Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas verdes y ríos cristalinos, dos amiguitos llamados María e Iván. María era una niña de largos cabellos rizados y un brillo especial en sus ojos oscuros, siempre llena de curiosidad y ganas de aprender. Iván, por otro lado, tenía pelo corto y un rostro siempre sonriente, le encantaba inventar cosas y soñaba con ser un gran explorador.
Un día, mientras jugaban en el parque, comenzaron a hablar sobre los lugares lejanos que había visto en libros. «¿Te imaginas si pudiéramos ir a un país donde se mezclan muchas culturas, como Panamá?», dijo Iván emocionado. María, que había escuchado historias sobre Panamá de su abuela, asintió con entusiasmo. «¡Sí! Quiero ver el famoso Canal de Panamá y las islas con sus playas hermosas».
Iván pensó por un momento y dijo: «Podríamos hacer una aventura para encontrar un tesoro perdido que, según cuenta la leyenda, se encuentra escondido en la selva de Panamá. Dicen que está custodiado por un loro mágico que habla». María, al escuchar esto, se le iluminaron los ojos. «¡Vamos a buscarlo! Será nuestra gran aventura».
Así, los dos amigos comenzaron a planear su viaje. Hicieron un mapa imaginario de Panamá en una hoja de papel y dibujaron los lugares que querían visitar. María dibujó el canal y las islas, mientras Iván se encargó de poner el loro en su mapa. También decidieron que llevarían una mochila con algunas provisiones: frutas, galletas y, por supuesto, su amuleto de la suerte, un pequeño colgante que María siempre llevaba.
Al día siguiente, despertaron muy temprano para comenzar su aventura. Se pusieron sus gorras de explorador y sus botas más cómodas. «¡Listo! ¡Aventura!», gritó Iván mientras corría hacia el parque, donde decidieron que comenzaría su travesía. Pero en lugar de ir hacia la selva, María e Iván se sentaron bajo un gran árbol. Con un poco de imaginación y usando el poder de sus sueños, comenzaron a cerrar los ojos y desear que volaban hacia Panamá.
De repente, sintieron un suave viento en sus rostros y, antes de que se dieran cuenta, se encontraron en una soleada playa de arena blanca. Ante ellos se extendía un mar azul y brillante. «¡Mira, María! ¡Estamos en Panamá!», exclamó Iván emocionado.
Miraron a su alrededor y vieron un cartel que decía: «Bienvenidos a la Isla de la Cultura». En esa isla, la gente estaba preparando un gran festival donde se celebrarían todas las culturas que estaban mezcladas en Panamá. La música sonaba alegre y las personas llevaban trajes coloridos. María supo que este era el mejor lugar para comenzar su aventura.
Mientras exploraban la isla, conocieron a un viejito que vendía frutas tropicales. Él se llamaba Don Luis. Con una gran sonrisa, Don Luis les ofreció mangos dulces y piñas jugosas. «Estos son los mejores de la isla, muchachos. Me recuerdan a las historias que contaba mi abuelo sobre el loro mágico». Los ojos de María brillaron al escuchar la palabra «loro». «¿Dónde podemos encontrarlo?», preguntó ansiosamente.
Don Luis, con un guiño en el ojo, les dijo que el loro vivía en un árbol antiguo en lo profundo de la selva. «Pero tengan cuidado, porque si quieren hablar con él, deberán demostrar que son amigos de la naturaleza». María e Iván se miraron y afirmaron con la cabeza. ¡Esa era una gran misión!
Así, los dos amigos comenzaron su caminata hacia la selva. Se adentraron en un lugar donde los árboles eran tan altos que parecían tocar el cielo. Los pájaros cantaban y había flores deliciosas en todas partes. Después de caminar un rato, escucharon un sonido peculiar. «¿Qué es eso?», preguntó María. Iván se acercó y vio a un pequeño mono juguetón que los miraba. «¡Es un mono! ¡Es adorable!», dijo Iván riéndose.
María y Iván se sentaron a observar al mono, que se subió a un árbol y empezó a hacer piruetas. De repente, el mono dejó caer una fruta madura. «¡Mira! ¡Él nos quiere ofrecer un regalo!», dijo María. Ellos tomaron la fruta y comenzó a comerla. La fruta era dulce y deliciosa, y de repente, escucharon una voz que decía: «¡Buen trabajo, pequeños exploradores! ¡Ustedes son amigos de la selva!».
Sorprendidos, se dieron cuenta que el loro mágico estaba posado en una rama alta. Era de un color vibrante, con plumas verdes y rojas. «¡Hola! ¡Soy Loro Pancho!», dijo el loro con una voz melodiosa. «He estado esperando a que lleguen. ¿Vienen a buscar el tesoro?». Los ojos de María e Iván se abrieron de asombro. «¡Sí, queremos encontrar el tesoro!», gritaron al unísono.
Loro Pancho aleteó hasta el suelo y los miró fijamente. «Primero, deben superar una prueba. Deben ayudar a un amigo de la selva, una tortuga llamada Tita, que ha perdido su camino hacia el lago. Si logran ayudarla, les contaré sobre el tesoro». María e Iván asintieron, sabían que ayudar era lo correcto.
«¡Vamos a buscar a Tita!», exclamó Iván. Siguiendo a Loro Pancho, se adentraron más en la selva hasta que llegaron a un claro donde vieron a una tortuga. «Hola, Tita. Nos dijo Loro Pancho que estás perdida. ¿Cómo podemos ayudarte?», preguntó María con amabilidad. Tita tenía un rostro anciano y sabio. «Estoy tratando de llegar al lago, pero no puedo recordar el camino. Me siento muy confundida», respondió con un susurro.
María e Iván se miraron, decididos a ayudar. «No te preocupes, Tita. Te ayudaremos a llegar al lago», dijo Iván. Caminaron juntos mientras Tita les señaló a dónde había estado antes. «Solo tengo que recordar las flores que solía ver en el camino», dijo la tortuga. Con su ayuda, comenzaron a buscar las flores que Tita había mencionado.
Después de un rato, encontraron un hermoso grupo de flores amarillas y moradas. «¡Esas son las flores!», gritó Tita llena de emoción. María e Iván guiaron a la tortuga, y poco a poco, lograron llegar al borde del lago. Tita sonrió agradecida. «¡Lo logramos! ¡Gracias, amigos!», dijo contenta mientras se sumergía en el agua fresca.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.