En un futuro no muy lejano, en un pequeño pueblo donde los campos eran verdes y los cielos siempre azulados, residían cinco amigos inseparables: Mario, Lamine Yamal, Nico Williams, Balde y David Raya. Cada uno de ellos tenía un sueño especial y, de alguna manera, la vida se encargaba de tejer sus destinos de forma extraordinaria.
Mario era un apasionado de la ciencia; siempre llevaba consigo un cuaderno donde anotaba sus descubrimientos e inventos. Lamine Yamal, por su parte, era un soñador con una imaginación desbordante. Mientras que Nico Williams tenía una destreza sorprendente en los deportes, especialmente en el fútbol, donde soñaba con ser un gran jugador. Balde, un amante de la naturaleza, pasaba horas hablando con los árboles y plantas. Y por último, David Raya, un experto en tecnologías, siempre estaba al tanto de los últimos avances en robótica y programación.
Una tarde, mientras jugaban en un campo de flores que parecía un arcoíris, Mario propuso una idea inusual. «¿Y si construimos una máquina que nos lleve a un mundo de ciencia ficción? ¡Podemos inventar algo increíble!», exclamó emocionado. Los demás amigos, intrigados, asintieron con entusiasmo. Así que se pusieron manos a la obra.
Durante varias semanas, trabajaron en un viejo cobertizo que había pertenecido al abuelo de Mario. Con piezas de tecnología desechadas, herramientas que encontraban de aquí y allá, y una buena dosis de trabajo en equipo, comenzaron a forjar su máquina. Además de los aliados mencionados, se unió a ellos una nueva amiga, Clara, que era vecina de Mario. Clara tenía un talento especial para el diseño y se encargó de hacer que todo funcionara con un poco de magia artística.
Finalmente, un día soleado, la máquina estaba lista. Era una especie de cápsula brillante con un gran botón rojo en el centro. Todos se miraron, nerviosos pero entusiasmados. «¿Listos para hacer historia?», preguntó Nico, mientras todos asentían con fervor. Mario presionó el botón y, de repente, un zumbido resonó en el aire, y la cápsula comenzó a temblar.
Cerraron los ojos, y cuando los abrieron, se encontraron en un mundo completamente diferente. Las flores eran de colores brillantes y relucían bajo un sol que parecía tener vida propia. Extrañas criaturas de varios tamaños volaban alrededor; algunas tenían alas iridiscentes y otras caminaban sobre patas de dos, tres y hasta cuatro. Todo era un espectáculo lleno de maravillas.
«¡Esto es increíble!», gritó Lamine Yamal, corriendo hacia una criatura que parecía un cruce entre un pez y un pájaro. Mientras tanto, David se puso a trabajar en su tableta, tratando de captar información sobre aquel nuevo lugar. «Esto parece ser un mundo paralelo, amigos», dijo emocionado. «Podemos descubrir cosas que nunca hemos visto».
Mientras exploraban, pronto se dieron cuenta de que, además de la belleza, el mundo estaba envuelto en un aire de misterio. Al acercarse a un bosque cubierto de luces brillantes, escucharon una risa suave y melodiosa. Intrigados, se acercaron y encontraron a una pequeña hada que danzaba entre las hojas.
«¡Hola, amigos!», dijo el hada con voz dulce. «Soy Lira, la guardiana de este bosque. He estado esperando su llegada».
Los cinco amigos se miraron, asombrados. «¿Nos conocías?», preguntó Balde, mientras se agachaba para observar a la hada más de cerca.
«Sí», respondió Lira. «Cuando construyeron su máquina, una chispa de magia la ayudó a cruzar el rayo del tiempo y el espacio. Ustedes tienen algo especial que puede salvar este mundo».
«¿Salvarlo?», inquirió David, curioso. «¿Qué está pasando aquí?»
Lira les explicó que su mundo estaba en peligro por una fuerza oscura que lo amenazaba con llenarlo de sombras. Sus colores, su luz y su alegría estaban desapareciendo. «Necesito su ayuda para encontrar el Cristal de la Luz. Sin él, todo se perderá», dijo, con un destello de preocupación en sus ojos.
Sin dudarlo, los amigos se ofrecieron a ayudar. «¿Dónde podemos encontrarlo?», preguntó Nico, decidido a contribuir. Lira les indicó que el cristal estaba en la cumbre de la montaña más alta, guardado por un monstruo de sombras. A pesar del peligro, los amigos ya habían vivido aventuras en su infancia y estaban dispuestos a enfrentar cualquier desafío.
Así que, armados con valor y un mapa que Lira había conjurado, comenzaron su travesía hacia la montaña. A medida que subían, enfrentaron muchos obstáculos: ríos que cruzar, criaturas amistosas que los guiaban, y momentos en los que se sintieron perdidos. Pero la unidad y la amistad entre ellos siempre los mantenía firmes.
Finalmente, llegaron a la cima de la montaña. Ante ellos, un gran monstruo cubierto de sombras los observaba. «¡¿Quiénes son ustedes para perturbar mi reino?!», bramó, dejando escapar un eco aterrador.
No obstante, Mario dio un paso hacia adelante. «No venimos a hacer daño. Solo queremos el Cristal de la Luz para salvar a este mundo». El monstruo, sorprendido por su valentía, se detuvo. Un diálogo inesperado comenzó, y el monstruo reveló que había sido atrapado en su propia oscuridad y solo deseaba libertad.
Los amigos propusieron una solución. Balde, con su amor por la naturaleza, sugirió que el monstruo conociera la belleza de la amistad y el amor. Juntos, comenzaron a contar historias, a reír y a mostrar al monstruo la magia que habitaba en ellos y en ese mundo. Para su sorpresa, el monstruo comenzó a desvanecerse, dejando escapar luces brillantes en su lugar.
Finalmente, el Cristal de la Luz brilló en sus manos, y con un simple gesto de amor hacia el monstruo liberado, lo colocaron en el centro de la montaña. Una explosión de colores iluminó el cielo, y el mundo comenzó a brillar intensamente de nuevo.
Agradecidos, Lira y el monstruo se despidieron de los amigos. Con un rayo de luz, la cápsula los llevó de regreso a su propia dimensión. Nunca olvidaron lo que había ocurrido: no solo habían salvado un mundo, sino que también habían aprendido un importante lección sobre amistad, valentía y el poder de la luz. Con sonrisas en sus rostros y un nuevo sentido de esperanza, prometieron usar su creatividad y magia para hacer del suyo un lugar mejor.
Así, el pequeño pueblo donde los campos eran verdes y los cielos siempre azulados nunca volvió a ser el mismo. Los cinco amigos se convirtieron en jóvenes aventureros, creando, soñando y, sobre todo, recordando que la verdadera magia reside en la valentía de enfrentar lo desconocido juntos.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.