Fernando Dufur caminaba nerviosamente hacia la imponente puerta de la Academia Solaris, la escuela más prestigiosa de la ciudad. El sol brillaba intensamente en el cielo, pero para Fernando, la luz parecía demasiado brillante y pesada, como si le pesara en los ojitos y en el corazón. Su cabello despeinado parecía bailar con el viento y la ropa que llevaba era mucho más grande que su cuerpo flacucho, haciendo que se sintiera pequeñito y un poco invisible en aquel lugar tan grande y extraño.
Durante años, Fernando había soñado con pertenecer a un lugar así, lleno de guerreros valientes que destacaban por su fuerza y habilidades especiales. Imaginaba que en la Academia Solaris aprendería a ser fuerte también y que tendría muchos amigos valientes a su lado. Pero ahora que estaba a punto de entrar, se preguntaba si realmente era el lugar adecuado para él.
«E-esta es… la academia. Todos aquí son fuertes… ¿Qué hago yo?» murmuró Fernando para sí mismo, tragando saliva mientras sentía cómo sus manitas temblaban. En ese instante, un grupo de alumnos se cruzó en su camino. Eran muy grandes, casi dos cabezas más altos que él, con músculos enormes y llenos de energía. Al verlo, comenzaron a reírse.
«¡Miren! ¡Se va a romper cargando su mochila!» dijo uno de ellos, señalándolo mientras sus compañeros se carcajeaban. Fernando se encogió, bajando la cabeza con una gota de sudor deslizándose por su frente. “Solo tengo que entrar…” pensó, aunque el miedo y la vergüenza lo invadieron como una sombra oscura.
Sin embargo, justo cuando estaba a punto de darse la vuelta para irse corriendo, oyó una voz dulce y segura que lo llamó.
—¡Hey, espera! —dijo una niña con una sonrisa brillante y ojos llenos de confianza. Tenía el cabello recogido en una coleta y llevaba puesta una camiseta azul que parecía brillar al sol. —No dejes que ellos te asusten.
Fernando levantó la vista y vio que la voz venía de una niña que caminaba con paso firme hacia él.
—Yo soy Zayra —se presentó, extendiendo su mano pequeña para saludar—. ¿Quieres que te acompañe?
Fernando sintió como una chispa de valor crecía en su pecho. Aceptó la mano de Zayra y juntos se dirigieron hacia la entrada de la Academia. Zayra le contó que ella también había tenido miedo cuando llegó por primera vez, pero que había descubierto que el lugar guardaba secretos mágicos que ayudaban a todos a descubrir lo valientes que podían ser.
Al cruzar la puerta, apareció otra niña con una sonrisa traviesa y un montón de preguntas en los ojos.
—Soy Mónica —dijo mientras les daba una palmada en la espalda—. ¿Y tú quién eres?
—Fernando —respondió él con voz baja, pero agradecido por la compañía.
—¡Qué bien, Fernando! No te preocupes, aquí todos empezamos siendo un poco inseguros —explicó Mónica—. Pero verás que la aventura está en aprender y descubrir lo que tú puedes hacer.
Mientras caminaban por los pasillos enormes, sintiendo la sombra del miedo desaparecer poco a poco, se unieron a ellos dos chicos más. Uno se llamaba Pablo y era muy divertido, siempre con una sonrisa y un chiste listo para hacer reír a todos. El otro era Ludmila, una niña tranquila pero muy observadora, que parecía saber muchas cosas sobre la Academia Solaris.
Los cinco caminaron juntos hasta llegar a un gran patio donde varios estudiantes practicaban diferentes habilidades. Algunos levantaban pesadas piedras, otros corrían muy rápido y otros mostraban destreza con espadas de madera. Fernando miró todo con asombro, pero también con un poco de duda.
—¿Crees que yo podré hacerlo? —preguntó tímidamente.
Zayra sonrió y le dijo:
—Claro que sí, Fernando. Cada uno en esta Academia tiene su propio poder, y tu poder también está dentro de ti. Sólo tienes que encontrarlo.
Mónica añadió:
—Sí, y no es necesario ser el más fuerte para ser valiente.
Pablo bromeó:
—¡Y si te caes, no te preocupes! Lo importante es que te levantes.
Ludmila los observaba con una expresión amable y les dijo:
—Aquí nadie juzga, todos aprendemos juntos.
Fernando sintió cómo una llama de esperanza encendía su corazón. Decidió intentarlo. Los demás lo acompañaron a la primera clase, donde el maestro habló sobre valentía y amistad. Durante las semanas siguientes, Fernando empezó a aprender a escuchar su corazón, a descubrir que ser valiente no significaba no tener miedo, sino enfrentarlo a pesar de él.
Un día, mientras practicaban en el bosque cercano a la Academia, un grupo de estudiantes intentaba cruzar un río peligroso. Fernando estaba a un lado, observando cómo otros saltaban de piedra en piedra. De repente, escuchó a Zayra gritar.
—¡Fernando, ayúdanos, por favor!
Al mirarlos, vio que Pablo había perdido el equilibrio y estaba a punto de caer al agua. Sin pensarlo dos veces, Fernando corrió hacia él y estiró las manos, logrando tomarlo justo a tiempo. Los demás miraron sorprendidos y agradecidos.
—¡Lo lograste, Fernando! —dijo Ludmila sonriendo—. ¡Eres muy valiente!
Fernando se sonrojó y por primera vez, se sintió orgulloso. Entendió que no necesitaba ser el más fuerte para ser un guerrero de verdad. Su fuerza estaba en su corazón, en su amistad y en sus ganas de ayudar.
Desde aquel día, Fernando no sólo fue un alumno más de la Academia Solaris, sino un verdadero amigo para Zayra, Mónica, Pablo y Ludmila. Juntos demostraron que la verdadera grandeza no está en los músculos ni en las habilidades, sino en el valor de enfrentar los miedos y apoyarse unos a otros.
Al pasar el tiempo, Fernando se convirtió en un guerrero diferente, uno que sabía que la sombra del miedo puede ser enorme, pero también que la luz del coraje, la amistad y la confianza puede hacerla desaparecer para siempre.
Y así, en la Academia Solaris, donde el sol brillaba más fuerte que nunca, Fernando y sus amigos descubrieron que la aventura más grande está dentro de cada uno de nosotros, esperándonos para ser vivida con una sonrisa y un corazón valiente.
Desde entonces, Fernando ya no sentía miedo ni inseguridad al entrar a la escuela más prestigiosa de la ciudad. Ahora caminaba con paso firme y cabeza en alto porque sabía que ser valiente y fuerte no era ser el más grande o más fuerte, sino creer en uno mismo y en sus amigos.
Y colorín colorado, esta historia de amistad y coraje había comenzado.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.