Había una vez, en un lindo pueblito de México, un niño llamado Iván. Iván era muy alegre y le encantaba cuando llegaba el Día de Muertos, porque ese día toda su familia se reunía para recordar a sus seres queridos que ya no estaban. La casa se llenaba de colores, flores de cempasúchil, calaveritas de azúcar y deliciosos platillos que solo se preparaban en esa fecha especial. Iván esperaba con mucho cariño ese momento para compartir con sus papás y abuelitos, y para decorar el altar con todo el amor del mundo.
Pero aquel año, algo diferente iba a suceder. En lo profundo del bosque cercano, donde los árboles eran oscuritos y las sombras parecían bailar con el viento, vivía una bruja. Su nombre era Maligna y no le gustaba nada el Día de Muertos. “¡Qué fiesta tan ruidosa y feliz! Yo quiero que todo sea oscuro y triste”, decía la bruja con ceño fruncido. Por eso, Maligna decidió que iba a impedir que Iván y su pueblo celebraran.
Una noche, muy cerca del pueblo, Maligna alzó su escoba y voló sobre las casas. Con su varita hizo que las flores de cempasúchil se marchitaran, que las velas se apagaran y que el viento se llevara todos los colores. “¡Ya no habrá fiesta! ¡Serán sombras y tristeza!”, gritó la bruja con voz muy fuerte.
Pero no contaba con que en las calles del pueblo había alguien que cuidaba el Día de Muertos con mucho cariño: la Calavera Buena. La Calavera Buena era un personaje muy especial, con una sonrisa amable y ojos llenos de luz. Ella vivía en el altar de una casa que siempre estaba adornado como el más bonito del pueblo y tenía poderes mágicos para proteger la alegría y el amor de ese día tan querido.
Cuando la Calavera Buena sintió que el mal estaba cerca, saltó de su lugar y fue a buscar a Iván. “Iván, amigo, tengo que contarte algo muy importante. La bruja Maligna quiere que el Día de Muertos desaparezca y necesita de nuestra ayuda para que eso no pase”, explicó con voz suave pero decidida.
Iván se asustó un poquito, pero también se llenó de valor porque sabía que con la Calavera Buena a su lado, todo iría bien. “¿Qué podemos hacer?”, preguntó con ojos grandes.
“Ven conmigo, te mostraré cómo usar la magia de la alegría y los recuerdos bonitos”, respondió la Calavera Buena. Entonces, ella tocó suavemente la mano de Iván y, en un destello de luz, ambos pudieron ver todos los colores y el brillo que el Día de Muertos tenía que tener. Les recordó que cada flor, cada vela, y cada photo en el altar, eran recuerdos que hacían que los corazones estuvieran llenos de amor y felicidad.
Mientras tanto, Maligna trataba de apagar el fuego de cada vela que encontraba, pero de repente, al acercarse al altar de Iván, encontró algo que no esperaba: la Calavera Buena protegía cada luz con un escudo de magia brillante. “¡No puedo apagar estas velas!”, exclamó frustrada la bruja.
Iván, con ayuda de la Calavera Buena, comenzó a cantar una canción que su abuelita le había enseñado para honrar a sus seres queridos. Sus palabras eran como una melodía mágica que hacía que todas las flores volvieran a brillar y que las velas se encendieran con más fuerza. La magia de las palabras, el recuerdo y el amor era muy poderosa.
“¡No permitiré que destruyas nuestra fiesta!”, dijo Iván con confianza. La bruja Maligna no estaba acostumbrada a ver a un niño tan valiente y con tanto cariño. De pronto, la Calavera Buena usó su poder mágico para envolver a Maligna en una luz suave y luminosa. Entonces, la bruja empezó a sentir algo extraño en su corazón; una calidez que nunca antes había sentido. Empezó a recordar todos los momentos felices que ella misma había vivido cuando era niña y celebraba el Día de Muertos con su familia.
Lentamente, la tristeza y la oscuridad que Maligna sentía se fueron transformando en alegría y colores. “Quizá no estaba entendiendo todo lo bueno que trae esta fiesta”, pensó la bruja con una sonrisa tímida. Ya no quería arruinar la celebración, sino ayudar a que fuera la más bonita.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.