Érase una vez, en un pequeño pueblo rodeado por vastos campos y un enorme y misterioso bosque, vivían cinco niños llamados María, Javier, Joaquín, Manolo y Esmeralda. Eran conocidos en todo el pueblo por sus travesuras y por no escuchar nunca los consejos de sus padres, especialmente la advertencia de no adentrarse en el bosque.
Un día, impulsados por la curiosidad y el deseo de aventura, los cinco amigos decidieron explorar el bosque, a pesar de las advertencias de sus padres. Con paso decidido y corazones llenos de emoción, se dirigieron al límite del bosque, donde los árboles altos y las sombras profundas prometían misterios y secretos.
—Seguro que es solo un bosque viejo y aburrido —dijo Javier, intentando parecer valiente.
—Yo he oído que hay monstruos —susurró Esmeralda, mirando hacia las sombras que danzaban entre los árboles.
—Vamos a descubrirlo —exclamó María, siempre la más entusiasta del grupo.
Así, con una mezcla de valentía y temor, los cinco amigos se adentraron en el bosque. No habían caminado mucho cuando comenzaron a escuchar ruidos extraños y susurros entre los árboles. De repente, figuras sombrías empezaron a aparecer entre los árboles. Eran los monstruos del bosque, criaturas de formas extrañas y ojos brillantes que parecían no querer que nadie invadiera su hogar.
Los niños se asustaron mucho al principio, pero pronto descubrieron que los monstruos no eran tan malvados como parecían. De hecho, eran guardianes del bosque, encargados de protegerlo de aquellos que pudieran dañarlo.
—¿Por qué están aquí, niños? —preguntó uno de los monstruos con voz grave pero amigable.
—Queríamos explorar y vivir una aventura —respondió Joaquín, ganando un poco de confianza.
Los monstruos se miraron entre sí y, tras un breve murmullo, decidieron mostrar a los niños el corazón del bosque. Allí, en un claro iluminado por la luz que se filtraba a través de las hojas, había caballetes, pinceles y pinturas de todos los colores imaginables.
—El arte es la verdadera magia de este bosque —explicó uno de los monstruos—. Pintar puede enseñarles mucho sobre la belleza del mundo y sobre trabajar juntos.
Los niños, encantados con la idea, comenzaron a pintar bajo la guía de los monstruos. Aprendieron a mezclar colores, a ayudarse unos a otros y a apreciar el arte de cada quien. Pintaron árboles, flores, el cielo y, por supuesto, a los amigables monstruos.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.