En un colorido y luminoso salón de preescolar vivían cuatro amigos muy especiales: Juan, Pablo, María y Sofía. Cada mañana, al entrar al aula, ellos se sentían emocionados porque sabían que allí iba a empezar una aventura nueva. Pero ese día el señor Tomás, el maestro, les dijo algo diferente: “Hoy vamos a descubrir un secreto mágico que nos ayudará a tener un aula feliz y divertida.” Los niños se miraron con curiosidad, preguntándose de qué se trataba aquel secreto.
El señor Tomás comenzó a contarles que en aquel salón existían “Reglas Mágicas” que, si todos las seguían, harían que el aula fuera un lugar maravilloso para aprender y jugar. Juan alzó la mano con entusiasmo y dijo: “¿Reglas mágicas? ¡Me encantan las cosas mágicas!” Pablo, siempre listo para una aventura, preguntó: “¿Son reglas difíciles? Porque a veces me cuesta recordar las reglas.” María, que era muy curiosa, añadió: “¿Queremos escucharlas y probarlas todos juntos?” Sofía, la más tímida, sonrió y asintió.
Entonces, el señor Tomás les explicó que esas “Reglas Mágicas” no eran complicadas, pero sí muy importantes. Además, para descubrir cómo funcionaban, los niños tenían que vivir una aventura en el aula en la que cada regla les ayudaría a hacer algo increíble.
La primera regla decía: “Escuchar cuando alguien habla.” El señor Tomás pidió a los niños que se sentaran en círculo y escucharan muy bien mientras él contaba un cuento. Juan quiso contar el primero, pero se distrajo mirando por la ventana y no escuchó el comienzo del cuento. Entonces, cuando le tocó repetirlo, no pudo hacerlo porque no había escuchado bien. El maestro les explicó que cuando escuchamos con atención, aprendemos mejor y respetamos a quienes hablan. Pablo entonces recordó una idea, y dijo: “¡Si escuchamos, podemos contar historias maravillosas juntos!” Así fue como descubrieron que escuchar era la primera “regla mágica.”
Luego, el maestro les explicó la segunda regla: “Levantar la mano para hablar.” A Sofía le encantó esta regla porque decía que así todos podían turnarse para contar sus ideas. María intentó contar una historia, pero sin levantar la mano, y todos comenzaron a hablar al mismo tiempo. Fue un lío divertido, pero el señor Tomás les mostró que cuando levantamos la mano, todos tienen tiempo para participar y nadie se siente excluido. Juan, con una sonrisa, dijo: “¡Es como hacer carreras para ver quién puede hablar primero, pero sin correr!”
Después llegó la tercera regla mágica: “Cuidar los materiales del aula.” Pablo notó que algunas crayolas estaban rotas y algunos libros estaban desordenados. El señor Tomás les contó que esos materiales eran regalos que les ayudaban a aprender y crear cosas increíbles, y si no los cuidaban, podrían perderlos. María y Sofía hicieron un compromiso para limpiar y ordenar todo juntos, y Juan y Pablo prometieron cuidar las crayolas y libros para que duraran mucho tiempo. Esa noche, soñaron con aventuras usando crayolas que no se rompían nunca.
La cuarta regla les sonó a todos como un hechizo de amistad: “Ser amables y ayudar a los compañeros.” Un día, María estaba triste porque no podía armar un rompecabezas. Sin dudarlo, Sofía, Juan y Pablo fueron a ayudarla, mostrando que ser amable es una magia que hace sentirse feliz a todos. Descubrieron que cuando compartían y se ayudaban, las cosas difíciles se volvían más fáciles y divertidas.
Los días pasaron y los niños siguieron practicando las reglas mágicas. Mientras las aprendían, vivían aventuras muy divertidas en el aula. Una vez, inventaron un juego en el que tenían que encontrar “tesoros escondidos” que eran piezas de colores, pero tenían que respetar las reglas para que todos pudieran jugar sin peleas ni desorden. Otro día, organizaron una fiesta en el aula para celebrar que todos habían aprendido esas reglas mágicas, y cada uno contó lo que más disfrutaba.
Un día, mientras jugaban en el patio, Juan preguntó: “¿Por qué necesitamos tantas reglas? A veces quiero hacer lo que quiero.” Pablo respondió, “Yo creo que las reglas son como mapas que nos muestran cómo encontrar el camino para que todos podamos divertirnos sin problema.” María agregó: “Sí, porque cuando todos seguimos las reglas, nadie se lastima y todos podemos ser felices juntos.” Sofía, con una sonrisa, dijo: “Las reglas son como magia que cuidamos para que el aula sea un lugar bonito.”
Llegó el último día antes de las vacaciones y el señor Tomás les dijo que las “Reglas Mágicas” no solo eran para el aula, sino que podían usarlas en casa, en el parque o dondequiera que fueran. “Son como superpoderes de amistad, respeto y cuidado,” explicó. Juan, Pablo, María y Sofía decidieron que aprenderían a usar esos poderes todos los días para ser grandes aventureros de la vida.
En el camino a casa, cada uno pensó en cómo podría poner en práctica las reglas: Juan decidió escuchar más a su familia, Pablo prometió levantar la mano cuando quisiera contar algo en la escuela, María prometió ayudar a su hermanito y cuidar sus juguetes, y Sofía quiso ser amable con sus amigos del parque.
Esa noche, cuando cerraron los ojos, vieron imágenes de pequeñas luces brillantes que flotaban alrededor del aula, eran las “Reglas Mágicas” que ellos mismos habían descubierto y que ahora hacían que el aprendizaje y la amistad fueran mucho más fáciles y felices.
Así, en aquel preescolar, Juan, Pablo, María y Sofía descubrieron que seguir las reglas no era aburrido ni difícil; era el comienzo de muchas aventuras mágicas, donde cada uno tenía un papel importante para que el aula fuera un lugar lleno de risas, aprendizajes y amigos.
Y lo más importante, aprendieron que cuando todos cuidan las mismas reglas, el aula se convierte en un espacio feliz, lleno de magia, donde cada día se puede descubrir algo nuevo y maravilloso.
Por eso, cada vez que llegaban al salón, saludaban al señor Tomás con una sonrisa y decían juntos: “¡Vamos a usar nuestras reglas mágicas para vivir una aventura feliz!”
Y así, su aula seguía siendo el lugar más especial para aprender, jugar y crecer, gracias a las reglas mágicas que todos compartían y cuidaban con mucho amor.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado, pero las reglas mágicas seguirán siempre con ellos.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.