Había una vez, en un bosque encantado, una pequeña bruja llamada Lucí. Lucí tenía un sombrero puntiagudo y un vestido púrpura que le encantaba. Era una brujita muy curiosa y le gustaba jugar en el bosque con sus compañeros, los animalitos y las plantas mágicas. Sin embargo, había un problema: a Lucí le encantaba molestar a los demás.
Un día, mientras jugaba, Lucí decidió hacerle una broma a su amigo el conejito. Le lanzó un hechizo que hizo que sus orejas se hicieran gigantes por un rato. El conejito se asustó mucho y salió corriendo, llorando. Lucí se rió, pero pronto se dio cuenta de que nadie más quería jugar con ella.
Mientras Lucí se sentía sola y triste, un cuervo negro, sabio y anciano, apareció y se posó en una rama cercana. El cuervo, llamado Cuervo Sabio, observó a la pequeña bruja y decidió hablar con ella.
—¿Qué te sucede, pequeña bruja? —preguntó Cuervo Sabio con su voz ronca pero amable.
—Estoy triste porque mis amigos ya no quieren jugar conmigo —respondió Lucí, con lágrimas en los ojos.
Cuervo Sabio la miró con comprensión y le preguntó:
—¿Te gustaría que te hicieran lo mismo a ti? ¿Que te molestaran y te hicieran sentir mal?
Lucí se quedó pensativa. Nunca antes había considerado cómo se sentían los demás con sus bromas. Siempre pensó que solo era diversión.
—No, no me gustaría —admitió Lucí en voz baja—. Creo que me he equivocado.
Cuervo Sabio asintió y continuó:
—Recuerda siempre que debemos respetar a los demás si no queremos que nos traten mal. Imagina cómo se sentirían si les hicieras cosas que no les gustan. Si quieres tener amigos, debes tratar a los demás con amabilidad y respeto.
Lucí escuchó atentamente las palabras del cuervo. Reflexionó sobre sus acciones y comprendió que había estado actuando mal. Recordó todas las veces que había empujado, pegado o asustado a sus amigos y cómo eso los había alejado de ella.
Decidida a cambiar, Lucí se levantó y dijo:
—¡Tienes razón, Cuervo Sabio! No debo molestar a mis compañeros. Voy a pedirles disculpas y prometerles que ya no los molestaré más.
El cuervo sonrió y le deseó buena suerte. Lucí corrió hacia donde estaban sus amigos. Los encontró jugando cerca de un claro del bosque, pero al verla acercarse, todos se apartaron con desconfianza.
Lucí tomó una gran respiración y dijo en voz alta:
—¡Amigos, por favor, escúchenme! Quiero pedirles disculpas por haberlos molestado. He aprendido que lo que hacía estaba mal y prometo que no volveré a hacerlo. Solo quiero ser su amiga y jugar juntos de nuevo.
Los animales se miraron entre sí, todavía un poco dudosos, pero el conejito, que había sido la última víctima de Lucí, dio un paso adelante.
—Si realmente has cambiado, Lucí, podemos intentar jugar juntos otra vez —dijo con cautela.
Lucí sonrió con gratitud y prometió ser siempre respetuosa y amable. A partir de ese día, cada vez que Lucí sentía la tentación de hacer una broma pesada, recordaba las palabras del Cuervo Sabio y se detenía. Poco a poco, sus amigos comenzaron a confiar nuevamente en ella.
El tiempo pasó, y Lucí se convirtió en una de las brujitas más queridas del bosque. Ahora, en lugar de hacer travesuras, ayudaba a sus amigos con sus poderes mágicos, creando flores brillantes y ayudando a los animales enfermos. El bosque volvió a llenarse de risas y alegría, y todos aprendieron una valiosa lección sobre el respeto y la amistad.
Y así, la brujita Lucí descubrió que ser amable y respetuosa con los demás era mucho más divertido y gratificante que molestar. Con el tiempo, el bosque encantado se convirtió en un lugar aún más mágico, donde todos vivían en armonía y amistad.
Fin
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.