Había una vez, en un rincón muy especial del mundo, una selva misteriosa llena de árboles altos, ríos brillantes y criaturas asombrosas. Esta selva estaba habitada por unos amigos muy queridos: Birro, el pequeño pájaro de colores brillantes; Ronsoco, el amable y divertido coati; Taricaya, la tortuga sabia que siempre tenía un buen consejo; y Piwi, una ardilla juguetona que nunca dejaba de reír.
Un día, mientras todos se reunían cerca de un hermoso lago que reflejaba el cielo azul, Birro, que era el más curioso de todos, sugirió una aventura. «¡Amigos! ¿Qué tal si exploramos la parte más profunda de la selva? He escuchado rumores de un lugar mágico donde los árboles cantan y las flores bailan con el viento», decía Birro emocionado.
Ronsoco, que siempre estaba listo para divertirse, saltó de emoción. «¡Eso suena estupendo! ¡Voy a contarles a todos los animales de la selva sobre nuestra expedición!», dijo mientras correteaba en círculos.
Taricaya, que siempre pensaba un poco más antes de actuar, se unió a la conversación. «Es una gran idea, pero debemos tener cuidado. La selva puede ser peligrosa y es importante que trabajemos juntos». Sus palabras eran sabias, y los amigos asintieron con la cabeza.
Piwi, con su energía inagotable, chasqueó sus pequeños dedos. «¡Yo puedo correr adelante y avisar a todos si encontramos algo interesante!» dijo saltando entre los árboles.
Así, decidieron que partirían al amanecer. Durante toda la noche, Birro no paró de pensar en lo que podrían encontrar. Tal vez había un árbol que contara historias o una río que los guiara con melodías.
Cuando llegó la mañana, los amigos se reunieron y empezaron su aventura. Primero, cruzaron un pequeño puente de madera que los llevó a un sendero cubierto de hojas brillantes. El aire estaba lleno de cantos de pájaros y sus risas. Birro volaba por encima de ellos, buscando el camino correcto.
De repente, Piwi se detuvo. «¡Miren! ¡Hay algo brillando entre los arbustos!» exclamó mientras corría hacia el destello. Ronsoco se acercó también y, cuando llegaron al lugar, encontraron una pequeña piedra reluciente. «¡Es hermosa!», dijo Ronsoco.
«Es la piedra del deseo», explicó Taricaya. «Pero debemos tener cuidado. Los deseos pueden ser traviesos». Birro, emocionado, dijo, «¿Y si pedimos poder volar por todo el mundo?»
Ronsoco pensó por un momento y dijo, «Tal vez mejor pedir un deseo que nos ayude a todos». Taricaya asintió, «Sí, debemos ser responsables con lo que pedimos».
Finalmente, decidieron que todos juntos pedirían que la selva siempre estuviera llena de alegría y amistad. Así, se pusieron en círculo, tomaron la piedra y cerraron los ojos. “Deseamos que siempre haya alegría en nuestra selva y que todos los amigos se cuiden unos a otros”, dijeron al unísono.
En ese momento, un suave viento comenzó a soplar, las hojas de los árboles empezaron a moverse y un dulce canto llenó el aire. Cuando abrieron los ojos, la piedra brillaba aún más. “¡Lo logramos!”, gritó Piwi mientras saltaba de felicidad.
Siguieron su camino, sintiéndose emocionados por lo que habían deseado. Después de unas horas, llegaron a una parte más densa de la selva, donde los árboles eran tan altos que parecían tocar el cielo. De repente, oyeron un sonido extraño. Era un murmullo que venía de un lado. Curiosos, fueron hacia el ruido.
Allí encontraron a un pequeño mono que parecía triste. «¿Qué sucede?», le preguntó Ronsoco. El mono, que se llamaba Tico, les respondió: «He perdido a mi juguete favorito, un pequeño tambor que me regaló mi mamá. Sin él, no puedo jugar».
Birro se sintió muy compasivo. “No te preocupes, ¡nosotros te ayudaremos a buscarlo!” dijo evitando que Tico se sintiera triste. Todos se pusieron a buscar el tambor por los alrededores. Miraron debajo de las hojas, detrás de los árboles y hasta en el agua del lago cercano.
Después de mucho buscar, Taricaya vio algo brillante en el agua. «¡Miren! Creo que puede estar allí», dijo señalando con su pata. Todos se acercaron y, efectivamente, allí estaba el tambor, llenándose de agua.
Ronsoco se metió en el agua y lo sacó con cuidado. El tambor estaba un poco sucio, pero todavía sonaba muy bien. Tico saltó de alegría y le dio las gracias a sus nuevos amigos. «No sé cómo agradecerles. Ustedes son los mejores», dijo sonriendo.
«Lo hicimos juntos, y así es como debe ser», respondió Piwi, dando una vuelta en círculos por la felicidad. «Cuando hay amistad y ayuda mutua, ¡no hay nada que no podamos hacer!».
Mientras los amigos continuaban su aventura, se sintieron aún más unidos que antes. Cada uno de ellos había aprendido que la amistad era una parte importante de la selva y de todo lo que hacían juntos. La selva, con sus misterios y sonidos, palpitaba de alegría en su corazón.
Finalmente, cuando el sol comenzó a ocultarse detrás de los árboles, decidieron que era hora de regresar. Habían vivido una gran aventura y, sobre todo, habían hecho un nuevo amigo. Tico se unió a ellos en su camino de vuelta, disfrutando del viaje y de las risas que compartían.
Al llegar al lago donde todo comenzó, miraron las estrellas que comenzaban a brillar en el cielo. “Hoy fue un día increíble”, dijo Birro. Ronsoco asintió, “Sí, y recordaremos este día por siempre”.
Taricaya sonrió, “La selva nos ha enseñado que con amor y amistad, siempre encontramos la felicidad”. Y así, bajo el manto de estrellas, los cuatro amigos y su nuevo compañero se sintieron agradecidos, sabiendo que juntos podrían enfrentar cualquier aventura que la vida les presentara.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.