Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos cristalinos, vivían dos niños muy especiales llamados Aymi y George.
Aymi era una hermosa niña de seis años, de piel morena, pelo negro y sonrisa encantadora. Le encantaba leer cuentos, dibujar y explorar la naturaleza. Mientras que George, su pequeño hermano de tres años, era un adorable niño de piel rosada y ojos vivaces. Siempre estaba hasta tarde jugando con sus muñecos de dinosaurios y súper héroes, su risa contagiosa llenaba de alegría a todos en su hogar.
Un día, Aymi y George se embarcarían en la que sería la mayor aventura de sus vidas. Pero antes de eso, iban a pasar un día normal, lleno de risas y juegos como siempre.
Aymi despertó temprano esa mañana. Como solía hacer, fue al cuarto de George y lo despertó suavemente. Ambos se cepillaron los dientes, se vistieron para el desayuno y bajaron las escaleras. En la cocina, su padre, Jorge, les había preparado su desayuno favorito.
Después de desayunar, salieron a jugar con sus primos Matthias y Piero que habían venido a visitarlos. Los cuatro niños se divirtieron jugando con Cabo, el perro juguetón blanco y esponjoso de Matthias y Piero. Corrieron juntos, se lanzaron al agua y construyeron castillos de arena.
La diversión en la playa continuó hasta que el sol comenzó a ocultarse. Finalmente, exhaustos pero felices, todos volvieron a la casa.
Ya el día siguiente, mientras los niños jugaban, sus padres les revelaron una sorpresa que habían estado planeando: iban a ir a una larga caminata familiar al día siguiente. Los niños saltaron de alegría al escuchar la emocionante noticia, especialmente Aymi y George, quienes nunca antes habían hecho una caminata tan extensa.
La mañana de la caminata, el aire estaba fresco y brillante. Los niños se levantaron emocionados y corrieron a la cocina, donde desayunaron con sueño pero entusiasmo.
Juntos, la familia comenzó su viaje, riendo y cantando canciones mientras caminaban por entre las bellezas de la naturaleza. Vieron mariposas y aves, ríos y cascadas, flores y árboles. Los niños correteaban por todos lados, llenos de energía a pesar de la larga distancia que recorrieron.
El viaje fue agotador pero divertido. La familia descubrió nuevos lugares, atravesó densos bosques, escaló altas colinas y descansó a la sombra de los árboles. Aymi y George, a pesar de cansarse, siguieron adelante, impulsados por la emoción de la aventura.
Al final del día, llegaron a la cima de una colina desde donde podían ver todo el pueblo. Fue un momento mágico. Se sentaron a descansar y a tomar un bocado, disfrutando de la vista panorámica. Aymi y George miraban asombrados, sintiendo una sensación de alegría y orgullo por haber llegado tan lejos. Había sido un día lleno de emociones y esfuerzo, pero definitivamente valió la pena.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.