Cuentos de Aventura

Misterio bajo las estrellas de verano: Secretos y silencios entre amigos

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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Era una cálida tarde de verano cuando cuatro amigos llegaron al campamento “Senderos del Bosque”, un lugar rodeado de altos pinos y un aire que olía a naturaleza pura. José, Juan, Florencia y Juana estaban emocionados porque pasaría una semana llena de juegos, fogatas y aventuras al aire libre. Habían escuchado muchas historias sobre el campamento, pero la que más les llamó la atención era la del “Rondador Nocturno”, una misteriosa figura que según los guardabosques, aparecía cuando el cielo estaba oscuro y las estrellas iluminaban el bosque.

Los cuatro amigos se instalaron en las cabañas, con sus mochilas llenas de ropa, linternas y libros. A primera vista, todo parecía normal, pero la emoción de la noche y el suspenso del “Rondador” se sentían en el aire. José, quien siempre estaba listo para cualquier aventura, miró a sus amigos y dijo con una sonrisa: “¿Y si hoy nos quedamos despiertos a ver si podemos descubrir quién es ese misterioso visitante de las noches?”

Juan, el más valiente y bromista de todos, asintió de inmediato. “¡Será como una misión secreta, vamos a investigar cada rincón del campamento!” Juana, que era la más reflexiva y observadora, dudó un poco pero terminó aceptando: “De acuerdo, con la linterna puedo ayudar a buscar pistas y no perderme.” Florencia, a la que José miraba de reojo con una sonrisa tímida, estuvo de acuerdo también, aunque sus ojos mostraban un brillo especial que José no pudo evitar notar.

Esa noche, después de la cena, mientras el resto de los campistas ya dormían, los cuatro amigos se reunieron en silencio frente a la fogata que aún tenía algunas brasas calientes. José y Florencia estaban más nerviosos que de costumbre, porque además del misterio del “Rondador”, en sus corazones latía un secreto que ninguno se atrevía a decir en voz alta: sentían algo especial el uno por el otro.

Armados con sus linternas y una mezcla de miedo y curiosidad, comenzaron a caminar con cuidado por un sendero que se adentraba en el bosque. El viento movía las hojas y a veces parecía que un susurro rondaba entre los árboles, pero era difícil saber si era el viento o el fantasma del campamento. Juan seguía bromeando para aliviar la tensión: “Si alguien nos sigue, mejor que no sea un fantasma, porque ya no me gusta que me asusten.”

Caminaron despacio hasta llegar a una vieja cabaña al borde del lago, un lugar que según las leyendas era la “zona preferida” del Rondador. Allí, Juana usó su linterna para mirar a través de las ventanas. No vieron a nadie, pero encontraron marcas extrañas en la tierra, como si alguien hubiese arrastrado algo pesado. José dejó escapar un suspiro y Florencia, sin poder contenerse, le susurró: “¿Tú crees que realmente habrá alguien ahí afuera, o solo es un juego para asustarnos?” José la miró, y en ese momento sus miradas se encontraron por un largo segundo. Pero ninguno dijo nada. Todavía.

Siguiendo las huellas, avanzaron más hacia el bosque, el corazón de cada uno latía con fuerza. De repente, un ruido entre las ramas los hizo detenerse. Juan apuntó con la linterna y… apareció un perro grande y peludo que los miraba con ojos brillantes, moviendo la cola. “¡Vaya! Ese sí que no esperaba,” rió Juan aliviado. El perro, que parecía amigable, se acercó y empezó a seguirlos.

En ese momento, Juana tuvo una idea. “Tal vez el Rondador sea alguien del campamento que está jugando esta especie de broma. ¿Qué les parece si buscamos pistas en la cabaña del guardabosques? Seguro ahí hay algo.” Los demás estuvieron de acuerdo, así que se dirigieron hacia la caseta del cuidador, que estaba cerca de la entrada del campamento.

Al llegar, vieron que la puerta estaba entreabierta. Con cuidado empujaron y entraron. Adentro, el lugar estaba lleno de mapas, linternas y cuadernos. Juana encontró una libreta con anotaciones que hablaban sobre animales, ruidos del bosque y, algo que llamó su atención, la recomendación de que nadie debía salir después de la medianoche para evitar accidentes. Había también dibujado un símbolo, como un círculo con una cruz en el centro. “¿Qué será esto?,” preguntó Florencia. José lo observó detenidamente y dijo: “Parece un mapa secreto o una señal para algo.”

