Había una vez un niño llamado Samuel. Samuel era muy valiente y tenía un traje especial de superhéroe. Su traje era rojo y azul, y tenía una capa que brillaba como las estrellas. Samuel amaba ayudar a los demás y cuidaba mucho a su familia, amigos y a todo el mundo.
Un día, mientras jugaba en el parque, Samuel vio algo muy extraño en el cielo. ¡Eran luces de colores que bajaban y bajaban! Samuel se quitó su gorra y miró muy bien. De repente, unas naves espaciales pequeñas y redondas aterrizaron en la tierra. ¡Eran extraterrestres de Marte! Eran pequeñitos, de color verde y con ojos grandes. Parecían un poco confundidos, pero también un poquito traviesos.
Samuel no se asustó. Sabía que tenía que proteger la Tierra. Así que se puso su capa y salió corriendo para hablar con los extraterrestres. «Hola, soy Samuel. ¿Qué hacen aquí?», les preguntó con una sonrisa. Los extraterrestres, que se llamaban Zipo, Lala y Piti, dijeron que venían de Marte porque querían conocer nuevos amigos y jugar.
Pero pronto Samuel notó que no todos los marcianos eran como Zipo, Lala y Piti. Otros extraterrestres, mucho más grandes, querían tomar el planeta para ellos, y no querían compartir ni jugar. Ellos decían que la Tierra era demasiado bonita y que debía ser suya. Samuel se puso muy serio y dijo: «No se puede tomar sin pedir permiso. La Tierra es de todos, y aquí todos podemos vivir en paz.»
Samuel decidió que debía proteger la Tierra de la invasión. No estaba solo, porque muchos niños y niñas también querían ayudar. Samuel usó su capa mágica para volar y correr muy rápido. Voló alto, muy alto, hasta la luna, y desde allí podía ver todas las naves de Marte que llegaban. Entonces, con su voz fuerte, les habló a los extraterrestres grandes: «¡Paren! No pueden lastimar nuestro planeta ni a sus habitantes.»
Los extraterrestres grandes se sorprendieron de la valentía de Samuel. Nunca habían visto a alguien tan pequeño y tan fuerte. Entonces, Samuel tuvo una idea. Invitó a todos, los extraterrestres grandes y pequeños, a jugar un juego muy divertido: el escondite cósmico. «Si ustedes ganan, pueden quedarse a visitarnos, pero si nosotros ganamos, deben irse de vuelta a Marte y no volver a molestar.»
Los extraterrestres aceptaron. Samuel contó hasta diez mientras todos ellos se escondían por el parque, los árboles, y hasta detrás de las nubes. Samuel usó su supervista para encontrarlos uno a uno, siempre con mucha alegría y risas. Poco a poco, encontró a todos los extraterrestres traviesos.
Al final, Samuel ganó el juego. Pero en lugar de enojarse, dijo: «¿Ven? Jugar juntos es mucho mejor que pelear. Ustedes pueden visitarnos y ser nuestros amigos siempre.» Los extraterrestres grandes sonrieron y dijeron que sí.
Entonces, todos bailaron, jugaron y se divirtieron bajo el cielo azul. Samuel enseñó a los extraterrestres buenos juegos de la Tierra, y ellos enseñaron a Samuel juegos de Marte. Todos aprendieron que la amistad es más fuerte que cualquier pelea.
Al caer la noche, los extraterrestres se despidieron con abrazos y prometieron volver solo para jugar. Samuel estaba feliz porque había salvado a la Tierra, no con peleas, sino con juegos y amistad. Se puso su capa y voló hacia su casa, donde su mamá lo esperaba con un abrazo grande y cálido.
Desde ese día, Samuel supo que ser un superhéroe no solo era tener fuerza, sino también tener un corazón amable y valiente. Y así, la Tierra siguió siendo un lugar feliz, donde todos, grandes, pequeños, humanos y extraterrestres, podían vivir y jugar juntos en paz.
Y colorín colorado, esta aventura se ha terminado.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.