Cuentos de Aventura

Un Diciembre entre Raíces y Selva

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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Durante las vacaciones de diciembre, Alicia y Guadalupe esperaban con ilusión el momento de viajar a Palenque, Chiapas, para pasar unas semanas inolvidables con Mamá Lupita y Papá Domingo, sus abuelos. En la ciudad, la vida estaba llena de pantallas, mensajes y ruido constante, pero en la casa de los abuelos, en medio de la selva maya, todo era diferente. Allí no existía el Internet ni la televisión, y la única tecnología presente eran los libros y la radio antigua que usaban para escuchar música tradicional.

Al llegar, el aire fresco y el aroma a tierra mojada recibieron a las niñas con un abrazo natural. La casita de madera donde vivían los abuelos estaba rodeada por árboles altos y plantas de colores vivos. Mamá Lupita, con su sonrisa serena, las recibió con un fuerte abrazo, mientras Papá Domingo les prometió una aventura inolvidable entre la historia y la naturaleza.

El primer día, después de una deliciosa comida de tamales y pozol preparados por Mamá Lupita, los cuatro se adentraron en la jungla con una mochila al hombro y nunca sin una linterna, porque en la selva, el día y la noche parecen cambiar de forma mágica. Mamá Lupita les contó que aquellos árboles antiguos guardaban secretos de hace miles de años, y les mostró una mariposa azul que parecía brillar como una gema entre las hojas verdes. Alicia, curiosa, preguntó: «¿Cómo hacen las mariposas para tener esos colores tan vivos?», y Papá Domingo explicó que la naturaleza era capaz de crear belleza con alegría, sin tener que hacer nada más que vivir.

Al caer la tarde, la niebla empezó a subir entre las ramas y la luz del sol se volvió dorada, envolviendo todo en un misterio encantador. Los niños aprendieron que en Palenque no solo se disfruta la naturaleza, sino también la historia de los mayas, quienes vivieron allí hace mucho tiempo. Guadalupe, fascinada, pretendió ser una arqueóloga y buscó «tesoros» entre las piedras del antiguo templo que visitaron al día siguiente. Mamá Lupita les contó historias de guerreros y sacerdotes que cuidaban la selva y respetaban a sus dioses, y les explicó lo importante que era proteger ese legado.

Sin la distracción de la tecnología, los días transcurrían con juegos de sombras que inventaban con las manos, carreras para atrapar lagartijas y relatos al anochecer junto a la fogata. Una noche, Papá Domingo narró la leyenda de la serpiente emplumada, Kukulkán, que bajaba de las estrellas para proteger Palenque y enseñar a la gente a vivir en armonía con la naturaleza. Alicia y Guadalupe quedaron tan emocionadas que soñaron con volar entre las nubes y ser guardianas de la selva.

Cada día descubrieron cosas nuevas: los sonidos de los monos aulladores que despertaban al bosque por la mañana, el camino secreto por donde corría el agua transparente del río, y los campos donde Mamá Lupita cultivaba maíz, frijol y calabaza. Sin teléfonos ni pantallas, el tiempo parecía detenerse, y las niñas aprendieron a escuchar el canto de los pájaros, a sentir la tierra bajo sus pies y a observar cómo las hormigas trabajaban en equipo.

Una tarde, mientras exploraban cerca de un cenote, aquellas pozas de agua cristalina escondidas entre las raíces de los árboles, Alicia y Guadalupe encontraron algo increíble: una antigua vasija maya cubierta de musgo. Al mostrarla a los abuelos, Mamá Lupita les explicó que aquel fragmento era un recuerdo del pasado, y que, como ella les había contado, la cultura maya vigila cada rincón de la selva para que todos la cuidemos. Papá Domingo aprovechó para enseñarles que la tecnología puede ser útil, pero ningún aparato puede reemplazar la sabiduría que nos regala la naturaleza y la historia.

Los últimos días de diciembre se llenaron de tradiciones y momentos especiales. En la noche de Navidad, la familia se reunió para preparar tamales, cantar canciones y contar viejas historias. Sin la distracción de celulares, las voces resonaban más claras y se sentía el calor humano en cada palabra y gesto. Alicia, viendo las estrellas, entendió que ese mundo antiguo y natural era un regalo que debía valorar para siempre.

Antes de partir, Papá Domingo llevó a las niñas a la cima de una pequeña colina desde donde podían observar toda la selva extendiéndose hasta perderse en el horizonte. Allí, en silencio, Alicia y Guadalupe comprendieron que las raíces de su familia estaban profundamente unidas a esa tierra mágica, y que cada árbol, cada río y cada piedra era parte de su historia.

En el camino de regreso a la ciudad, las niñas no extrañaron las pantallas ni los juegos electrónicos. En cambio, recordaban las aventuras vividas, los secretos de la selva y las palabras de los abuelos. Sabían que aunque la vida moderna fuera rápida y llena de cambios, siempre podrían regresar a ese diciembre entre raíces y selva, donde aprendieron a convivir con la naturaleza y sus mayores, y a vivir con el corazón abierto al mundo real.

Aquellas vacaciones fueron más que un simple descanso; fueron un viaje al interior de sus raíces, una aventura que las unió a su familia y a la tierra de una manera profunda y verdadera. Y así, sin tecnología, sin prisas, solo con amor y naturaleza, descubrieron que el mayor tesoro estaba en compartir tiempo, historias y sueños con quienes los amaban y con el mundo que los rodeaba.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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