Decidieron regresar a sus cabañas para planear mejor la exploración nocturna. Mientras caminaban, José se adelantó un poco con Florencia. Sintiendo que era el momento, reunió valor y dijo en voz baja: “Flor, ¿tú sabes que me gustas mucho, verdad?” Ella sonrió tímidamente y respondió, “Yo también, José. Pero tenía miedo de decirlo.” Ambos caminaron juntos con una sonrisa cómplice, envueltos en un silencio agradable que Juan y Juana respetaron.

Después de descansar y conversar, cuando todos creyeron que ya la noche estaba demasiado avanzada, los cuatro amigos se prepararon para la última búsqueda. Se pusieron sus chaquetas, agarraron linternas y una brújula que José había traído, y salieron rumbo al punto que indicaba el símbolo del cuaderno. Juan iba delante, con el perro siguiéndolo, mientras Juana iluminaba el camino con su linterna.

Siguieron el sendero hasta que llegaron a un claro que parecía una pequeña explanada rodeada de árboles. Allí, en el centro, descubrieron un círculo tallado en la tierra, con piedras colocadas cuidadosamente formando una cruz. Recordaron el dibujo del cuaderno. José se acercó con cautela y, de repente, un ruido llegó desde las copas de los árboles: alguien o algo se movía entre las ramas. Los cuatro se miraron nerviosos, pero sostuvieron su lugar. Juan, usando toda su valentía, gritó: “¡Salgan, Rondador! Sabemos que estás ahí. Queremos conocer el misterio.”

De repente, una figura bajó de entre los árboles. No era un fantasma ni un monstruo, sino un hombre con una linterna, que llevaba ropa de guardabosques. Se presentó como don Ernesto, el encargado del campamento, quien les confesó que había estado rondando el lugar en las noches para proteger a los candidatos y animales del bosque. Explicó que usaba la historia del “Rondador” para mantener a todos los niños seguros y que no salieran solos después del anochecer.

Los niños respiraron aliviados y se rieron juntos al descubrir la verdad. Don Ernesto les comentó que el símbolo era la marca para lugares seguros y puntos de emergencia en el campamento. Prometió que si querían podían ayudarlo a cuidar el bosque durante su estancia. Emocionados, aceptaron la propuesta y el hombre les mostró algunos secretos del campamento, como dónde estaban las huellas de ciertos animales y cómo mantenerse seguros en el bosque.

Antes de regresar a las cabañas, José y Florencia se tomaron de las manos, felices no solo por haber resuelto el misterio, sino también por finalmente expresar lo que sentían. Juana y Juan sonrieron, contentos de que todo hubiera terminado bien. En la última fogata de esa noche, entre historias, risas y el canturreo del perro fiel, los cuatro amigos comprendieron que la verdadera aventura no solo estaba en resolver misterios, sino en la confianza, la amistad y los pequeños secretos que guardaban en sus corazones.

Cuando llegó la mañana y el sol empezó a iluminar los senderos, el campamento se veía tan tranquilo como siempre. José, Juan, Florencia y Juana sabían que aquella semana sería inolvidable, no porque hubieran descubierto un fantasma, sino porque aprendieron que la valentía, la amistad y decir lo que sientes son las mayores aventuras que existen bajo las estrellas de verano. Y así, con un secreto compartido y una amistad más fuerte, cerraron los ojos soñando con nuevas jornadas llenas de magia y misterios por descubrir.

La aventura en el campamento Senderos del Bosque les enseñó que no hay que tener miedo a lo desconocido, sino que, muchas veces, basta con acercarse, preguntar y confiar para descubrir la verdad. Además, que los momentos más especiales se construyen con las personas que más queremos y que los silencios a veces guardan los mensajes más importantes. José y Florencia aprendieron que el cariño crece cuando se comparte y no se calla, y que juntos, con Juan y Juana, cualquier misterio se vuelve una aventura llena de alegría y aprendizaje para toda la vida.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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