo tiempo, sentía cierta timidez, me costaba hacer amigos. Siempre fui una niña sensible, y no era raro que terminara llorando si algo me asustaba o si extrañaba a mis padres.
Sin embargo, hubo un momento que marcó una diferencia en mi vida. En mi último año de kínder, fui elegida para ser parte de la escolta de la generación. Fue un honor que no me esperaba. Aunque al principio tenía miedo de no hacerlo bien, mis padres me apoyaron y me animaron a dar lo mejor de mí. Con el tiempo, descubrí que tenía la capacidad de hacer cosas que nunca imaginé. Esa experiencia me dio la confianza que necesitaba para enfrentar los próximos desafíos.
Después del kínder, comencé la primaria en la escuela Simón Bolívar, también en Villa de las Flores. Recuerdo que los primeros días me sentía un poco perdida en ese lugar tan grande. Pero poco a poco, me fui adaptando, y aunque al principio me costaba hacer amigos, con el tiempo encontré a personas que se convirtieron en parte importante de mi vida.
Durante esos años, siempre tuve un sueño que me acompañaba: conocer nuevos países y algún día vivir en uno de ellos. No sabía exactamente por qué tenía ese deseo tan fuerte dentro de mí, pero algo en mi corazón me decía que el mundo era mucho más grande que la pequeña comunidad donde vivía. Soñaba con lugares lejanos, con culturas diferentes, con paisajes que solo había visto en libros o en la televisión.
A lo largo de la primaria, aprendí muchas cosas, no solo académicas, sino también valores que mis maestros y mis padres me inculcaron. Ellos siempre me enseñaron la importancia de ser honesta, respetuosa y trabajadora. Aunque había materias que me gustaban más que otras, siempre me esforcé por dar lo mejor de mí. Nunca fui fanática de la clase de educación física; me resultaba difícil y a veces sentía que no encajaba. Pero, a pesar de eso, siempre intenté cumplir con mis responsabilidades.
Mis padres, Ivonne y Carlos, fueron mi mayor apoyo. Ellos trabajaban duro para darnos a mí y a mis hermanas lo mejor, y aunque no siempre podíamos tener todo lo que queríamos, nunca nos faltó lo necesario. Mi madre era el corazón de la familia, siempre pendiente de todo y todos, mientras que mi padre era la fuerza que nos mantenía unidos. Juntos, me enseñaron el valor del trabajo en equipo y la importancia de luchar por nuestros sueños.
Un día, cuando estaba en sexto de primaria, algo cambió. Recuerdo que era un día soleado, y estábamos en el recreo. Mis amigas y yo hablábamos sobre lo que queríamos ser cuando fuéramos grandes. Mientras todas mencionaban profesiones como médicos, abogados o maestros, yo, con una voz casi tímida, dije que quería viajar por el mundo. Al principio, mis amigas se rieron un poco, diciendo que era un sueño muy loco. Pero algo dentro de mí me dijo que no debía dejar que las opiniones de los demás cambiaran lo que sentía.
Esa tarde, cuando llegué a casa, hablé con mis padres sobre mi sueño. Les conté que quería conocer otros países, aprender idiomas diferentes y, algún día, vivir en otro lugar. Mis padres me escucharon con atención. Mi madre, con esa sabiduría que siempre ha tenido, me dijo: «Karen, los sueños están para cumplirse. Si eso es lo que realmente quieres, debes luchar por ello.» Mi padre, con su voz firme, agregó: «Nunca dejes que nadie te diga que no puedes hacer algo. Si trabajas duro y te esfuerzas, puedes lograr lo que te propongas.»
Sus palabras me dieron el valor que necesitaba. A partir de ese momento, empecé a investigar más sobre los países que quería visitar. Me fascinaba leer sobre sus costumbres, su historia, su gente. Empecé a interesarme por aprender inglés, sabiendo que ese sería el primer paso para comunicarme en otros lugares.
Los años pasaron, y aunque mi vida diaria en la secundaria siguió siendo la de una adolescente normal, siempre llevaba en mi corazón ese deseo de explorar el mundo. Hice amigos, estudié, participé en actividades escolares, pero mi mente siempre volvía a ese sueño de infancia.
Cuando finalmente terminé la secundaria, mis padres me sorprendieron con una noticia que cambiaría mi vida. «Karen,» dijo mi madre un día mientras estábamos en la cocina, «hemos estado ahorrando para algo especial.» Mi padre, con una sonrisa en el rostro, agregó: «Queremos que cumplas tu sueño de viajar. Te hemos inscrito en un programa de intercambio estudiantil en Canadá.»
No podía creerlo. Mis ojos se llenaron de lágrimas de alegría y emoción. Siempre había soñado con viajar, pero nunca pensé que tendría la oportunidad tan pronto. El intercambio estudiantil sería mi primera gran aventura, mi primer paso hacia la realización de mis sueños.
El día que partí hacia Canadá fue uno de los más emocionantes de mi vida. Mis padres me acompañaron al aeropuerto, y mientras nos despedíamos, sentí una mezcla de nervios y emoción. «Recuerda quién eres y de dónde vienes,» me dijo mi madre con una sonrisa cálida. «Y no olvides que siempre estaremos aquí para ti,» añadió mi padre, dándome un fuerte abrazo.
El vuelo hacia Canadá fue largo, pero durante todo el trayecto no podía dejar de mirar por la ventana del avión, imaginando todas las aventuras que me esperaban. Llegar a un país nuevo, con un idioma diferente y una cultura distinta, fue un desafío, pero también una oportunidad increíble.
Durante mi estancia en Canadá, aprendí mucho más que solo inglés. Descubrí nuevas formas de ver el mundo, conocí a personas de diferentes países y culturas, y, lo más importante, me di cuenta de que mi sueño no era solo una fantasía de niña, sino algo que realmente podía alcanzar.
A medida que pasaba el tiempo, me adaptaba cada vez más a mi nueva vida en el extranjero. Hice amigos de diferentes partes del mundo, probé comidas que nunca había imaginado, y visité lugares que antes solo había visto en fotos. Cada día era una nueva aventura, y cada experiencia me hacía sentir más segura de mí misma.
Aunque estaba lejos de casa, nunca me sentí sola. Mantenía contacto con mis padres y hermanas a través de videollamadas, y siempre me alentaban a seguir adelante. Sabía que, aunque estaba lejos físicamente, llevaba a mi familia en mi corazón, y ellos estaban orgullosos de mí.
Finalmente, después de un año en Canadá, regresé a México con una nueva perspectiva de la vida. Mis padres me recibieron con los brazos abiertos, y aunque estaban felices de tenerme de vuelta, también sabían que mi corazón seguía buscando nuevas aventuras.
Ese viaje fue solo el comienzo. Mi deseo de conocer el mundo se hizo aún más fuerte, y desde entonces, he seguido persiguiendo mis sueños, siempre recordando las palabras de mis padres y la lección más importante que aprendí: los sueños no son imposibles si estamos dispuestos a luchar por ellos.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.