Había una vez, en un lugar muy especial llamado el Reino de la Música, una princesa llamada Lyra. Pero Lyra no era una princesa común, ella era la princesa del sonido, encargada de cuidar la magia que hacía que todas las notas, los instrumentos y los ritmos vivieran en armonía. En su reino, las melodías flotaban en el aire como mariposas y las canciones iluminaban los días. En el centro del castillo se encontraba el Gran Pentagrama del Reino, un pergamino mágico con las notas más importantes que mantenían equilibrada toda la música del lugar.
Un día, cuando el sol apenas comenzaba a brillar, Lyra descubrió que algo terrible había ocurrido: las notas del Gran Pentagrama habían desaparecido por completo. Sin las notas, los instrumentos perdían su sonido, las melodías se rompían y el ritmo desaparecía. Era como si el corazón musical del reino estuviera detenido. Preocupada, Lyra decidió que debía encontrar cada nota perdida para devolverles su lugar y restaurar la armonía.
Lyra tomó su varita mágica que emitía suaves sonidos y con un suspiro valiente comenzó su aventura. Su primera pista la llevó hacia el Bosque de los Ecos, un lugar donde todas las voces y sonidos se repetían una y otra vez entre los árboles. Allí, al fondo de un claro, encontró a un pequeño ruiseñor llamado Solfeo. Solfeo estaba triste porque una nota muy alta, la nota «Do», se había escondido y él no podía cantar bien sin ella.
—¿Has visto la nota «Do»? —preguntó Lyra con dulzura—. El Gran Pentagrama la necesita mucho.
—Sí —respondió Solfeo—, la vi volar hacia la Cueva de los Susurros, justo al otro lado del bosque.
Agradecida, Lyra se despidió del ruiseñor y caminó hasta la Cueva de los Susurros. Al entrar, el eco de cada paso hacía que su varita brillara. Allí encontró a la nota “Do”, una pequeña esfera brillante que vibraba con timidez.
—¡Gracias por encontrarme! —dijo la nota “Do” con una voz melodiosa—. Me había escondido porque un murmullo extraño me asustó.
—No te preocupes —dijo Lyra sonriendo—. El Gran Pentagrama te necesita para que la música pueda volver a brillar. Ven conmigo.
Y así, con la nota “Do” en su varita, Lyra siguió su viaje por el reino. La segunda nota perdida fue la nota “Re”, que se había enredado en las ramas de un viejo árbol gigante en el Bosque de los Suspiros. Allí conoció a un zorro llamado Rítmico, que movía la cola siguiendo el pulso de los latidos del bosque.
—Lyra, para liberar la nota “Re” hay que encontrar el mejor ritmo —dijo el zorro—. Si hacemos juntos un ritmo fuerte y claro, la nota caerá del árbol.
Lyra y Rítmico comenzaron a golpear piedras, aplaudir y pisar el suelo con fuerza. Pronto, el árbol comenzó a vibrar y la nota “Re” cayó, flotando feliz en el aire. Lyra la atrapó con cuidado y agradeció al zorro que la acompañó en esta parte del viaje.
Siguió luego hacia el lago Armonía, un lugar donde el agua cantaba canciones suaves. Allí la nota “Mi” se había quedado atrapada bajo el agua y no podía subir a la superficie. Para rescatarla, Lyra necesitó la ayuda de un pez brillante llamado Arpegio.
—Yo puedo saltar alto y traer la nota hacia fuera —propuso Arpegio—, pero necesito que tú hagas sonar la flauta de viento para que el agua se calme y me permita subir.
Lyra sacó su flauta y tocó una melodía suave que parecía calmar las olas. Arpegio nadó con rapidez y atrapó la nota “Mi”, que brillaba con luz de estrella. Juntos regresaron hacia la orilla y, con un gesto, Lyra llevó la nota hacia su varita.
El viaje no era fácil, pero Lyra sentía que cada vez estaba más cerca de restaurar la armonía del Reino. Más adelante, en las praderas del Sonido, se encontró con una liebre llamada Melodía que estaba jugando con la nota “Fa”. La nota rebotaba entre las flores, muy juguetona.
—No puedo atraparla —dijo la liebre—. Es muy veloz, parece que le encanta jugar.
Lyra sonrió y tuvo una idea.
—Vamos a hacer un juego entonces —propuso—. Si te gano en rapidez, me das la nota “Fa”. Pero si tú ganas, me enseñas cómo bailar a ritmo de las mariposas cantarinas.
Corrieron, dieron vueltas y brincaron entre las flores. Al final, Lyra logró atrapar la nota “Fa” mientras reía feliz con su nueva amiga. Sintiéndose más cercana que nunca a cumplir su misión, siguió su camino.
La nota “Sol” estaba escondida en la Torre del Trueno, donde las tormentas siempre cantaban canciones fuertes y retumbantes. Lyra casi se rinde ante el fuerte viento y el ruido, hasta que un búho sabio de ojos grandes llamado Compás salió volando para ayudarla.
—Debemos encontrar el momento justo entre los truenos para escuchar la nota “Sol” —dijo Compás—. Cuando el silencio llegue, atraparemos la nota.
Lyra y Compás esperaron en silencio entre los relámpagos. De repente, una suave nota brillante apareció bailando entre nubes oscuras. Lyra emitió un sonido con su varita y la nota “Sol” bajó flotando hasta sus manos.
Solo faltaban dos notas: “La” y “Si”. Para encontrarlas, Lyra tuvo que ir a la Montaña de los Ritmos Perdidos, un lugar lleno de tambores gigantes y vientos cantores. Allí el guardián de la montaña, un león llamado Tempo, no la dejó pasar sin antes hacerla pasar una prueba.
—Si quieres ver las notas “La” y “Si”, deberás crear conmigo un ritmo que haga bailar incluso a las piedras —dijo Tempo con voz profunda—. Solo quien entienda el corazón del ritmo puede continuar.
Lyra escuchó en su interior y comenzó a cantar una canción con las notas que ya había recuperado: “Do, Re, Mi, Fa, Sol”. Tempo comenzó a golpear su pecho al ritmo de la canción. En poco tiempo, todos los tambores de la montaña vibraban al unísono, haciendo que la tierra temblara suavemente y un brillo dorado iluminara el cielo.
De repente, aparecieron las notas “La” y “Si”, rodeadas de luces doradas y bailando con alegría. Lyra las atrapó y por fin tenía todas las notas del Gran Pentagrama.
Sin perder tiempo, regresó al castillo del Reino de la Música y colocó cuidadosamente cada nota en su lugar en el Gran Pentagrama. Tan pronto como la última nota quedó fija, una ola de sonido brillante recorrió todo el reino, haciendo que los instrumentos tocaran melodías hermosas, las aves cantaran armonías y cada rincón brillara con la magia del sonido.
Lyra sonrió satisfecha, porque había comprendido algo importante en su aventura: la música no solo se trata de notas y sonidos, sino también de amistad, valentía y alegría para compartir con todos.
Desde ese día, Lyra siguió siendo la princesa del sonido, pero además se convirtió en la guardiana de las aventuras y los ritmos que mantenían vivo y feliz al Reino de la Música, donde todas las notas siempre encontrarían su lugar y donde cada canción tendría un corazón bien fuerte.
Y así, la armonía nunca volvió a perderse. Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.