Cuentos de Aventura

La Tempestad que Anida Dentro de Mí

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 4 minutos

Español

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Leo y Linda eran dos amigos inseparables que vivían en un pequeño pueblo rodeado de montañas y bosques exuberantes. Cada tarde después de la escuela, se aventuraban a explorar los rincones ocultos de la naturaleza, siempre llenos de curiosidad por descubrir algo nuevo. Leo era un chico soñador, de cabello rizado y ojos llenos de chispa, mientras que Linda era aventurera y valiente, siempre lista para enfrentar cualquier desafío que se les presentara.

Un día, mientras caminaban por un sendero forestal, se encontraron con un viejo mapa arrugado que parecía perdido. El mapa estaba cubierto de símbolos extraños y líneas enredadas, y al mirarlo de cerca, Leo y Linda se dieron cuenta de que mostraba un camino hacia un lugar que claramente no era común: la Cavernas del Eco Perdido. La leyenda decía que estas cuevas guardaban un secreto increíble, uno que podía abrir las puertas a nuevas aventuras.

“¡Mira, Linda! Este mapa podría llevarnos a un tesoro!”, exclamó Leo emocionado. Luces de entusiasmo brillaban en sus ojos. Linda, aunque escéptica, no pudo resistir la emoción de la exploración. “¿Y si es peligroso?”, cuestionó, pero la idea de una aventura superó sus temores. Así que, armados con este nuevo hallazgo, decidieron seguir el mapa al día siguiente.

Al amanecer, Leo y Linda se encontraron en la plaza del pueblo, cada uno llevando una mochila llena de suministros: agua, bocadillos y, por supuesto, sus linternas. El primer paso en el mapa los llevó hacia el espeso bosque que rodeaba las montañas. Mientras caminaban, los árboles formaban un dosel denso que filtraba la luz, creando sombras misteriosas en el suelo.

“Escucha”, susurró Linda, haciendo una pausa. Se podía oír un murmullo suave, como el sonido de un agua que fluye. “¿Qué será eso?” Leo sonrió. “Tal vez es una pista que nos lleva a la cueva”. Sin dudar, ambos se dirigieron hacia el sonido. Después de caminar un rato, encontraron un pequeño arroyo cristalino que brillaba bajo la luz del sol. El agua danzaba sobre las piedras, creando un hermoso espectáculo.

Al cruzar el arroyo, el mapa los llevó a una colina que debía ser escalada. Mientras subían, la emoción crecía. Pero, al llegar a la cima, se dieron cuenta de que no estaban solos. Un extraño animal los miraba fijamente. Era una criatura pequeña, con pelaje suave y orejas grandes y puntiagudas. “¡Es un mormo!”, exclamó Leo. Los mormos eran muy raros y se decía que eran guardianes de secretos en el bosque. “¿Tú quién eres?”, preguntó Linda, cautivada por su apariencia.

El mormo se acercó lentamente. “Soy Nubo”, dijo con una voz suave. “He estado esperando a alguien como ustedes. La Tempestad que Anida Dentro de Mí está a punto de desatarse, y solo aquellos con un corazón valiente pueden ayudar”. Leo y Linda se miraron incrédulos. “¿Qué significa eso?”, inquirió Leo con curiosidad.

Nubo les explicó que la Tempestad era un fenómeno que podía liberar tormentas mágicas. Sin embargo, había una manera de controlarla: debían encontrar tres cristales mágicos esparcidos por las Cavernas del Eco Perdido. Solo reuniendo los cristales podrían calmar la Tempestad y evitar que causara estragos en el bosque y el pueblo.

Linda sonrió, sintiendo que la aventura se volvía aún más emocionante. “¡Claro que vamos a ayudar! ¿Cómo encontramos esos cristales?” Nubo, contento por la valentía de los niños, les tendió una pequeña brújula. “Esto les guiará”, dijo. “El primer cristal está escondido en la Cueva del Murmullo, no lejos de aquí”.

Siguiendo las instrucciones del mormo, Leo y Linda comenzaron a descender por el otro lado de la colina. En su camino, aseguraron el mapa en un lugar seguro, confiando en que sería su guía. Tras unos minutos de marcha, alcanzaron la entrada de la Cueva del Murmullo. La oscuridad parecía invitarlos a entrar, pero una misteriosa sensación de inquietud les llenó el estómago.

“Siempre quise ver una cueva”, murmuró Leo, animándose. Linda asintió, aunque una sombra de duda cruzó su rostro. Sin embargo, tomados de la mano, cruzaron la umbral de la cueva. Las paredes estaban cubiertas de brillantes formaciones de cristal que reflejaban cada pequeño destello de luz de sus linternas, creando un espectáculo deslumbrante.

Dentro, el eco de sus pasos resonaba. “Escucha”, dijo Linda, prestando atención. Un susurro suave se escuchaba a lo lejos, como si la cueva estuviera hablándoles. “Es el Murmullo”, explicó Leo. “Debemos encontrar el cristal”. Con cuidado, comenzaron a seguir el sonido.

Después de avanzar cuidadosa y silenciosamente, el eco los condujo a una amplia sala iluminada por un brillo azul que emanaba del centro. En lo profundo, el primer cristal reposaba sobre un pequeño altar. Pero justo cuando se acercaron, un sonido ensordecedor resonó a su alrededor. Una sombra oscura se deslizó por las paredes de la cueva: era un gigante guardián de piedra que custodiaba el cristal.

“¿Quiénes son los audaces que se atreven a perturbar mi sueño?” retumbó la voz del gigante. Leo y Linda se miraron aterrados, pero Nubo apareció detrás de ellos, listo para ayudar. “No venimos a pelear”, dijo valientemente. “Solo buscamos los cristales para calmar la Tempestad”.

El guardián sonrió levemente. “Si es así, deben demostrar su valentía. Resuelvan mi acertijo y el cristal será suyo”. “¡Sí, podemos hacerlo!”, dijo Linda, decidida. El gigante presentó su acertijo:

“En largos caminos y senderos andarás,
con un corazón sincero, nunca te detendrás.
¿Quién soy, que a veces me ves,
sin ser? Narro historias en noches de ser.
¿Quién soy?”

Linda pensó cuidadosamente. “¡La luna! Siempre viaja por el cielo pero nunca camina”, dijo enfáticamente. El gigante se quedó en silencio un momento, y luego comenzó a aplaudir, su risa resonando por toda la cueva. “¡Bien hecho, pequeños! El cristal es vuestro”. Con un movimiento, el gigante levantó el cristal, que brillaba intensamente, y se lo entregó a Leo.

Con su primer cristal en mano, agradecieron al guardián y se despidieron. Nubo los guió hacia la siguiente cueva, la Cueva de los Susurros, donde tenían que encontrar el segundo cristal. El trayecto era más difícil, pero la energía de la aventura los impulsaba. Después de un largo recorrido, llegaron a la entrada de la nueva cueva. El sonido suave de las voces se hacía más fuerte.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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