Había una vez, en la vibrante ciudad de Melodía, una niña llamada María. María tenía diez años y una voz tan hermosa que parecía sacada de los sueños. Desde muy pequeña, siempre estaba cantando y tarareando canciones por toda la casa. La música era su pasión y su mayor deseo era convertirse en la cantante infantil más querida, famosa y popular del mundo.
Su voz era dulce y melodiosa, un talento natural que hacía sonreír a todos los que la escuchaban. María cantaba todo el tiempo y en todas partes: en casa, en la escuela y en el parque. Su mayor deseo era compartir su amor por la música con otros y hacer que las personas se sintieran felices con sus canciones. A medida que crecía, su amor por la música solo se hacía más fuerte. Soñaba con subirse a un escenario y compartir su voz con el mundo.
Pero aunque su corazón vibraba al ritmo de las canciones, su voz quedaba atrapada por la timidez. A veces le daba miedo perseguir su sueño. ¿Y si no era lo suficientemente buena? ¿Y si nadie quería escucharla cantar? Estas dudas la hacían sentir insegura, pero su papá siempre estaba allí para apoyarla y animarla. Él creía en el talento de María y sabía que podía lograr cualquier cosa si se lo proponía. Así que la alentaba a seguir practicando, a tomar clases de canto y a nunca rendirse por más difícil que fuera el camino.
Un día, mientras caminaba por el parque después de la escuela, María encontró un pequeño claro rodeado de árboles frondosos. Era un lugar tranquilo y mágico, un escondite perfecto donde podía practicar sus canciones sin que nadie la viera. Decidió que ese sería su lugar secreto.
Cada tarde, después de terminar sus deberes, María iba al claro y cantaba. Se imaginaba en un gran escenario, frente a una multitud que aplaudía y vitoreaba. Pero lo que María no sabía era que no estaba sola en su escondite. Un duende travieso y curioso, llamado Duende, la observaba desde el bosque.
Duende era un ser mágico con orejas puntiagudas y ropas verdes que se mezclaban con el follaje. Tenía una sonrisa traviesa y ojos brillantes llenos de curiosidad. Le encantaba escuchar a María cantar, y aunque no se atrevía a mostrarse, a menudo tarareaba en silencio junto a ella.
Un día, María estaba practicando una nueva canción cuando de repente, una rama crujió. María se detuvo y miró a su alrededor, pero no vio a nadie. Intrigada, decidió seguir cantando, pero esta vez con más atención a su entorno. Fue entonces cuando, entre los árboles, vio un destello de color verde.
—¿Quién está ahí? —preguntó María con voz temblorosa.
El duende, sabiendo que había sido descubierto, decidió dar un paso al frente. Salió de entre los árboles con una sonrisa amable y dijo:
—Hola, soy Duende. He estado escuchándote cantar y debo decir que tienes una voz maravillosa.
María se sorprendió, pero también sintió curiosidad. Nunca había conocido a un duende antes.
—Gracias, Duende —dijo María con una sonrisa tímida—. Me llamo María. ¿Te gusta la música?
—¡Me encanta! —exclamó Duende—. Y tu voz es la más hermosa que he escuchado. ¿Por qué no cantas para más personas?
María suspiró y le contó a Duende sobre su timidez y sus miedos. Duende la escuchó con atención y, al terminar, se acercó a ella con una expresión seria pero llena de determinación.
—María, tu voz tiene un poder especial. La música puede hacer feliz a la gente, puede inspirar y unir corazones. No debes tener miedo de compartirla. Yo te ayudaré a superar tu timidez.
María se sintió conmovida por las palabras de Duende. Sabía que tenía razón, pero no estaba segura de cómo podía lograrlo.
—¿Cómo me puedes ayudar, Duende? —preguntó con curiosidad.




La música mágico
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