Era el primer día de clases en el Colegio Ramondi y Felipe estaba lleno de nervios y emoción. El colegio era enorme, con largos pasillos y muchas puertas, cada una llevando a una clase diferente. Felipe, con su mochila nueva y su mapa del colegio en la mano, intentaba encontrar su salón de clases. Había llegado temprano para asegurarse de que tendría tiempo de orientarse, pero cuanto más caminaba, más perdido se sentía.
Pasó por varias aulas, cada una llena de estudiantes que se saludaban y se preparaban para el nuevo día escolar. A medida que avanzaba, su corazón latía más rápido. Finalmente, se detuvo en un pasillo que parecía interminable y miró su mapa, pero no lograba entenderlo. Desesperado, dijo en voz alta:
—¡Ayuda! ¿Alguien puede ayudarme a encontrar mi salón de clase?
De repente, una voz amable y tranquila respondió detrás de él.
—Claro que sí, te ayudaré.
Felipe se dio la vuelta y vio a un chico de su misma edad con una sonrisa amistosa. Era Itham, un estudiante que ya conocía bien el colegio.
—Hola, soy Itham. Parece que necesitas un poco de ayuda para encontrar tu salón —dijo Itham con una sonrisa.
—¡Sí, por favor! Me llamo Felipe y no logro entender este mapa —respondió Felipe, mostrándole el mapa con desesperación.
Itham tomó el mapa y lo miró detenidamente.
—No te preocupes, Felipe. Te llevaré a tu salón. Sígueme.
Felipe suspiró aliviado y siguió a Itham por los pasillos. Mientras caminaban, Itham le mostró algunos de los lugares importantes del colegio: la biblioteca, la cafetería y el gimnasio. Felipe escuchaba atentamente, tratando de memorizar cada detalle. Finalmente, llegaron a una puerta con un cartel que decía «6B».
—Aquí está tu salón de clase, Felipe —dijo Itham—. Espero que tengas un gran primer día.
Felipe sonrió, aliviado y agradecido.
—¡Gracias, Itham! No sé qué habría hecho sin tu ayuda.
—No hay problema. Si necesitas algo más, estaré en el salón de al lado —respondió Itham antes de despedirse y dirigirse a su propia clase.
El día transcurrió sin contratiempos. Felipe conoció a su maestra y a sus nuevos compañeros de clase. Aunque al principio se sintió un poco nervioso, pronto se dio cuenta de que todos eran muy amables y acogedores. Durante el recreo, buscó a Itham para agradecerle de nuevo, pero no logró encontrarlo.
A medida que pasaban los días, Felipe y Itham se cruzaban de vez en cuando en los pasillos. Siempre se saludaban con una sonrisa, pero nunca habían tenido la oportunidad de hablar más. Sin embargo, Felipe sentía una conexión especial con Itham, como si una simple ayuda se hubiera convertido en el inicio de una gran amistad.
Una tarde, mientras Felipe estudiaba en la biblioteca, escuchó a unos chicos hablar sobre una antigua leyenda del colegio. Decían que en los sótanos del edificio había un tesoro escondido, dejado allí por el fundador del colegio, el legendario explorador Don Ramondi. La leyenda decía que solo aquellos con el corazón valiente y el espíritu de aventura podían encontrarlo.
Intrigado, Felipe decidió investigar más sobre la leyenda. Encontró libros antiguos que hablaban de Don Ramondi y sus viajes. En uno de los libros, encontró un mapa del colegio con un dibujo que mostraba una entrada secreta al sótano. Felipe no podía contener su emoción. Sabía que esta sería una gran aventura y quería compartirla con Itham.
Al día siguiente, durante el recreo, Felipe buscó a Itham y le mostró el mapa y los libros que había encontrado.
—Itham, he descubierto algo increíble. Hay un tesoro escondido en el sótano del colegio y creo que podemos encontrarlo —dijo Felipe con entusiasmo.
Itham miró el mapa y los libros, fascinado.
—Esto es increíble, Felipe. ¿Estás seguro de que quieres hacerlo? Podría ser peligroso.
