Hace mucho tiempo, en un bosque encantado, vivían dos lindos ratoncitos llamados Juan y César. Estos pequeños roedores soñaban con convertirse en niños para poder jugar en el parque junto a los demás niños. Cada tarde, los dos ratoncitos se escapaban de su hogar, escondidos entre las hojas y las ramas, para observar a los niños jugar. Pero al anochecer, tristes y resignados, regresaban a su madriguera, ya que de esos juegos no podían disfrutar.
Un día, mientras exploraban el bosque en busca de aventuras, Juan y César se toparon con una cueva. El interior estaba iluminado por una luz mágica y, para su sorpresa, encontraron a un anciano mago sentado en una roca. El mago, con barba blanca y ojos centelleantes, los miró con ternura y les dijo:
“Pequeños ratoncitos, ¿desean convertirse en niños?”
Los dos ratoncitos quedaron asombrados al escuchar esas palabras. Sin embargo, no tenían miedo, solo curiosidad. El mago continuó:
“No tengan temor. Cumpliré su sueño, pero a cambio, deben prometer ser siempre felices.”
El mago sacó su varita mágica y pronunció un hechizo. En un abrir y cerrar de ojos, Juan y César se transformaron en dos niños pequeños. Sus colas se convirtieron en piernas, sus orejas en brazos, y sus hocicos en rostros sonrientes. Los dos estaban emocionados y agradecidos.
Los niños corrieron hacia el parque y se unieron a los demás. Saltaban, reían, corrían, cantaban y hasta bailaban. Pero pronto se dieron cuenta de algo que no tenían: el amor de compartir en familia. Observaron a los padres jugando con sus hijos, abuelos cuidando a los más pequeños, y hermanos compartiendo secretos. Ese amor y conexión los conmovió profundamente.
Juan y César se miraron y supieron que el verdadero sueño no era solo disfrutar del parque, sino poder hacerlo en familia. Así que, con determinación, regresaron a la cueva donde estaba el mago. Le agradecieron por su generosidad y le pidieron que los convirtiera nuevamente en ratoncitos. El mago sonrió y accedió.
Los dos ratoncitos volvieron a su forma original, pero esta vez con corazones llenos de gratitud y amor. Regresaron a su hogar en el bosque encantado y compartieron su experiencia con los demás animales. Desde entonces, Juan y César valoraron cada momento juntos y aprendieron que la verdadera magia estaba en el amor y la compañía.
Y así, en el Bosque Encantado, los ratoncitos Juan y César vivieron felices para siempre.
Después de su mágica transformación, Juan y César continuaron viviendo en el bosque encantado. Aunque ahora eran ratoncitos nuevamente, su perspectiva había cambiado. Valoraban más que nunca la compañía de su familia y amigos.
Los dos ratoncitos pasaban sus días explorando el bosque, compartiendo historias con otros animales y aprendiendo de las estaciones. En primavera, se maravillaban con las flores que brotaban del suelo. En verano, jugaban bajo el cálido sol y se refrescaban en los arroyos. En otoño, recolectaban nueces y bayas para el invierno. Y en invierno, se acurrucaban juntos en su madriguera, compartiendo el calor y la amistad.
A veces, visitaban al anciano mago en su cueva. Le agradecían por haberles dado la oportunidad de experimentar la vida como niños y le contaban sobre sus aventuras. El mago sonreía y les recordaba que la verdadera magia estaba en el amor y la conexión con los demás.
Juan y César también seguían observando a los niños en el parque desde lejos. Ahora entendían que no necesitaban ser humanos para disfrutar de la alegría y la diversión. Su pequeño tamaño no les impedía vivir momentos especiales. Compartían risas, secretos y abrazos con su familia ratonil.
En una ocasión, durante una noche estrellada, Juan y César hicieron un deseo juntos. Miraron al cielo y pidieron que todos los seres del bosque pudieran sentir el amor y la felicidad que ellos habían experimentado. El viento susurró su respuesta, y los dos ratoncitos sintieron que su deseo se hacía realidad.
Así, en el Bosque Encantado, Juan y César vivieron felices para siempre. Aprendieron que la magia no solo estaba en los hechizos y las transformaciones, sino en los lazos que creaban con los demás. Y cada vez que veían a los niños jugar en el parque, sonreían, sabiendo que habían descubierto algo aún más valioso que la magia: el amor verdadero.
Fin
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.