Era un día soleado en el pequeño pueblo de Valle Encantado, donde todos los niños soñaban con aventuras mágicas y criaturas fantásticas. Entre ellos, había tres amigos inseparables: Ema, Ana y Adán. Ema era una niña curiosa, con largos cabellos oscuros y una pasión por la magia. Ana era la más inteligente del grupo, siempre con su libro de hechizos y sus gafas en la nariz. Adán, por otro lado, era un chico lleno de energía y siempre listo para seguir a sus amigos en cualquier aventura.
Un día, mientras exploraban el desván de la abuela de Ema, encontraron un viejo mapa cubierto de polvo. “¡Miren esto!”, exclamó Ema, sosteniendo el mapa con ambas manos. “Parece un mapa del tesoro”. Ana se acercó rápidamente. “Déjame ver, puede que tenga algún hechizo o pista mágica”, dijo con emoción. Adán, siempre listo para una aventura, sonrió. “¡Vamos a seguirlo! ¡Puede que encontremos algo increíble!”
El mapa mostraba un camino que atravesaba el bosque encantado y llevaba a un lugar marcado con una gran “X”. “Dicen que en este bosque viven brujas que conocen los secretos de la magia”, explicó Ana, mientras estudiaba el mapa. “Tal vez podamos aprender algo de ellas”.
Con su mapa en mano y el corazón lleno de emoción, los tres amigos se adentraron en el bosque. Los árboles eran altos y sus hojas brillaban con una luz mágica. A medida que caminaban, escucharon el canto de los pájaros y el murmullo de un arroyo cercano. “Este lugar es impresionante”, dijo Ema, mirando a su alrededor con asombro.
Después de un rato, encontraron un claro con una hermosa palmera en el centro. “Según el mapa, la siguiente pista está aquí”, dijo Ana, mientras buscaba entre los alrededores. “¡Mira!”, exclamó Ema, señalando algo brillante en la base de la palmera. Era una pequeña caja decorada con piedras preciosas.
“¿Qué habrá dentro?”, preguntó Adán, intrigado. Ema, emocionada, abrió la caja con cuidado. Dentro había un frasco pequeño de vidrio lleno de un polvo brillante. “¡Es polvo de hadas!”, gritó Ema. “¡Esto es increíble! Puede que nos ayude en nuestra aventura”.
Mientras los amigos admiraban el polvo de hadas, escucharon un sonido detrás de ellos. Se dieron la vuelta y vieron a una anciana con una larga capa negra y un sombrero puntiagudo. “Hola, jóvenes aventureros”, dijo la anciana con una sonrisa enigmática. “He estado observando sus esfuerzos. El polvo de hadas es muy poderoso, pero deben usarlo con sabiduría”.
Ana, siempre curiosa, preguntó: “¿Usted es una bruja?” La anciana asintió. “Soy la Bruja Elda, guardiana de este bosque. He visto a muchos jóvenes buscar tesoros, pero pocos han comprendido el verdadero significado de la magia”.
“¿Qué quiere decir?”, preguntó Ema, sintiendo que la conversación se volvía interesante. “La magia no se trata solo de tesoros y hechizos”, explicó Elda. “Es sobre el amor, la amistad y cómo usamos nuestro poder para ayudar a otros”.
Ema y sus amigos se miraron, comprendiendo que su aventura no solo era encontrar un tesoro, sino también aprender algo valioso. “¿Podría enseñarnos más sobre la magia?”, pidió Adán, emocionado por la oportunidad.
“Claro”, dijo Elda, “pero primero deben demostrar que comprenden el verdadero valor de la amistad. Los tres deben trabajar juntos para superar una prueba”.
“¡Estamos listos!”, exclamó Ema, mientras los otros asentían con determinación. La anciana sonrió y con un movimiento de su varita, creó un pequeño laberinto de flores y arbustos. “Para salir de este laberinto, deben ayudarse mutuamente. Cada uno tendrá que confiar en el otro”.
Los tres amigos entraron al laberinto y pronto se dieron cuenta de que se habían separado. Ema miró a su alrededor, tratando de encontrar el camino. “¡Jim, Adán! ¿Dónde están?”, gritó. En ese momento, escuchó un susurro. “¡Ema! ¡Ayúdame! Estoy atrapado”, dijo Jim desde un lado del laberinto.
“Voy a ayudarte”, respondió Ema. Siguiendo la voz de Jim, encontró una serie de flores altas que le bloqueaban el paso. “Debo mover estas flores”, pensó. Con cuidado, comenzó a despejarlas, y pronto Jim pudo salir. “Gracias, Ema. No lo hubiera logrado sin ti”, dijo él, sonriendo.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.