Cuentos de Aventura

Un día de diversión en la plaza con Shaggy

Lectura para 2 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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Vicente era un niño muy curioso que vivía en un pequeño pueblo rodeado de árboles y flores de todos los colores. Cada día, Vicente se despertaba con una gran sonrisa, listo para descubrir cosas nuevas. Su mejor amigo, un perro llamado Shaggy, siempre estaba a su lado. Shaggy era un perro de pelaje suave y marrón, con orejas grandes que parecían antenas, y le encantaba correr, saltar y jugar.

Una mañana soleada, Vicente y Shaggy decidieron que era el día perfecto para ir a la plaza del pueblo. La plaza siempre estaba llena de vida, con niños riendo, familias que paseaban y una gran fuente que refrescaba el ambiente. Vicente miró a Shaggy y le dijo: «¡Vamos, amigo! Hoy será un gran día de aventuras».

Caminaron juntos por un sendero cubierto de hojas crujientes. Vicente se agachó a recoger una hoja roja que había caído de un árbol. «Mira, Shaggy, esta hoja es hermosa», dijo Vicente. El perro movió la cola, como si entendiera lo que su amigo decía, y siguió a Vicente mientras él se levantaba y continuaba su camino hacia la plaza.

Al llegar, Vicente vio a muchos niños jugando. Algunos estaban en el columpio, otros corriendo y algunos más estaban haciendo burbujas de jabón. Vicente encontró a su amigo Pablo, que estaba haciendo una torre de bloques de colores en la esquina de la plaza. «¡Hola, Pablo! ¿Puedo jugar contigo?», preguntó Vicente. Pablo sonrió y le dijo que sí.

Vicente y Pablo comenzaron a construir una gran torre de bloques. Shaggy, mientras tanto, corría en círculos alrededor de ellos, ladrando felizmente. De repente, Vicente se dio cuenta de que a Shaggy le había llamado la atención algo en el otro lado de la plaza. Vicente siguió la mirada de su amigo peludo y vio algo brillante debajo de un banco. «¿Qué será eso?», se preguntó Vicente.

«¡Vamos, Shaggy! ¡Mira!», gritó Vicente, y ambos corrieron hacia el banco. Cuando llegaron, Vicente vio que era un pequeño tesoro: una medalla dorada. «¡Guau! ¡Es increíble, Shaggy! ¡Hemos encontrado un tesoro!», dijo Vicente emocionado. La medalla brillaba bajo el sol, y Vicente decidió que debía mostrársela a Pablo.

Cuando Vicente regresó, Pablo estaba todavía jugando con los bloques. «¡Mira lo que encontramos!», exclamó Vicente, mostrando la medalla a su amigo. «Es una medalla de oro», dijo Vicente con los ojos muy abiertos. Pablo la miró y se quedó asombrado. «¡Es preciosa! ¿Qué vamos a hacer con ella?», preguntó Pablo.

Vicente pensó por un momento. «Podemos usarla para jugar a los piratas. ¡Seremos los capitanes de un barco buscando un tesoro!», sugirió Vicente. A Pablo le encantó la idea. Ambos comenzaron a hacer sonidos de barco, «¡Grrr! ¡Al abordaje!», y Shaggy, que no quería perderse la diversión, se unió a ellos ladrando y moviendo la cola.

Mientras jugaban, un nuevo amigo se acercó a ellos. Era una niña llamada Ana. Ana tenía una capa azul y una sonrisa brillante. «¿Puedo jugar con ustedes?», preguntó emocionada. «Estamos buscando un tesoro», le respondió Vicente. «¡Claro que sí!», dijo Ana, «Yo quiero ser parte de la tripulación. ¿Cuál es nuestro próximo paso, capitán Vicente?».

Vicente, contento de tener un nuevo amigo, pensó por un momento. «Primero, necesitamos encontrar un mapa del tesoro», dijo. Ana y Pablo asintieron. Juntos, los tres amigos comenzaron a buscar en la plaza. Miraron detrás de los árboles, entre las flores, y alrededor de la fuente, pero no encontraron nada.

«¿Y si preguntamos a las personas que están en la plaza si han visto un mapa?», sugirió Ana. Vicente y Pablo estuvieron de acuerdo. Así que se acercaron a una señora que estaba leyendo un libro en una banca. «Disculpe, señora, ¿ha visto un mapa del tesoro por aquí?», preguntó Vicente.

La señora sonrió y les dijo: «No he visto un mapa, pero tal vez el comerciante de caramelos pueda ayudarles». Vicente, Pablo y Ana decidieron ir hacia la tienda. Al llegar, el comerciante, un hombre amable con una gran barba blanca, los recibió. «¿Qué desean, pequeños aventureros?», preguntó con una voz alegre.

«Estamos buscando un mapa del tesoro», dijo Vicente. «¡Oh! ¡Los mapas son muy divertidos! Pero no tengo uno, pero sí puedo darles una pista», dijo el comerciante con una sonrisa. «Si quieren encontrar un tesoro, deben mirar debajo de la fuente en la plaza. A veces, las sorpresas están en los lugares más interesantes».

Los tres amigos se miraron emocionados. «¡Gracias, señor!», gritaron. Corrieron hacia la fuente. Cuando llegaron, Shaggy comenzó a ladrar, como si supiera que algo estaba allí. Vicente se agachó y comenzó a mirar debajo de la fuente. Y allí estaba, un pequeño cofre de madera.

«¡Lo encontramos, lo encontramos!», gritó Vicente mientras abría el cofre. Dentro había pequeñas monedas de chocolate y una nota que decía: «Eres un gran aventurero». Vicente sonrió y compartió las monedas con Pablo, Ana y Shaggy, quien también recibió una.

El día continuó lleno de risas y juegos. Vicente, Shaggy, Pablo y Ana jugaron juntos, trasladando sus historias de piratas a nuevas aventuras en la plaza. Se dieron cuenta de que lo más importante no era el tesoro que habían encontrado, sino la diversión de compartir su día y jugar juntos.

Al final del día, cuando el sol comenzaba a ponerse, Vicente miró a sus amigos y tan contento dijo: «Hoy fue un gran día de aventuras. No solo encontramos un tesoro, sino que hicimos más amigos». Pablo, Ana y Shaggy concordaron, moviendo la cola y sonriendo.

Y así, Vicente y Shaggy aprendieron que cada día puede ser una aventura, siempre que tengamos a nuestros amigos a nuestro lado y estemos dispuestos a explorar el mundo juntos. Y así, con el corazón lleno de alegría y la promesa de más aventuras por venir, se despidieron de la plaza, sabiendo que había mucho más por descubrir.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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