Había una vez un niño llamado Guille que amaba el sonido dulce de un ukelele y el brillo cálido de una guitarra. Guille vivía en una casita llena de risas junto a su papá, Sergio; su mamá, Griselda; y su hermanita bebé, a quien cariñosamente llamaban “Beba”. Cada mañana, el sol entraba por la ventana de su cuarto y Guille despertaba cantando una pequeña canción que él mismo inventaba con su ukulele de madera clara.
Un día, mientras desayunaban unas galletitas de avena recién horneadas, Guille miró por la ventana y vio un gran arcoíris que salía de su jardín. “¡Mamá, papá, mirad! ¡Un arcoíris en nuestro jardín!” exclamó con los ojitos brillantes. Griselda sonrió y dijo: “¿Qué te parece si vamos juntos a descubrir de dónde viene ese arcoíris mágico?” Sergio asintió y alzó en brazos a Beba, que miraba todo con curiosidad.
Los cuatro salieron al jardín. El césped estaba suave y lleno de flores de todos los colores, donde las mariposas revoloteaban felices. Guille llevaba su ukulele colgado al hombro y Sergio sostenía su guitarra favorita. Griselda cargaba a Beba en un portabebés, y en el suelo quedó un pequeño plato con galletitas para el camino.
Empezaron a caminar hacia el arcoíris, siguiendo su brillante sendero. Cada paso era una nota musical: “ding, dong, ding”, parecían decir las pequeñas flores al mecerse, y Guille tocaba una melodía suave para acompañarlas. Beba sonreía y hacía sonidos como “goo-goo” al ritmo de la canción.
De pronto, junto a un árbol frondoso, apareció un conejito blanco con manchas marrones. Tenía una pequeña guitarra colgada al cuello. “¡Hola!”, dijo el conejito con voz dulce. “Me llamo Nabo”. Guille se acercó emocionado. “¡Hola, Nabo! A mí me gusta mucho tocar el ukulele, y a mi papá la guitarra. ¿Quieres unirte a nuestra aventura?”
Nabo asintió y, con cuidado, sacó de su guitarra un delicioso panecillo que cheiraba a miel. “Es un panecillo mágico del bosque, para compartir. Si lo partimos, siempre habrá panecillos nuevos.” Sergio cortó el panecillo en tres y repartió pedacitos: uno para él, otro para Griselda y el último para Guille. Beba dio una risita y movió las manitas.
Juntos, el conejito y la familia continuaron siguiendo el arcoíris. En el camino, se toparon con un estanque donde nadaban patitos amarillos. “Cuac, cuac”, cantaban los patitos, como si pidieran un acompañamiento musical. Guille se detuvo y tocó una melodía suave en su ukulele, mientras Sergio hacía acordes tranquilos en su guitarra. Los patitos les siguieron nadando, formando un coro flotante.
Tras el estanque, vieron una colina donde crecía un gran roble. De entre sus raíces salió despacio un erizo llamado Erizo Tito. “Buenas tardes. Soy Tito el erizo. He venido porque escuché una canción hermosa.” Guille sonrió y ofreció la púa de su ukulele para Tito, que la tomó con cuidado y la guardó en una pequeña hoja. “La guardo como recuerdo de vuestra música.”
Con Tito incluido, la familia y Nabo siguieron el camino. Pronto, llegaron al final del arcoíris, donde encontraron un cofre de madera lleno de galletitas decoradas con notas musicales. Las galletitas brillaban con colores pastel, y al morderlas, sabían a fresa, vainilla y miel. Guille gritó de alegría: “¡Es el tesoro musical!” Todos se sentaron en círculo: Sergio, Griselda, Guille, Beba en el regazo de su mamá, Nabo y Tito. Compartieron las galletitas mientras tocaban una alegre canción.
Cuando terminaron de cantar, el arcoíris comenzó a desvanecerse suavemente en el cielo celeste. Guille guardó su ukulele y miró con ternura a su familia. “Gracias por venir conmigo”, dijo. Griselda le abrazó y le susurró: “Gracias a ti, mi amor, por llenar nuestra vida de música.” Sergio besó la frente de Beba y añadió: “Esta ha sido la mejor aventura que podíamos compartir juntos.”
Antes de regresar a casa, Nabo entregó a Guille un pequeño trébol de cuatro hojas. “Para que tengas siempre buena suerte y muchas canciones nuevas.” Tito el erizo sonrió y dijo: “Y un recuerdo de nuestra gran aventura.” Guille colocó el trébol en su bolsillo, junto con la púa que le dio Tito.
De vuelta en casa, la familia se sentó al atardecer en la sala, donde sopló una suave brisa. Guille miró a su hermanita y comenzó a tocar una última melodía, la más dulce de todas, que hablaba de amistad, galletitas y arcoíris. Beba aplaudía con sus manitas y soltaba risitas felices.
Cuentos cortos que te pueden gustar
La Gran Aventura de Ali y Pil
El Misterio del Reloj Encantado
Pinceladas de alegría bajo el sol radiante
Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.