Había una vez cuatro amigos llamados Damián, Jimena, Constanza y Leopoldo. Un día soleado, decidieron ir al parque de diversiones. Todos estaban muy emocionados porque iban a pasar un día lleno de aventuras.
Al llegar al parque, los colores brillantes de las atracciones y el aroma dulce del algodón de azúcar los hicieron saltar de alegría. Damián, con su cabello corto y marrón, fue el primero en ver el carrito de helados.
—¡Vamos a comer helado! —dijo Damián, señalando al carrito.
Todos estuvieron de acuerdo y corrieron hacia el carrito de helados. Jimena, con sus coletas divertidas, eligió un helado de fresa. Constanza, con su cabello rizado, escogió uno de chocolate. Leopoldo, con sus gafas grandes, decidió probar uno de menta. Damián, por su parte, pidió un helado de vainilla.
Mientras disfrutaban de sus helados, los amigos miraban a su alrededor, planeando en qué atracción montarían primero. Al ver la rueda de la fortuna girando lentamente, supieron que ese sería su primer destino.
—¡Vamos a la rueda de la fortuna! —exclamó Jimena, saltando de emoción.
Los cuatro amigos corrieron hacia la rueda de la fortuna. Subieron a una cabina juntos y comenzaron a subir, subiendo cada vez más alto. Desde la cima, podían ver todo el parque y más allá. Las luces parpadeaban y las personas parecían pequeñas desde allí arriba.
—¡Miren qué vista tan bonita! —dijo Constanza, señalando el horizonte.
Después de bajarse de la rueda de la fortuna, decidieron montar en la montaña rusa. Damián estaba un poco nervioso, pero sus amigos lo animaron.
—Será muy divertido, Damián. Vamos juntos —dijo Leopoldo, ajustando sus gafas.
La montaña rusa era alta y rápida. Subieron y bajaron a gran velocidad, gritando y riendo todo el tiempo. Cuando terminó el recorrido, Damián estaba feliz de haberlo intentado.
—¡Eso fue increíble! —dijo Damián, todavía con el corazón latiendo rápido.
Siguieron explorando el parque y se encontraron con el carrusel. Las figuras de caballos y otros animales giraban al son de una música alegre. Jimena eligió un caballo blanco, Constanza un unicornio dorado, Leopoldo un elefante azul, y Damián un león valiente.
—¡Vamos a dar muchas vueltas! —dijo Jimena, agarrándose fuerte a su caballo.
Después de montar en el carrusel, encontraron una atracción de coches chocones. Se subieron a los coches y empezaron a chocar unos contra otros, riendo sin parar. Leopoldo resultó ser muy bueno esquivando los coches de sus amigos, mientras que Damián se dedicaba a perseguir a todos.
—¡Te atrapé, Leopoldo! —dijo Damián, chocando suavemente su coche contra el de Leopoldo.
Para tomar un descanso, decidieron sentarse en un banco y comer más golosinas. Compraron algodón de azúcar y palomitas de maíz. Mientras comían, miraban a los otros niños jugando y las luces del parque brillando cada vez más fuerte al caer la tarde.
—Me encanta este parque —dijo Constanza, con la boca llena de palomitas.
—A mí también —respondió Jimena—. Quiero venir todos los días.
Cuando se hizo de noche, decidieron montar una vez más en la rueda de la fortuna para ver el parque iluminado. Esta vez, las luces eran aún más brillantes y el parque se veía mágico desde lo alto.
—¡Es como un sueño! —dijo Leopoldo, maravillado por la vista.
Antes de irse, hicieron una parada final en la tienda de recuerdos. Cada uno eligió algo para llevar a casa y recordar ese día tan especial. Damián escogió una pelota de colores, Jimena una diadema con luces, Constanza un peluche de unicornio, y Leopoldo un llavero en forma de estrella.
—Este ha sido el mejor día de todos —dijo Damián mientras salían del parque.
—Sí, ha sido una gran aventura —respondió Constanza.
—Y lo mejor es que lo vivimos juntos —añadió Jimena.
—Siempre seremos amigos —concluyó Leopoldo, sonriendo.
Y así, los cuatro amigos caminaron de regreso a casa, felices y cansados, pero con el corazón lleno de alegría y recuerdos inolvidables. Sabían que, aunque el parque cerrara esa noche, siempre tendrían sus aventuras y su amistad para mantener viva la magia de ese día.
Desde entonces, cada vez que veían una rueda de la fortuna o comían helado, recordaban su maravillosa aventura en el parque de diversiones y esperaban con ansias su próxima visita, sabiendo que juntos, cualquier día podía convertirse en una gran aventura.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.