Había una vez, en un rincón muy lejano del universo, un pequeño y peculiar pueblo llamado Tabla Periódica. Este lugar era único en su tipo, pues estaba habitado por tres familias muy especiales: la familia de los Metales, la familia de los No Metales y la familia de los Metaloides. Cada una de estas familias tenía características únicas que las hacían muy distinguidas, y vivían en perfecta armonía, aunque a veces surgían pequeñas diferencias entre ellas.
El pueblo en sí era un espectáculo digno de admirar. Las casas de la familia Metales brillaban bajo la luz del sol como si estuvieran hechas de oro y plata, siempre relucientes y pulidas. Las casas de la familia No Metales eran más coloridas y variadas, con tonalidades que iban desde el rojo intenso hasta el azul más profundo, y parecían estar siempre en constante cambio, reflejando la naturaleza impredecible de sus habitantes. Por otro lado, las viviendas de la familia Metaloides combinaban lo mejor de ambos mundos, con estructuras que parecían estar hechas de cristal o de algún material semimetálico que les daba un aspecto misterioso y fascinante.
Las familias vivían en armonía, compartiendo el pueblo y colaborando en diversas tareas para mantener la prosperidad de Tabla Periódica. Sin embargo, su convivencia no siempre fue sencilla. La familia Metales, liderada por el robusto y resistente Don Hierro, se consideraba la más fuerte y duradera de todas. Eran conocidos por su capacidad para conducir electricidad y por su tendencia a reaccionar con otros elementos para formar poderosas aleaciones.
La familia No Metales, por otro lado, era encabezada por Doña Oxígeno, una figura enérgica y vital que siempre estaba en movimiento. Esta familia se destacaba por su diversidad y su habilidad para formar compuestos esenciales para la vida, pero también por su naturaleza impredecible y, a veces, explosiva.
Por último, estaba la familia Metaloides, con Don Silicio a la cabeza. Los metaloides eran los más versátiles del pueblo, pues podían comportarse como metales o no metales dependiendo de la situación. Esta característica les daba una ventaja única, ya que podían adaptarse a diversas circunstancias, pero también los hacía un poco difíciles de entender por las otras familias.
Un día, una fuerte tormenta de partículas eléctricas se desató sobre el pueblo, un fenómeno raro pero no desconocido en Tabla Periódica. La tormenta era tan intensa que comenzó a afectar las propiedades de los habitantes. Los metales empezaron a oxidarse rápidamente, los no metales se volvieron inestables, y los metaloides no sabían cómo reaccionar, oscilando entre ser conductores y aislantes en un abrir y cerrar de ojos.
Ante esta situación, las tres familias decidieron reunirse en la plaza central del pueblo, donde se alzaba una gran estructura en forma de tabla periódica, el símbolo de su comunidad. Allí, Don Hierro, Doña Oxígeno y Don Silicio comenzaron a discutir sobre la mejor manera de resolver el problema.
«Debemos protegernos con capas de material no reactivo,» propuso Don Hierro. «Así evitaremos la oxidación.»
«Eso solo funcionará para ustedes,» replicó Doña Oxígeno. «Nosotros necesitamos estabilizadores, algo que pueda controlar nuestra reactividad.»
«Y nosotros,» añadió Don Silicio, «necesitamos un sistema que nos permita cambiar de estado de manera controlada para adaptarnos a la tormenta.»
La discusión se prolongó durante horas, con cada familia defendiendo sus propias necesidades, pero sin llegar a un acuerdo. Mientras tanto, la tormenta empeoraba, y el pueblo entero empezaba a sufrir los estragos.
Fue entonces cuando un joven miembro de la familia Metaloides, un pequeño átomo de Boro, tuvo una idea brillante. «¿Y si combinamos nuestras habilidades?» sugirió tímidamente. «Podríamos construir una cúpula protectora usando las propiedades de todos. Los metales pueden darle resistencia, los no metales pueden ayudar a controlar la reactividad, y nosotros, los metaloides, podemos hacer que todo funcione en conjunto.»
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.