Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas y bosques, un joven científico llamado Red, que tenía 15 años y era muy curioso. A pesar de su corta edad, ya había hecho muchos experimentos increíbles en su laboratorio, un lugar lleno de frascos de colores, libros llenos de fórmulas y máquinas extrañas que silbaban y chisporroteaban. Red siempre soñaba con descubrir algo que pudiera cambiar el mundo.
Su mejor amigo era Max, un lombax de 14 años, que tenía un espíritu aventurero. Max era un animalito pequeño y peludo que siempre se estaba inventando nuevas formas de hacer las cosas. Tenía orejas grandes y una cola que se movía de un lado a otro, como un péndulo. Max y Red compartían una apasionante relación. Juntos pasaban horas explorando los bosques cercanos, recolectando muestras de plantas y animales para los experimentos de Red.
Un día, mientras exploraban un rincón del bosque que nunca habían visitado, se encontraron con una extraña puerta de arco iris. La puerta era brillante y colorida, deslumbrando con todos los colores que podías imaginar. Curiosos, Red y Max se acercaron a la puerta. Max, emocionado, decía: “¡Vamos a ver qué hay dentro! Quizás sea un mundo lleno de aventuras”.
Red, aunque un poco más cauteloso, no podía ignorar la intriga que sentía. “Podría ser peligroso, Max. No sabemos qué hay al otro lado”, dijo él. Pero la promesa de nuevas aventuras resultaba demasiado atractiva. Así que, juntos, decidieron cruzar la puerta.
Al otro lado de la puerta, se encontraron en un mundo mágico lleno de criaturas fantásticas y paisajes extraordinarios. Las flores brillaban como joyas, y el cielo estaba siempre lleno de colores del atardecer. Mientras caminaban, se dieron cuenta de que no estaban solos. Pronto se encontraron con un tercer personaje: Lila, una mariposa mágica que podía hablar. Era pequeña, con alas que reflejaban todos los colores del arcoíris, y su voz era dulce como el néctar de las flores.
“¡Hola, viajeros! Bienvenidos al mundo Arcoíris. Soy Lila. Este lugar está lleno de maravillas, pero también de desafíos. ¿Están listos para una aventura?”, dijo la mariposa. Max saltó de emoción mientras Red sonreía, intrigado por lo que Lila les podía mostrar.
Lila les explicó que el mundo Arcoíris estaba en peligro. Un oscuro hechicero había robado el color de todo el lugar, dejando muchas de las criaturas sin su esencia. “Necesitamos recuperar el Color Supremo que el hechicero escondió en la cima de la montaña más alta”, dijo Lila. La montaña estaba lejos y llena de obstáculos, pero Red y Max estaban decididos a ayudar.
Siguiendo a Lila, comenzaron su camino hacia la montaña. En su viaje, se encontraron con un río de aguas cristalinas pero turbulentas. Red utilizó su ingenio científico y, con algunos materiales que encontró a su alrededor, construyó un pequeño bote que les permitió cruzar el río. Max, emocionado, era quien remaba mientras cantaba canciones de aventura.
Al llegar a la otra orilla, un enorme y espinoso arbusto bloqueaba su camino. Max, siempre lleno de ideas, sugirió que debían encontrar una forma de apartar las espinas. Fue entonces cuando Red recordó un experimento que había realizado en su laboratorio: una mezcla de polvo de estrellas que podía hacer que las plantas crecieran rápidamente. Con algunos movimientos y un poco de magia, Red lanzó su mezcla sobre las espinas, y estas se transformaron en flores hermosas que abrían el paso.
Después de superar el arbusto, ascendieron por la montaña enfrentándose a vientos fuertes y nieves brillantes. A medida que subían, Lila compartía historias sobre el Color Supremo y el hechicero, lo que mantenía alta la motivación de los chicos. Finalmente, llegaron a la cima, donde se encontraba una gran puerta dorada. El Color Supremo estaba detrás de esa puerta.
Pero, para abrirla, debían resolver un acertijo que guardaba el hechicero. En la puerta estaba grabado el siguiente enigma: “Soy ligero como una pluma, pero miles no pesarán nada. ¿Qué soy?”. Los tres se miraron atónitos. Max pensó en voz alta: “¡Las ideas son ligeras! Pero, ¿qué tiene eso que ver con el acertijo?”. Red, recordando todas sus lecturas sobre el poder de la mente, exclamó: “¡Las ideas! La respuesta es ‘el pensamiento’”. Al pronunciar la palabra, la puerta se abrió con un resplandor brillante.
Dentro de la sala, encontraron el Color Supremo: una esfera gigante que resplandecía con todos los matices del arcoíris. Pero el hechicero apareció de repente, un hombre alto vestido de negro con una risa oscura. “Dráficos héroes, no creí que llegarían tan lejos. Pero este color me pertenece”, dijo él. Sin embargo, Red no se dejó intimidar y, utilizando su ingenio, explicó cómo el color era vital para la vida en el mundo Arcoíris y que sólo sería apreciado si era compartido. Max, lleno de valor, se interpuso entre el hechicero y el Color Supremo.
El hechicero, sorprendido por su valentía y las palabras de Red, no pudo resistir la unión de esos amigos. Finalmente, se retiró en su sombra y el Color Supremo fue liberado.
Cuando el Color Supremo volvió al mundo, todo floreció. Los árboles brillaban, los ríos danzaban y los colores regresaron a cada criatura. Red, Max y Lila celebraron su victoria, sintiéndose más unidos que nunca. “Hicimos un gran equipo”, dijo Max sonriendo, y Red asintió con satisfacción.
Finalmente, Lila llevó a los chicos de regreso a la puerta de arco iris que los había traído, y antes de cruzar, ella les dijo: “El verdadero color del mundo es la amistad, y ustedes tienen mucho de ello”. Con esas palabras, Red y Max atravesaron la puerta, llevando con ellos no solo el recuerdo de la aventura, sino también una lección valiosa.
A partir de ese día, Red y Max continuaron explorando y desarrollando su amistad, sabiendo que no importa cuán grande fuera un desafío, juntos podían superar cualquier obstáculo. La curiosidad y la aventura estaban siempre llamando a su puerta, pero era su lazo inquebrantable lo que realmente iluminaba su camino. Y así, el mundo Arcoíris quedó siempre en sus corazones, recordándoles que los verdaderos colores de la vida brotan de la amistad.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.