Había una vez un hermoso día soleado. Antu, un niño pequeño con cabello rizado, se despertó emocionado. Hoy era el día que había estado esperando: ¡iba a la playa! Su mamá le había prometido un día lleno de aventuras y juegos, y su corazón latía de felicidad. Con su bañador brillante y su sombrero de colores, Antu estaba listo para comenzar su día en la playa.
Cuando llegó a la playa, Antu vio un mundo lleno de maravillas. El mar brillaba bajo el sol, y las olas llegaban a la orilla, formando burbujas que estallaban como risas. La arena dorada se extendía a su alrededor como una alfombra suave. “¡Mira, mamá! ¡La playa es increíble!”, gritó Antu, con una sonrisa de oreja a oreja.
Su mamá le sonrió y lo llevó hacia el área donde estaban todos los juguetes de playa. “¿Ves esa pala y ese balde? Vamos a construir el castillo más grande de la playa”, dijo mientras le entregaba los juguetes. Antu asintió con entusiasmo, y juntos comenzaron a construir. Mientras cavaban y moldeaban la arena, Antu vio a su amigo Agustín, que estaba llegando con su papá.
“¡Agustín! ¡Ven a jugar con nosotros!”, llamó Antu, agitando la mano. Agustín, un niño alegre con el cabello corto, corrió hacia ellos con una pelota de playa en la mano. “¡Hola, Antu! ¿Qué estás haciendo?”, preguntó emocionado.
“Estamos construyendo un castillo de arena. ¡Únete a nosotros!”, invitó Antu. Agustín sonrió y se unió a la diversión. Los tres comenzaron a trabajar juntos, creando torres y muros para su castillo. “¡Este castillo será el más grande de la playa!”, exclamó Agustín mientras añadía un toque de agua para que la arena se mantuviera firme.
Mientras jugaban, una ola grande llegó y golpeó la orilla, llenando de agua la base de su castillo. “¡Oh no! ¡Se está derrumbando!”, gritó Antu. Pero en lugar de estar tristes, comenzaron a reír. “¡Vamos a reconstruirlo aún más grande!”, sugirió Agustín, y juntos comenzaron de nuevo.
Antu y Agustín se turnaban para llenar el balde con arena y agua, riendo y compartiendo historias sobre sus aventuras en la playa. Mientras tanto, su mamá los animaba desde un lado. “¡Bien hecho, chicos! ¡Ese castillo se verá espectacular!”.
Después de un rato, el sol comenzó a moverse por el cielo, y Antu sintió un poco de calor. “¡Tengo calor! ¿Podemos ir a nadar?”, preguntó, mirando a su mamá. “Claro, pero primero, un chapuzón en el mar, y luego volvemos a construir”, respondió su mamá, y los niños asintieron con alegría.
Con sus flotadores y sus gorras, se dirigieron al agua. La sensación del mar era refrescante y divertida. Antu y Agustín chapoteaban, riendo a carcajadas mientras las olas les llegaban a las rodillas. “¡Mira cómo salto!”, dijo Agustín mientras saltaba con alegría. “¡Voy a saltar más alto que tú!”, retó Antu, y comenzaron una competencia de saltos.
Entre risas y salpicaduras, los niños se olvidaron del tiempo. Las olas los empujaban y el sol brillaba. Sin embargo, después de un rato, Antu se dio cuenta de que su mamá lo estaba llamando. “¡Antu, ven aquí! Es hora de almorzar”, dijo su mamá, sosteniendo una deliciosa cesta de comida.
Los niños, felices y cansados, salieron del agua y se sentaron en la arena. La mamá de Antu sacó sándwiches, frutas y jugos, y todos disfrutaron de un almuerzo delicioso. “¡Esto es genial!”, dijo Agustín mientras mordía su sándwich. “¡Nunca he tenido un día tan divertido!”.
Después de almorzar, los niños decidieron que era hora de volver a construir su castillo. Con renovada energía, se pusieron a trabajar, moldeando la arena y riendo mientras competían por hacer la torre más alta. “¡Mira, he hecho un balcón!”, dijo Antu, señalando su creación. “¡Ahora nuestro castillo tiene vista al mar!”, agregó Agustín, añadiendo más detalles.
Mientras trabajaban, notaron que otros niños en la playa también se estaban uniendo a su proyecto. “¿Pueden jugar con nosotros?”, preguntó Agustín, y los nuevos amigos se unieron rápidamente a la diversión, trayendo más juguetes y herramientas.
Juntos, todos comenzaron a construir un enorme castillo de arena, llenándolo de torres y pasadizos. Antu se sentía como un verdadero rey, rodeado de amigos. “¡Nuestro castillo será el más grandioso de la playa!”, exclamó, lleno de emoción.
El día continuó, lleno de risas, juegos y nuevos amigos. La playa se convertía en un lugar mágico, donde cada niño podía ser parte de una gran aventura. Cuando el sol comenzó a ponerse, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosas, Antu y sus amigos se sentaron en la arena, admirando su creación.
“¡Miren lo que hicimos!”, dijo Agustín, señalando su enorme castillo. “Es el mejor castillo de todos”. Antu sintió una gran satisfacción en su corazón. “Sí, y lo hicimos juntos”, agregó, feliz por el tiempo compartido.
Mientras el cielo se oscurecía, la mamá de Antu miró a los niños. “Es hora de irnos, pero siempre recordaremos este día especial”, les dijo con una sonrisa. Los niños se abrazaron y comenzaron a despedirse.
“¡Hasta la próxima aventura!”, gritó Agustín, mientras Antu le prometía que siempre recordarían el día en la playa. Con la luna asomándose en el cielo, los niños se alejaron de la playa, llenos de recuerdos de risas y diversión.
Antu se sentó en el coche, mirando por la ventana mientras regresaban a casa. “Hoy fue un día increíble”, pensó. “Hicimos un castillo de arena, conocimos nuevos amigos y pasamos tiempo juntos”. Su mamá sonrió al ver su felicidad y le dio la mano.
Cuando llegaron a casa, Antu no podía esperar para contarle a su abuela sobre su día en la playa. “¡Abuela, hicimos el mejor castillo de arena de todos!”, le dijo con emoción. “Y conocí a nuevos amigos, ¡fue genial!”.
La abuela escuchó con atención mientras Antu compartía cada detalle de su aventura. “Me alegra tanto que hayas tenido un día tan divertido, querido”, respondió su abuela, abrazándolo. “Recuerda que siempre que compartes momentos así, se convierten en tesoros en tu corazón”.
Esa noche, mientras Antu se acurrucaba en su cama, pensó en todas las risas y la diversión que había tenido. Sabía que había hecho recuerdos que duraría para siempre. Con una sonrisa en el rostro, cerró los ojos y se quedó dormido, soñando con nuevas aventuras en la playa y en su vida.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.