Era una noche oscura cuando mi familia decidió tomar el auto hacia el pueblo vecino. Mi padre, un hombre alto con una barba espesa y voz profunda, manejaba con cuidado mientras mi madre, más baja y de rostro siempre tranquilo, revisaba un mapa holográfico. Yo, sentado en el asiento trasero, miraba por la ventana, observando cómo el bosque se volvía cada vez más oscuro y misterioso.
El viento movía las ramas de los árboles, que parecían cobrar vida en la penumbra, y la niebla espesa cubría el camino. El viaje se sentía eterno, y el silencio era roto solo por el suave ronroneo del motor del auto futurista. De repente, sin aviso alguno, el auto comenzó a temblar, las luces parpadearon, y antes de que mi padre pudiera reaccionar, algo en el camino nos hizo perder el control.
El auto se salió de la carretera y chocó contra un árbol. Sentí el impacto como un sacudón que me dejó sin aliento. Todo ocurrió tan rápido que ni siquiera tuve tiempo de gritar. Cuando el auto finalmente se detuvo, el mundo parecía haberse quedado en completo silencio. Las luces del auto titilaban débilmente, iluminando apenas el oscuro bosque que nos rodeaba.
—¿Están bien? —preguntó mi padre, su voz grave, pero controlada.
—Sí, creo que sí —respondió mi madre, aunque su tono reflejaba el miedo que intentaba ocultar.
Yo apenas podía moverme, aún en shock por lo que había sucedido. Mis padres intentaron abrir las puertas, pero algo extraño ocurrió: el auto no respondía. Las puertas estaban bloqueadas, y los controles no funcionaban. El aire se volvía denso, como si algo invisible estuviera presionando sobre nosotros. Mi corazón latía con fuerza en mi pecho, y un sudor frío recorría mi frente.
—Esto no es normal —dijo mi madre, mirando a mi padre con preocupación.
Fue entonces cuando lo vi. A través de la ventana, en medio del bosque oscuro y cubierto de niebla, unas luces comenzaron a flotar. Eran pequeñas esferas de luz, brillando con un resplandor suave pero inquietante. Se movían de manera errática, como si estuvieran vivas, como si nos estuvieran observando. Intenté decir algo, pero las palabras se atascaron en mi garganta.
—¿Qué es eso? —pregunté finalmente, mi voz temblando.
—No lo sé —respondió mi padre—, pero no me gusta nada.
De repente, el auto comenzó a moverse solo. Sin que nadie tocara el volante, el vehículo se deslizaba hacia adelante lentamente, adentrándonos aún más en el bosque. Mis padres intercambiaron miradas de confusión y miedo. Estábamos atrapados en una especie de pesadilla. Intentaron abrir las ventanas, pero estaban completamente selladas. El auto continuaba su curso, como si estuviera siendo guiado por una fuerza invisible.
Mientras avanzábamos, las luces flotantes nos seguían de cerca, siempre a la misma distancia, rodeándonos. El bosque parecía cambiar, volviéndose más retorcido, las sombras más largas, y el aire más pesado. Había algo en ese lugar que no pertenecía a este mundo. Comencé a preguntarme si todo esto era un sueño, uno de esos sueños que parecen demasiado reales.
—Esto no puede estar pasando —dije en voz baja.
—No te preocupes —respondió mi madre—, vamos a salir de esta.
De repente, el auto se detuvo por completo en un claro del bosque. Las luces flotantes comenzaron a girar a nuestro alrededor, más rápido y más rápido, hasta que un fuerte sonido de chasquido nos ensordeció. Todo quedó en silencio de nuevo, pero algo había cambiado. Mi padre intentó abrir la puerta y, esta vez, funcionó. Salió del auto con cautela, seguido por mi madre y por mí.
El claro estaba iluminado solo por las misteriosas luces flotantes. En el centro del claro había una especie de máquina, algo que nunca habíamos visto antes. Era grande, metálica, y tenía una forma que no se parecía a nada que hubiera visto en la Tierra. Mi padre se acercó lentamente, pero antes de que pudiera tocarla, las luces se apagaron, dejándonos en la más completa oscuridad.
Escuché un susurro. Algo, o alguien, estaba allí con nosotros.
—Regresen… —murmuró una voz desconocida.
De repente, desperté en mi cama, jadeando. Mi corazón latía con fuerza. Todo había sido un sueño, o eso creía. Miré a mi alrededor. El reloj marcaba las 3:00 a.m., pero algo en la habitación no estaba bien. En el rincón, una luz flotante parpadeaba suavemente, y supe que el sueño aún no había terminado.
Conclusión:
El accidente en el bosque había sido solo el comienzo de una experiencia que desdibujaba los límites entre lo real y lo imaginario. A veces, los sueños pueden parecer más reales que la propia realidad, y las cosas más extrañas pueden ocurrir en la penumbra del subconsciente. Sin embargo, lo más aterrador de todo era la posibilidad de que lo que vivimos en ese bosque no haya sido un sueño… sino algo mucho más real.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.