Era una mañana despejada y soleada en el pequeño pueblo de Valle Verde. Los pájaros cantaban melodías alegres y el aire olía a flores frescas. En este encantador lugar vivían tres amigos inseparables: Jesé, Nico y Caro. Estos tres exploradores estaban siempre listos para una nueva aventura, y el día de hoy no iba a ser la excepción.
Jesé era un niño curioso con una gran imaginación. Tenía el cabello rizado y unos ojos brillantes llenos de entusiasmo. Nico, su mejor amigo, era un niño delgado con gafas que lo hacían parecer un verdadero científico. Siempre llevaba consigo una libreta en la que anotaba todas las cosas interesantes que descubría. Caro, la única niña del grupo, era valiente y creativa. Le encantaba contar historias y pintar hermosos dibujos que representaban sus sueños.
Un día, mientras jugaban en el parque, Jesé tuvo una idea brillante. «¡Vamos a explorar el Bosque Encantado de las Maravillas!» exclamó con emoción. Nico, que siempre estaba dispuesto a seguir a su amigo, empezó a anotar la idea en su libreta. Caro, entusiasmada, dijo: «¡Sí! He escuchado que en ese bosque hay criaturas mágicas y árboles que hablan. ¡Debemos ir!»
La noticia de su expedición se esparció rápidamente entre los niños del pueblo, y todos estaban emocionados. Sin embargo, había una advertencia que todos conocían: en el Bosque Encantado, uno debía ser muy amable y respetuoso con la naturaleza y sus habitantes, o de lo contrario, podrían encontrarse con problemas.
Así que los tres amigos empacaron sus mochilas con bocadillos, agua y algunas herramientas. Jesé trajo una lupa, Nico su libreta y lápices de colores, y Caro un pincel y colores. Después de despedirse de sus padres, se encaminan hacia el bosque, llenos de emoción y expectativas.
Al entrar en el bosque, se sintieron como si hubieran cruzado a otro mundo. Los árboles eran enormes, sus troncos estaban cubiertos de musgo suave y las hojas brillaban con una luz dorada. El canto de los pájaros se mezclaba con el murmullo del viento y el chirrido de otros animales que se ocultaban en la maleza.
“¡Este lugar es increíble!” dijo Jesé mientras miraba a su alrededor. Nico sacó su libreta y comenzó a dibujar el paisaje. “Mira, ¡no puedo dejar de anotar todos los detalles!” comentó entusiasmado. Caro, por su parte, ya había comenzado a pintar un gran árbol con un rostro amable, que parecía escucharles con atención. “Creo que este árbol tiene una historia que contar”, dijo.
De repente, un sonido peculiar interrumpió su concentración. Era un susurro suave, como una melodía. Los tres amigos se miraron con curiosidad. “¿Escucharon eso?” preguntó Jesé. “Sí”, respondió Nico, con los ojos bien abiertos. “Parece que viene de allí”, señaló hacia un claro en el bosque donde los rayos del sol atravesaban la copa de los árboles.
Decididos a investigar, se acercaron al claro y, para su sorpresa, encontraron un pequeño ser con alas brillantes que danzaba alegremente entre las flores. Tenía un aspecto similar al de un hada, con un vestido hecho de pétalos de flores y su cabello era largo y dorado. “Hola, bienvenidos al Bosque Encantado de las Maravillas”, dijo con una voz dulce y melodiosa. “Soy Lila, la guardiana de este bosque”.
Jesé, Nico y Caro estaban asombrados. “¡Eres un hada de verdad!” exclamó Caro, su rostro iluminado por la emoción. Lila sonrió y continuó, “Sí, pero este bosque está lleno de maravillas y desafíos. Si desean explorar más, deben demostrar su bondad y respeto por la naturaleza”.
“¡Claro que sí!” dijo Jesé, con entusiasmo. “Estamos listos para cualquier desafío”. Lila los miró con una expresión aprobatoria y les dijo: “Para comenzar, deben ayudarme a recoger flores que han caído y devolverlas a sus tallos. ¡Cada flor tiene un secreto que contar!”.
Los amigos se pusieron manos a la obra. Mientras recolectaban las flores, cada una de ellas parecía tener historias para contar. Algunas flores susurraban secretos sobre el sol, otras hablaban de cómo el viento las había llevado de paseo. Jesé, con su curiosidad natural, anotaba todo lo que escuchaba en la libreta de Nico. Caro, a su vez, pintaba cada tipo de flor y sus historias, creando un hermoso mural en su mente.
Después de un buen rato, habían recogido todas las flores caídas y las habían colocado de nuevo en sus tallos. Lila aplaudió con alegría. “¡Excelente trabajo! Ahora, como recompensa, les voy a mostrar el Lago de los Sueños.”
Los amigos estaban muy emocionados. Lila los llevó a un lugar mágico donde el agua del lago resplandecía como un espejo brillante, reflejando no solo los árboles, sino también los sueños de quienes miraban su superficie. “Si se asoman al lago y cierran los ojos, podrán ver sus sueños reflejados en el agua”, explicó Lila.
Jesé fue el primero en asomarse. Cerró los ojos y vio un mundo lleno de aventuras, donde podía volar entre las nubes y contribuir a salvar a los demás. “¡Wow! ¡Quiero ser un héroe de aventuras!” gritó. Nico, curioso, se acercó a su vez. Cerró los ojos y vio un laboratorio lleno de inventos y descubrimientos científicos. “Deseo descubrir nuevas cosas para ayudar a la humanidad”, murmuró con una sonrisa.
Finalmente, Caro se asomó al lago. Al cerrar los ojos, vio un gran libro con sus historias e ilustraciones que alegraban a cada uno de los niños que lo leían. “Quiero contar historias que hagan soñar a los demás”, dijo con un brillo en los ojos.
Lila observó a los amigos con atención y sonrió. “Cada uno de ustedes tiene un corazón lleno de sueños y deseos. Si se esfuerzan y son bondadosos, pueden hacer que sus sueños se hagan realidad”.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.