Érase una vez, en un pequeño y colorido pueblo llamado Arcoíris, donde los días eran soleados y el aire siempre olía a flores. Allí vivían dos mejores amigas, Chavela y África. Chavela era una niña curiosa y llena de energía, con una risa que iluminaba cualquier lugar. Su cabello rizado hacía que pareciera una pequeña nube de algodón. África, por otro lado, era más tranquila y soñadora, siempre llevando consigo un libro lleno de historias mágicas que la transportaban a mundos lejanos.
Un día, mientras jugaban en su rincón favorito del parque, que tenía un enorme árbol donde las mariposas danzaban y los pájaros cantaban, África sacó su libro y comenzó a leer en voz alta. «Érase una vez un reino mágico donde los animales podían hablar y los árboles tenían deseos», narró con emoción. Chavela la escuchaba atenta, con los ojos muy abiertos. ¡Qué lindo sería vivir una aventura así!, pensó. En ese momento, Chavela miró hacia el cielo y vio una nube formando una extraña figura. «¡Mira, África! Esa nube se parece a un castillo», dijo señalando con su dedo.
África levantó la vista y comenzó a fantasear. «Quizás ese castillo existe en un reino mágico», sugirió, casi en un susurro. En su corazón, ambas sabían que un lugar así debía existir. Fue entonces cuando Chavela propuso una idea. «¿Y si vamos a buscar ese castillo? Podríamos vivir nuestra propia aventura». África se llenó de alegría, sus ojos brillaban como estrellas. «¡Sí, hagámoslo! ¡Imaginemos que estamos en un cuento de hadas!».
Así, decidieron iniciar su búsqueda. Ambas se pusieron sus mochilas: Chavela empacó un bocadillo de galletas de chocolate y una botella de agua, mientras que África metió su libro mágico y un pequeño cuaderno para tomar notas. Con pasos firmes y una sonrisa en el rostro, comenzaron a caminar hacia el bosque que se encontraba al final del parque.
Al entrar al bosque, el ambiente cambió. Los árboles eran altos y frondosos, y sus hojas susurraban secretos al viento. Las rayas del sol se filtraban entre las ramas, iluminando el camino como si un duende se hubiera encargado de guiarles. «Si el castillo está cerca, debemos encontrar alguna señal», dijo Chavela.
Mientras exploraban, comenzaron a escuchar un suave murmullo. «¿Qué fue eso?», preguntó África, un poco asustada pero también emocionada. Decidieron seguir el sonido y, tras unos minutos, se encontraron con un pequeño arroyo que brillaba bajo los rayos del sol. En el agua, un pez de colores vibrantes nadaba alegremente. «¡Mira, Chavela! ¡Es un pez arcoíris!», exclamó África.
El pez, al ver a las niñas, se detuvo y les habló. «Hola, pequeñas aventureras. Soy Píxel, el pez mágico del arroyo. ¿Qué las trae por aquí?», preguntó, moviendo su aleta de manera graciosa. Las chicas se miraron sorprendidas, pero luego Chavela se adelantó y le explicó su deseo de encontrar el castillo mágico.
Píxel sonrió y les dijo: «Es un viaje maravilloso que desean emprender. Para encontrar el castillo, deben resolver tres acertijos. Solo así podrán seguir adelante». Chavela y África asintieron emocionadas, listas para aceptar el reto.
«Primero», continuó Píxel, «¿qué se abre pero nunca se cierra?» Después de pensar un momento, Chavela exclamó: «¡Un puente! Se abre para que las personas crucen, pero nunca se cierra». Píxel aplaudió con sus aletas y les dijo: «Bien hecho, aventureras. Ahora el segundo acertijo: ¿qué tiene un corazón que no late?». África cerró los ojos y se concentró. «¡Una alcachofa!», respondió, y Píxel volvió a aplaudir.
«Excelente. Y ahora, el último: ¿qué siempre sube pero nunca baja?». Después de un minuto de silencio, Chavela gritó: «¡La edad! Todos siempre estamos un año más viejos». Con eso, el pez sonriente las felicitó: «Han pasado la prueba. Pueden cruzar el arroyo, y allí encontrarán el camino hacia el castillo».
Las niñas saltaron emocionadas, y Píxel hizo un gesto y un pequeño arcoíris apareció sobre el agua, formando un camino. Al cruzar, sintieron una brisa fresca que las llenó de energía. Continuaron su camino, siguiendo el sendero que se volvía más angosto a medida que se adentraban en el bosque.
De repente, encontraron un claro donde había un hermoso prado lleno de flores de todos los colores. En el centro, una tortuga de gran tamaño estaba descansando al sol. «Hola, pequeñas aventureras», dijo la tortuga. «Soy Tula, la guardiana de este prado. He estado esperando a que alguien venga a ayudarme».
«¿Ayudarte?», preguntó África intrigada. «¿En qué te podemos ayudar?» Tula les explicó que había un árbol muy anciano en el bosque que había olvidado una historia importante. Sin esa historia, el prado perdería su magia. «Si me ayudan a recordarla, les daré una pista sobre el castillo mágico», dijo Tula.
