Cuentos de Aventura

La Isla de los Dinosaurios Perdidos

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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Mike, Micki y Jone siempre habían sido amigos inseparables. Desde pequeños, compartían una pasión por la aventura y los dinosaurios. Pasaban horas en el sótano de la casa de Mike, rodeados de libros y figuras de dinosaurios, imaginando que algún día podrían descubrir una especie nueva. A medida que crecieron, su interés se convirtió en algo más serio. Empezaron a investigar y recopilar información sobre lugares inexplorados, y así fue como un día encontraron un mapa antiguo que les cambiaría la vida para siempre.

El mapa hablaba de una isla olvidada en algún rincón remoto del océano, una isla donde los dinosaurios no solo no se habían extinguido, sino que habían evolucionado en formas que la ciencia aún no conocía. Era la aventura perfecta, pero sabían que necesitarían más que entusiasmo para llevarla a cabo. Necesitaban un guía.

Fue entonces cuando conocieron a Rival, un hombre misterioso que había viajado por todo el mundo en busca de lo desconocido. Rival había escuchado rumores sobre esa isla durante años, pero nunca había encontrado la manera de llegar hasta allí. Cuando los chicos le mostraron el mapa, su mirada se iluminó. Decidió unirse a ellos y ayudarles a alcanzar su objetivo.

Después de meses de preparación, finalmente llegó el día. Subieron a un gran barco que habían alquilado con sus ahorros y los fondos que Rival había conseguido. Era un barco lo suficientemente grande como para llevar todos los suministros, incluyendo un todoterreno que les sería útil en la isla. Mientras el barco surcaba las olas, los chicos no podían contener su emoción. Micki, la más curiosa del grupo, no dejaba de hacer preguntas a Rival sobre lo que podrían encontrar.

—¿Crees que de verdad habrá dinosaurios en la isla? —preguntó Micki con los ojos brillando de emoción.

Rival, siempre enigmático, sonrió ligeramente antes de responder.

—No lo sé, pero algo me dice que estamos a punto de descubrir algo que nadie ha visto en millones de años.

El viaje en barco duró varios días. Durante el trayecto, el grupo planeó cada detalle de la expedición. Jone, el más práctico de todos, se encargó de revisar los suministros y asegurarse de que tenían todo lo necesario para sobrevivir en la isla. Mike, por su parte, estudiaba el mapa una y otra vez, tratando de memorizar cada detalle.

Finalmente, una mañana, cuando el sol apenas asomaba en el horizonte, vieron la isla. Era mucho más grande de lo que habían imaginado, con montañas que se elevaban hasta el cielo y una densa jungla que parecía impenetrable. Mientras el barco se acercaba, los chicos pudieron distinguir una playa de arena blanca, y en ella, algo que los dejó sin aliento: un dinosaurio.

Era un Ameliosaurio, una criatura enorme y pacífica, de largos cuellos y cuerpo robusto. Estaba comiendo tranquilamente las plantas que crecían cerca de la playa. Los chicos no podían creer lo que veían. Estaban tan emocionados que casi olvidaron que estaban a punto de desembarcar.

—Es increíble… —susurró Mike, sin apartar la vista del dinosaurio.

Pero su asombro no duró mucho. De repente, de entre los árboles, apareció un Tarbosaurio, un depredador feroz y mucho más grande que el Ameliosaurio. Los chicos contuvieron la respiración mientras veían cómo el Tarbosaurio se lanzaba sobre el Ameliosaurio. Parecía que todo estaba perdido para la criatura herbívora, pero justo cuando el Tarbosaurio estaba a punto de atacar, apareció la familia del Ameliosaurio.

Un grupo de Ameliosaurios más pequeños, pero igualmente impresionantes, salió de la jungla y rodeó al Tarbosaurio. El depredador, sorprendido por la aparición de tantos defensores, dudó por un momento. Los Ameliosaurios comenzaron a lanzar potentes rugidos, y el Tarbosaurio, a pesar de su tamaño y ferocidad, decidió retroceder. Finalmente, se dio la vuelta y se adentró en la jungla, buscando un bocado más fácil.

