En un rincón mágico del bosque, vivía un pequeño grillo llamado Grillos. Grillos era muy curioso y siempre estaba buscando nuevas cosas por aprender. A diferencia de otros grillos que preferían cantar y saltar, a Grillos le encantaba explorar y descubrir los secretos del bosque. Su lugar favorito era un claro escondido, lleno de flores de todos los colores, donde podía observar el mundo y leer libros antiguos que encontraba en su camino.
Un día, mientras exploraba cerca del río cristalino, Grillos encontró un pequeño libro con una portada muy colorida. En la tapa del libro se leía: «La Magia de los Números». Intrigado, Grillos abrió el libro y vio que estaba lleno de dibujos y símbolos extraños. Eran números, pero Grillos nunca había aprendido a contar más allá de diez. Decidió que era hora de embarcarse en una nueva aventura: aprender a multiplicar.
Grillos se sentó en una roca cerca del río y comenzó a leer el libro. Al principio, las palabras y los números parecían confusos, pero Grillos no se desanimó. Sabía que aprender algo nuevo siempre requería esfuerzo y paciencia. Mientras leía, sus amigos del bosque comenzaron a acercarse. Las mariquitas, las mariposas y las abejas se sentaron alrededor de Grillos, curiosas por saber qué estaba haciendo.
—¿Qué estás leyendo, Grillos? —preguntó una mariquita llamada Lala.
—Es un libro sobre números —respondió Grillos—. Estoy aprendiendo a multiplicar. ¿Quieren aprender conmigo?
Todos los insectos asintieron con entusiasmo. Les gustaba aprender cosas nuevas y siempre estaban dispuestos a ayudar a Grillos en sus aventuras. Grillos comenzó a explicarles lo que había aprendido hasta ahora.
—Multiplicar es como sumar muchas veces el mismo número. Por ejemplo, si tenemos dos grupos de tres mariquitas, eso es lo mismo que sumar tres dos veces. Así que, dos veces tres es igual a seis.
Las mariquitas se miraron unas a otras y comenzaron a contar. Efectivamente, cuando juntaron dos grupos de tres, obtuvieron seis mariquitas.
—¡Es como magia! —exclamó una mariposa llamada Miri.
Animado por el entusiasmo de sus amigos, Grillos continuó leyendo y explicando más sobre la multiplicación. Les mostró cómo podían usar sus patas para contar y hacer grupos. Los insectos practicaron haciendo grupos de flores, hojas y piedras, y pronto todos estaban sumando y multiplicando con facilidad.
Pasaron los días y el claro del bosque se convirtió en una pequeña escuela, donde Grillos era el maestro y todos los insectos eran sus alumnos. Cada día aprendían algo nuevo y se divertían haciendo ejercicios y juegos con los números. Un día, una abeja llamada Bibi tuvo una idea.
—¿Y si usamos lo que hemos aprendido para ayudar a organizar la comida del invierno? —sugirió Bibi.
Todos estuvieron de acuerdo en que era una excelente idea. Así que comenzaron a recolectar néctar, polen y hojas, y usaron sus nuevas habilidades para contar y multiplicar, asegurándose de que todos tendrían suficiente comida para el invierno. Grillos estaba muy orgulloso de sus amigos y de todo lo que habían aprendido juntos.
El verano terminó y el otoño trajo consigo colores cálidos y días más cortos. Los insectos habían trabajado duro y sus provisiones estaban perfectamente organizadas gracias a las lecciones de Grillos. Una tarde, mientras disfrutaban de una merienda en el claro, Grillos tuvo una idea brillante.
—¿Qué les parece si enseñamos a otros animales del bosque lo que hemos aprendido? —propuso Grillos—. Podríamos hacer una gran fiesta de aprendizaje, donde todos puedan conocer la magia de los números.
La idea fue recibida con aplausos y entusiasmo. Así que, con la ayuda de todos, comenzaron a planear la fiesta. Decoraron el claro con guirnaldas de flores, prepararon deliciosos bocadillos y escribieron invitaciones para todos los animales del bosque. La noticia de la fiesta se extendió rápidamente, y pronto, el claro estaba lleno de conejos, ardillas, pájaros y muchos otros animales curiosos.
Grillos y sus amigos prepararon diferentes estaciones de aprendizaje, donde enseñaban a sumar, restar y multiplicar. Había juegos, canciones y actividades para que todos pudieran aprender de manera divertida. La fiesta fue un gran éxito, y al final del día, todos los animales se habían llevado un poco de la magia de los números a sus hogares.
Grillos se sentó en su roca favorita, observando a sus amigos y a los nuevos visitantes disfrutar de la fiesta. Se sentía feliz y realizado, sabiendo que su curiosidad y deseo de aprender habían llevado a algo tan maravilloso. Había transformado el claro del bosque en un lugar de conocimiento y diversión, donde todos podían descubrir el poder de los números.
La fiesta continuó hasta que el sol comenzó a ponerse, y los animales regresaron a sus hogares, agradecidos por todo lo que habían aprendido. Grillos se quedó un momento más, contemplando las estrellas que empezaban a brillar en el cielo nocturno. Sabía que esta aventura era solo el comienzo y que había muchas más cosas por descubrir y aprender en el mundo.
Con una sonrisa en su rostro, Grillos cerró el libro de «La Magia de los Números» y lo guardó cuidadosamente. Estaba listo para su próxima aventura, y sabía que con sus amigos a su lado, no había nada que no pudiera lograr. Y así, el bosque mágico se convirtió en un lugar de aprendizaje y amistad, gracias a un pequeño grillo llamado Grillos, que un día decidió aprender a multiplicar y terminó enseñando a todos los habitantes del bosque la verdadera magia de los números.





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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.