—Lo sé, pero creo que podemos hacerlo juntos. Además, ¿no sería genial descubrir un tesoro? —respondió Felipe con determinación.
Itham sonrió y asintió.
—De acuerdo, vamos a hacerlo. Pero tendremos que planearlo bien y asegurarnos de que nadie más lo descubra.
Esa tarde, Felipe e Itham se reunieron en la casa de Felipe para planificar su aventura. Decidieron que el mejor momento para explorar sería durante la hora del almuerzo, cuando la mayoría de los estudiantes estarían en la cafetería. Prepararon una mochila con linternas, cuerdas y algunos bocadillos, listos para cualquier cosa que pudieran encontrar.
Finalmente, llegó el día de la aventura. Con sus mochilas preparadas y el mapa en mano, Felipe e Itham se dirigieron a la entrada secreta del sótano. Estaba oculta detrás de una vieja puerta en el rincón más alejado del colegio, cubierta de telarañas y polvo.
—Aquí vamos —dijo Itham, empujando la puerta con cuidado.
La puerta se abrió con un chirrido y los dos amigos entraron al oscuro y frío sótano. Encendieron sus linternas y comenzaron a explorar. El sótano estaba lleno de antiguos muebles, cajas polvorientas y pasillos laberínticos.
Mientras avanzaban, seguían el mapa que Felipe había encontrado. Pasaron por varias puertas y escaleras, hasta que llegaron a una gran sala con un pedestal en el centro. Sobre el pedestal había un viejo cofre de madera, cubierto de polvo y telarañas.
—¡Lo encontramos! —exclamó Felipe, emocionado.
Itham sonrió, pero antes de abrir el cofre, inspeccionó cuidadosamente el área.
—Espera, Felipe. Podría haber trampas.
Con precaución, Itham examinó el pedestal y el cofre. No encontró nada peligroso, así que finalmente abrieron el cofre juntos. Dentro, encontraron un montón de antiguos libros, mapas y un pequeño cofre de metal. Felipe lo abrió y descubrió monedas de oro y joyas brillantes.
—¡Es el tesoro de Don Ramondi! —dijo Felipe, asombrado.
Itham sonrió, pero también se dio cuenta de algo más. Entre los libros había un diario antiguo. Lo abrió y comenzó a leerlo en voz alta.
—Este diario es de Don Ramondi. Habla sobre sus aventuras y cómo escondió este tesoro aquí para inspirar a futuras generaciones de estudiantes a ser valientes y curiosos.
Felipe escuchaba con atención, fascinado por las palabras de Don Ramondi. Sentía que había algo especial en ese momento, algo más grande que el tesoro material.
—Tenemos que compartir esto con el colegio —dijo Felipe—. Este tesoro no es solo para nosotros, es un legado para todos.
Itham asintió, de acuerdo.
—Sí, Felipe. Esto debe inspirar a todos a ser valientes y buscar sus propias aventuras.
Regresaron a la superficie con el diario y una pequeña parte del tesoro, suficientes monedas y joyas para mostrar como prueba. Fueron directamente a la oficina del director y le contaron todo sobre su descubrimiento.
El director, sorprendido y emocionado, decidió organizar una ceremonia especial para revelar el tesoro y el diario de Don Ramondi a todo el colegio. Durante la ceremonia, Felipe e Itham fueron reconocidos como héroes por su valentía y espíritu aventurero.
A partir de ese día, el Colegio Ramondi cambió. Los estudiantes se sentían inspirados por la historia de Felipe e Itham y el legado de Don Ramondi. Comenzaron a explorar sus propios intereses y a buscar aventuras, tanto dentro como fuera del colegio.
Felipe e Itham se convirtieron en grandes amigos, inseparables y siempre en busca de nuevas aventuras. Descubrieron que la verdadera riqueza no estaba en el oro ni en las joyas, sino en la amistad y en las experiencias compartidas.
Y así, la gran aventura en el Colegio Ramondi no solo cambió la vida de Felipe e Itham, sino que dejó una marca indeleble en todos los que tuvieron el privilegio de escuchar su historia. Una historia de valentía, amistad y la búsqueda interminable de nuevas aventuras.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.