Los chicos quedaron maravillados por lo que acababan de presenciar. Estaban emocionados, pero también comprendieron que la isla no era un lugar seguro. Debían ser cautelosos si querían sobrevivir.

Después de desembarcar y asegurarse de que el todoterreno estaba listo, se adentraron en la jungla. La vegetación era tan densa que apenas podían ver el cielo, y los sonidos de la fauna prehistórica resonaban a su alrededor. Cada paso que daban les acercaba más a lo desconocido, pero también aumentaba la tensión.

Durante horas, avanzaron por terrenos difíciles, cruzando ríos y sorteando pantanos. Rival, que parecía tener un sexto sentido para este tipo de lugares, los guiaba con confianza. A medida que se adentraban más en la isla, comenzaron a notar que los dinosaurios no eran los únicos peligros que enfrentaban. Había trampas naturales, como grietas ocultas y plantas venenosas, que hacían del lugar un verdadero desafío.

Al caer la tarde, decidieron acampar cerca de un río. Mientras Micki y Jone montaban las tiendas, Mike y Rival fueron a recoger leña. Mientras lo hacían, escucharon un sonido extraño que provenía del otro lado del río. Al acercarse, vieron algo que los dejó perplejos: un Parasaurolophus, un dinosaurio herbívoro conocido por la cresta en forma de trompeta en su cabeza, estaba bebiendo agua del río. Pero algo no estaba bien. El animal parecía nervioso, como si estuviera huyendo de algo.

De repente, el sonido de hojas crujientes los alertó. Desde la otra orilla del río, un grupo de Smilodones, los temibles tigres dientes de sable, apareció en escena. Los chicos habían leído sobre estos depredadores, pero verlos en persona era otra cosa. Los Smilodones eran enormes, con colmillos largos y afilados que sobresalían de sus mandíbulas.

El Parasaurolophus, al ver a los Smilodones, intentó escapar, pero era demasiado tarde. Los depredadores saltaron sobre él, y en cuestión de segundos, la escena se convirtió en un caos de rugidos y movimiento. Mike y Rival, conscientes de que no podían hacer nada para salvar al dinosaurio, retrocedieron lentamente, asegurándose de no llamar la atención de los Smilodones.

Regresaron al campamento con una mezcla de asombro y preocupación. Mike, que siempre había soñado con ver dinosaurios, se dio cuenta de que la realidad era mucho más dura de lo que había imaginado. Esta isla, aunque fascinante, era peligrosa, y cada día que pasaran allí sería una lucha por la supervivencia.

Esa noche, alrededor del fuego, discutieron sus planes para el día siguiente. Rival sugirió que se dirigieran hacia el interior de la isla, donde el mapa indicaba la presencia de una gran montaña. Según las leyendas, esa montaña era el hogar de las criaturas más antiguas y poderosas de la isla. Micki, aunque asustada, estaba decidida a seguir adelante. Jone, siempre el más sensato, propuso que avanzaran con cautela y se mantuvieran siempre cerca del todoterreno.

Al amanecer, empaquetaron el campamento y continuaron su viaje. A medida que se acercaban a la montaña, el paisaje comenzó a cambiar. La jungla densa dio paso a un terreno rocoso y accidentado, y el aire se volvió más fresco. La montaña se elevaba imponente ante ellos, y en sus laderas se podían ver figuras que parecían moverse.

—¿Qué crees que encontraremos ahí arriba? —preguntó Jone, tratando de ocultar su nerviosismo.

—Solo hay una manera de averiguarlo —respondió Rival, mientras aceleraba el todoterreno hacia la montaña.

El camino era cada vez más empinado y difícil, pero finalmente llegaron a una meseta cerca de la cima. Desde allí, podían ver toda la isla, con sus ríos serpenteantes, junglas interminables y playas de arena blanca. Pero lo que más llamó su atención fue lo que encontraron en la meseta: un gigantesco nido de dinosaurio.