Chavela y África se miraron y decidieron que tenían que ayudar a la tortuga. «¿Dónde está ese árbol?”, preguntó Chavela. «Sigan el camino de flores rojas, y en la cima de la colina lo encontrarán», indicó Tula. Sin perder tiempo, las niñas corrieron hacia la colina.
Una vez en la cima, se encontraron con un árbol enorme y sabio, con su tronco cubierto de musgo. «Hola, pequeño árbol», dijo África. «¿Por qué no recuerdas tu historia?». El árbol suspiró y respondió con una voz profunda: «He olvidado mi canción, la canción del viento que me hace sentir vivo». Chavela y África se miraron, decididas a ayudar.
Recordaron que en el libro de África había una canción especial que le había enseñado su abuela. Juntas, comenzaron a cantarla suavemente. La melodía llenó el aire y, poco a poco, el árbol comenzó a moverse suavemente, como si recordara. De repente, sus hojas comenzaron a brillar y una suave brisa sopló. Cuando terminaron de cantar, el árbol sonrió y susurró: «¡Gracias, pequeñas! Ahora, sé que mi historia habla de la amistad y del amor que hemos compartido con el bosque».
Contentas, Chavela y África regresaron a donde estaba Tula. «¡Lo hicimos!», dijeron al unísono. Tula sonrió y les dio un pequeño brote de planta. «Este es un pequeño regalo de gratitud, cuídenlo bien. Y ahora, como prometí, aquí está su pista: sigan el flujo del río y allí encontrarán su camino hacia el castillo».
Después de agradecer a Tula, las niñas tomaron el brote y comenzaron a seguir el sonido del agua. Cada paso que daban las llenaba de emoción. Al llegar a la orilla del río, se encontraron con un puente de madera viejo pero fuerte. Al cruzarlo, notaron que las flores empezaron a brillar a su alrededor.
Cuando llegaron al otro lado, se encontraron frente a una puerta misteriosa, cubierta de enredaderas y flores. «Esto debe ser la entrada al castillo», dijo Chavela. Ambas sintieron que el corazón les latía con fuerza. Al tocar la puerta, esta se abrió, revelando un gran vestíbulo lleno de luces y colores.
Dentro, había un hermoso jardín lleno de criaturas mágicas: unicornos, hadas y criaturas fantásticas bailaban y reían. «¡Bienvenidas!», gritaron todos al unísono. «Nos alegra que hayan llegado. Este es el hogar del castillo mágico donde la alegría y la amistad reinan».
Chavela y África, fascinadas, comenzaron a explorar el lugar. Conocieron a una hada llamada Lúmina que les mostró un espejo mágico. «Este espejo muestra lo que hay en su corazón. ¿Quieren probarlo?», preguntó. Ambas asintieron con entusiasmo. Cuando se miraron en el espejo, vieron reflejos de ellas mismas, pero también un lugar lleno de amigos, risas y aventuras. «¡Es un reflejo de lo que hemos vivido juntas!», exclamó África.
Después de un rato de explorar, Lúmina les dijo: «Ahora que han llegado hasta aquí, tienen que elegir su deseo». Las chicas se miraron emocionadas. Chavela dijo: «Deseo que podamos vivir más aventuras juntas y nunca dejemos de soñar». África asintió y agregó: «Y que nuestros corazones sigan llenos de amor y alegría».
Lúmina sonrió y, con un movimiento de su varita mágica, hizo que un resplandor rodeara a las niñas. «Su deseo se ha hecho realidad», dijo. A partir de ese momento, sus corazones estarían siempre conectados, llevándolas a nuevas aventuras. Chavela y África abrazaron a Lúmina y a las criaturas mágicas, sintiendo que su deseo era más poderoso que cualquier otra cosa en el mundo.
Finalmente, decidieron regresar a casa, sabiendo que su amistad sería el motor que les llevaría a muchas más aventuras. El viaje de regreso fue emocionante, charlando sobre lo que habían vivido, las pruebas que habían superado y los amigos que habían hecho. Cuando llegaron al pueblo, el sol ya se estaba poniendo, tiñendo el cielo de colores cálidos.
Las amigas se despidieron frente al gran árbol, donde todo había comenzado. «¡Hasta la próxima aventura!», gritaron, dejando una chica llena de risas y sueños por delante, esperando ser descubiertos. A partir de ese día, Chavela y África no solo fueron amigas, sino también aventureras valientes llenas de alegría, listas para explorar y descubrir todo lo que el mundo tiene para ofrecer.
Así, siempre recordaron que las verdaderas aventuras no eran solo lugares lejanos, sino momentos compartidos, y que la amistad es el mayor tesoro que se puede encontrar. Con una sonrisa en el rostro y el corazón lleno de esperanza, se fueron a casa, soñando con sus próximas hazañas, sabiendo que viviría en sus corazones por siempre.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.