El nido estaba vacío, pero las marcas en el suelo indicaban que recientemente había habido una criatura enorme allí. Mike, que no podía contener su emoción, comenzó a investigar las huellas. Eran mucho más grandes que cualquier cosa que hubieran visto hasta ahora.

—Debe ser un dinosaurio gigantesco —dijo, mientras tomaba fotos y anotaba detalles en su cuaderno.

De repente, un rugido ensordecedor resonó en el aire. Los chicos se congelaron. El sonido venía de la montaña, y era tan fuerte que hacía temblar el suelo bajo sus pies. Rival les hizo señas para que se escondieran detrás de unas rocas, y todos obedecieron sin hacer preguntas.

Lo que vieron a continuación fue algo que nunca olvidarían. Una criatura colosal, un híbrido entre un dinosaurio y algo aún más antiguo, emergió de una caverna en la montaña. Tenía la altura de un edificio de tres pisos, con escamas gruesas y afiladas, y ojos que brillaban con una inteligencia casi humana. Este ser, que los chicos identificaron más tarde como un «Giganotosaurus», parecía ser el rey indiscutible de la isla.

El Giganotosaurus se acercó al nido, olfateando el aire con cautela. Aunque no los había visto, los chicos sabían que solo era cuestión de tiempo antes de que los descubriera. Micki, con el corazón latiendo a mil por hora, tomó la mano de Mike, mientras Jone sostenía una roca, listo para cualquier cosa.

Pero antes de que el Giganotosaurus pudiera hacer algo, otro rugido resonó en la meseta. Esta vez, era diferente, más agudo, como un grito de advertencia. De las sombras apareció otro dinosaurio, pero este era más pequeño y ágil, con plumas de colores brillantes que decoraban su cuerpo. Era un «Deinonychus», un cazador astuto y feroz.

El Giganotosaurus retrocedió un paso, sorprendido por la aparición del Deinonychus. Los dos dinosaurios se enfrentaron en un duelo de miradas, mientras los chicos observaban con fascinación y miedo. Finalmente, el Giganotosaurus decidió que no valía la pena el enfrentamiento y se retiró lentamente hacia la caverna de donde había salido.

El Deinonychus, satisfecho de haber ahuyentado al gigante, lanzó un último rugido de victoria antes de desaparecer en la jungla. Los chicos, todavía temblando por la emoción, aprovecharon el momento para salir de su escondite y regresar al todoterreno.

—Nunca había visto algo así… —susurró Micki, mientras miraba a sus amigos.

—Ni yo —respondió Mike—, pero esto solo demuestra lo poco que sabemos sobre esta isla.

Con el corazón aún latiendo con fuerza, decidieron que era hora de regresar al campamento base. Habían visto más de lo que esperaban, y sabían que debían compartir sus descubrimientos con el mundo. Pero, al mismo tiempo, comprendieron que esta isla debía permanecer en secreto, al menos hasta que pudieran encontrar una manera de proteger a las criaturas que vivían allí.

El regreso fue más rápido de lo que esperaban. Quizás era el deseo de salir de la isla lo que los impulsaba, pero también había un respeto renovado por los peligros que habían enfrentado. Al llegar a la playa, vieron su barco anclado, esperando para llevarlos de vuelta a la civilización.

Rival, que había permanecido en silencio durante gran parte del viaje de regreso, finalmente habló cuando subieron a bordo.

—Lo que hemos visto aquí… cambiará todo lo que sabemos sobre el pasado. Pero también debemos ser cuidadosos. No podemos permitir que este lugar caiga en las manos equivocadas.

Los chicos asintieron. Sabían que lo que habían encontrado en la isla era un tesoro, no solo para la ciencia, sino para la humanidad. Pero también entendieron que ese tesoro debía ser protegido a toda costa.

Mientras el barco se alejaba de la isla, Mike, Micki, Jone y Rival miraron hacia atrás, hacia el lugar donde habían vivido la aventura más grande de sus vidas. Sabían que algún día regresarían, pero hasta entonces, guardarían su secreto y se prepararían para las nuevas aventuras que les esperaban.

Fin.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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